"Comparar la supresión de la Compañía con la del Sodalicio es una manipulación histórica y eclesial" Carisma, supresión y manipulación: o de cómo el Sodalicio no es la Compañía de Jesús

Expulsión de los jesuitas
Expulsión de los jesuitas

En los últimos meses, en el contexto de la supresión canónica del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV), se ha venido difundiendo de manera disimulada en redes sociales la teoría de que lo que ocurrió con el SCV es una repetición de lo que ocurrió con la Compañía de Jesús (jesuitas) en el siglo XVIII

Con el fin de salir al paso a esta teoría absurda y carente de fundamento, quisiera compartir unas líneas sobre este tema

Restaurar el Sodalicio no implicaría simplemente revocar un decreto administrativo; implicaría contradecir un acto de discernimiento espiritual firmado “in forma specifica” por el Papa Francisco, es decir, asumido personalmente por su autoridad magisterial ordinaria

En los últimos meses, en el contexto de la supresión canónica del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) y las demás ramas de lo que se conoció como la “Familia Sodálite”, se ha venido difundiendo de manera disimulada en redes sociales la teoría de que lo que ocurrió con el SCV es una repetición de lo que ocurrió con la Compañía de Jesús (jesuitas) en el siglo XVIII. Con el fin de salir al paso a esta teoría absurda y carente de fundamento, quisiera compartir unas líneas sobre este tema.

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Antecedentes

¿Por qué se quiere hacer una comparación entre ambas supresiones? Lo primero que salta a la vista es que la supresión de la Compañía de Jesús fue un acto arbitrario e injusto, no causado por la carencia de un carisma real sino por la presión política sobre la Santa Sede.

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Al hacer la comparación, la intención de fondo es dejar en claro que la supresión del Sodalicio es también un acto arbitrario e injusto, que se dio especialmente porque quienes realizaron la investigación que llevó a la supresión eran personas parcializadas y prejuiciosas, aliados con los “enemigos” del Sodalicio –y por ende de la Iglesia–, o también afirmando que los “frutos buenos” del Sodalicio fueron mucho más numerosos que los abusos. Esta situación compleja requiere una cuidadosa revisión de los hechos.

¿Qué es el carisma?

En los decretos de supresión de las instituciones que constituían la denominada “Familia Sodálite”, fundadas por Luis Fernando Figari Rodrigo, se afirma lo siguiente:

Durante las investigaciones han madurado certezas sobre ulteriores aspectos, que han llevado a creer que tanto el Sodalitium Christianae Vitae, la Sociedad de Vida Apostólica de derecho diocesano de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, así como las Asociaciones públicas de fieles de las Siervas del Plan de Dios y el Movimiento de Vida Cristiana, todas ellas fundadas por don Luis Fernando Figari, deben ser consideradas como instituciones cuyos miembros no están animados por un carisma de origen divino.

Vemos entonces que el núcleo de la supresión no son específicamente los abusos de todo tipo, la estructura autoritaria, los malos manejos económicos, y la cultura sectaria que se vivió en las instituciones: el centro de la supresión es la “falta de carisma de origen divino”.

El obstáculo, en este caso específico, es que el término “carisma” es estrictamente espiritual y canónico; es decir, que lo que la Iglesia católica entiende por carisma no se puede verificar experimentalmente, ni hay pruebas de laboratorio que demuestren la existencia de un carisma. Al ser esto así, para un católico por lo menos, la única manera de tener certeza de si hay un carisma o no es a través del juicio de las instancias eclesiales a las cuales les corresponde tal discernimiento.

En el Código de Derecho Canónico, el canon 576 afirma que “Corresponde a la autoridad competente de la Iglesia interpretar los consejos evangélicos, regular con leyes su práctica y determinar mediante la aprobación canónica las formas estables de vivirlos, así como también cuidar por su parte de que los institutos crezcan y florezcan según el espíritu de sus fundadores y las sanas tradiciones”; de otro lado, según el canon 605, corresponde exclusivamente a la Santa Sede discernir la autenticidad de los nuevos institutos y aprobarlos si, “después de un tiempo conveniente de experimentación, los juzga dotados de un carisma propio”. Es decir, la existencia de un carisma no se autodefine, ni se prueba por sus frutos externos, sino que es objeto de discernimiento de la Iglesia.

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La supresión de los Jesuitas

La Compañía de Jesús fue suprimida el 21 de julio de 1773 por el Papa Clemente XIV mediante el breve apostólico Dominus ac Redemptor, en medio de una fuerte presión política de las monarquías borbónicas de Portugal, Francia y España. Estos reinos veían en los jesuitas una amenaza a sus proyectos de control del clero, la educación católica y los procesos de independencia e ilustración bajo su supervisión; por ello, exigieron a la Santa Sede su disolución como condición para mantener la paz diplomática y evitar un cisma.

En ese contexto, la decisión papal fue interpretada desde el inicio como una cesión frente al poder secular. El propio breve no invoca razones doctrinales ni espirituales para la supresión, y mucho menos se cuestiona el carisma fundacional de San Ignacio de Loyola. Por el contrario, el texto se limita a referirse a las tensiones institucionales que la presencia jesuita generaba:

“Hemos observado sin embargo con harto dolor de nuestro corazón... que casi desde su origen habían comenzado a brotar variadas semillas de disensiones y rivalidades, no sólo entre los mismos profesos de la Compañía, sino también en sus relaciones con las otras órdenes regulares, el clero secular, las academias, las universidades, los colegios oficiales de Estudios Humanísticos, e incluso con los mismos soberanos, en cuyos dominios había sido admitida la orden.” (Dominus ac Redemptor, 1773).

Como podemos ver, se trató de un juicio político-disciplinario, no teológico ni espiritual. Nunca se puso en duda la ortodoxia doctrinal de la Compañía, ni su fecundidad pastoral. De hecho, apenas unas décadas más tarde, el papa Pío VII restauró oficialmente la Compañía mediante la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum en 1814, reconociendo que el carisma ignaciano había permanecido vivo en contextos donde, con conocimiento de la Santa Sede, se permitió su continuidad bajo obediencia eclesial.

Este precedente, sin embargo, no puede utilizarse para insinuar que podría ocurrir algo similar con el Sodalicio, cuya supresión se fundamenta no en razones externas o coyunturales, sino en la constatación doctrinal de que jamás existió en él un carisma de origen divino. En consecuencia, no existe ningún contexto legítimo dentro de la Iglesia en el que pueda subsistir una estructura o espiritualidad inspirada en su fundador o que dé continuidad a la espiritualidad, estilo o disciplina sodálite. Todo intento de perpetuar esa identidad, aun de forma encubierta o fragmentaria, contradice no solo un decreto de supresión, sino un juicio magisterial explícito sobre su invalidez espiritual. La analogía con los jesuitas no solo es improcedente: es peligrosa, porque abre la puerta a una desobediencia camuflada bajo el lenguaje de la fidelidad.

Pecados del Sodalicio
Pecados del Sodalicio

La supresión del SCV

A diferencia del caso jesuita, en el caso del SCV la situación es diametralmente opuesta. Su supresión no fue fruto de presiones políticas, sino de un proceso largo y documentado de investigaciones internas, testimonios, peritajes y visitas apostólicas. La decisión fue tomada luego de constatar abusos sexuales, psicológicos, espirituales, de conciencia, administrativos y estructurales. Y lo más importante: se concluyó que no existía en el SCV un verdadero carisma de origen divino.

Es importante señalar que no se niega que hubo obras buenas o personas de buena intención en la Familia Sodálite; lo que se trata de dejar en claro es que el bien que hubo fue a pesar de y no gracias a la existencia de la ideología de apariencia religiosa que creó Figari y que fue difundida y refinada por sus colaboradores más cercanos a lo largo de 53 años de existencia.

La decisión no se basó exclusivamente en la investigación realizada por Mons. Scicluna y Mons. Bertomeu en 2023, sino también en información recogida durante las visitas previas de 2015, en los testimonios de las víctimas, en las diversas investigaciones periodísticas, en los hallazgos de los diversos comisarios y en la constatación de que las estructuras de abuso seguían activas de forma encubierta.

Comparar a Luis Fernando Figari con San Ignacio de Loyola no solo es un error histórico, sino un agravio a las víctimas y a la verdad. Figari ha sido acusado y encontrado culpable de diversas formas de abuso, y fue expulsado de su propia comunidad, que reconoció su culpabilidad y dejó de considerarlo como un referente espiritual. La Iglesia, tras un discernimiento prolongado, concluyó que no hubo carisma fundacional auténtico en el SCV ni en ninguna de sus entidades asociadas.

Figari
Figari

¿Puede un futuro Papa restaurar el SCV?

Algunos han sugerido que la supresión del Sodalicio podría ser revertida en un futuro por un pontífice de línea más conservadora, del mismo modo en que la Compañía de Jesús fue restaurada posteriormente. Sin embargo, esta idea desconoce la naturaleza específica y singular del acto de supresión del SCV, tanto en su motivación como en su forma canónica.

A diferencia de otras supresiones, motivadas por conflictos políticos o por desviaciones reformables, el caso del SCV se basa en un juicio de fondo: la constatación oficial de que no hubo carisma de origen divino en su fundación. Es decir, no se trata de una obra espiritual que se desvió, sino de una estructura humana que, desde su inicio, careció de auténtico aliento del Espíritu Santo. Restaurar algo así no implicaría simplemente revocar un decreto administrativo; implicaría contradecir un acto de discernimiento espiritual firmado “in forma specifica” por el Papa Francisco, es decir, asumido personalmente por su autoridad magisterial ordinaria.

Desde el punto de vista del derecho canónico, una decisión puede ser revisada si se demuestra que hubo error de hecho o de derecho. Pero en este caso, no se trata de un error material, sino de un juicio fundado en años de investigación, visitas apostólicas, testimonios, documentos internos y peritajes doctrinales. No hay un “hecho nuevo” que permita revertir el juicio sin socavar la credibilidad de la autoridad eclesial que lo emitió.

Paradójicamente, un pontífice de línea más tradicional o conservadora tendría aún menos margenpara desautorizar un decreto que afirma con claridad que el SCV jamás tuvo un carisma auténtico concedido por Dios. Y esto no solo por respeto a la continuidad del magisterio, sino porque los Papas más rigurosos han sido históricamente los más estrictos en cuanto a la autenticidad de los carismas.

Ciertamente, podrían surgir en el futuro iniciativas para reconstruir el proyecto bajo otro nombre, con otras personas y otros discursos; pero nunca podrán reclamar continuidad canónica ni legitimidad espiritual sobre el SCV original, porque esa raíz ha sido desautorizada públicamente por la Iglesia.

Conclusión

Comparar la supresión de la Compañía de Jesús con la del Sodalicio de Vida Cristiana es una manipulaciónhistórica y eclesial. Mientras que los jesuitas fueron injustamente perseguidos en unas circunstancias geopolíticas complejas, su carisma fue restablecido por la misma Iglesia que los suprimió; mientras que el SCV fue suprimido porque nunca tuvo un carisma verdadero, y porque su fundador y su estructura causaron daño espiritual sistemático comprobado.

No se trata de un evento comparable a la supresión de los jesuitas. Se trata de un acto de justicia y de protección del Pueblo de Dios. Y quienes intentan esconder esta verdad tras paralelismos artificiales, solo están buscando mantener viva una narrativa que la Iglesia ya ha desenmascarado.

Jordi Bertomeu
Jordi Bertomeu

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