Roncalli pasó por este mundo haciendo el bien y a manos y corazones plenos San Juan XXIII, Santo de Papa Francisco (¡y de todo el mundo!)
(José Luis González-Balado).- El día 27 de abril el nombre de Juan XXIII será objeto de tan intensos como numerosos y sentidos aplausos. Para él no serán nuevos, pero los escuchará desde una atalaya diferente de otra desde la que le aplaudimos muchos de los que lo hicimos con emocionado calor y sinceridad cuando transitaba por este mundo haciendo el bien a manos y corazón plenos.
Sí, entonces le dedicamos aplausos más con los corazones que con palmadas. Aunque con palmadas también. Desde el día 27, más aunque también con palmadas, le aplaudiremos sobre todo con nuestros corazones
¡Cuántos aplausos se le dedicaron, en sus breves pero intensos años de pontificado, todos los domingos y días festivos a la hora del Angelus! Sí, aquello fue fruto y consecuencia de un rito y costumbre que se inauguraron con él y por él, de manera casi accidental. Fue y es algo que vale la pena explicar. Una más muy significativa, espontánea y densa de consecuencias de sus, diríamos, numerosas reformas. La introdujo en al primer domingo que siguió a su elección.
La elección se había producido un martes: el martes día 29 de octubre de 1958. ¡Oh, qué recuerdo conserva uno de tal sorprendente elección! A lo mejor, si encuentro el espacio que busco, aún lo referiré para los lectores que quizá, por no haber nacido para tal fecha, o porque todavía eran "infantes", no la vivieron.
El ya por elección, o más bien por devoción, Juan XXIII, que seguía llamándose también Angelo Giuseppe, no renunció como Papa a devociones que cultivaba desde su juventud. Era devoto de muchos santos, aunque en primer lugar de Jesús en la Eucaristía, de la Virgen María bajo diversas pero coincidentes advocaciones, y de San José. También de un buen número de santos: de san Francisco de Asís, de san Luis Gonzaga, de san Juan Berchmans, de san Francisco de Sales, de san Felipe de Neri, de san Juan Bautista Vianney, entonces recién canonizado. Y de un largo etcétera. Y también de san Alejandro mártir, patrono de Bérgamo.
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Una de las para él más sentidas devociones era la de San Carlos Borromeo, que había sido arzobispo de Milán, canonizado santo, y del que había escrito una biografía digamos que pastoral e intelectual, relacionada especialmente con la actividad llevada a cabo por Borromeo en orden a la fiel aplicación de las decisiones del Concilio de Trento. Su proximidad y admiración intelectual por tal santo llegó a convertirse en devoción.
Por eso, cuando el sacerdote bergamasco, el 3 de marzo de 1925, fue nombrado obispo y visitador apostólico en Bulgaria, quiso ser consagrado el día de la fiesta de San José (19 de marzo) en la iglesia romana -frecuentada sobre todo por los milaneses de la capital- de San Carlos Borromeo. Y también, cuando el 28 de octubre de 1958, fue elegido papa -en uno de los cónclaves más largos: hubieron de producirse once votaciones: ninguno de sus sucesores necesitó más de cinco, a pesar de que el número de cardenales conclavistas -50- que eligió al Papa Roncalli fue de menos de la mitad de los que eligieron a sus sucesores, que superaron los 100 -también porque, empezando por él, y siguiendo por los papas que le sucedieron, doblaron el número de cardenales-, quiso ser consagrado el 4 de noviembre, en la fiesta de San Carlos.
Su elección se había producido un martes, que era día 28 de octubre. El "devoto aplazamiento" de la consagración hasta el 4 de noviembre representó seis días de espera. Un plazo que todo el mundo aceptó con tranquilidad, e incluso con un regocijo humano y espiritual, al que dio lugar la afectuosa admiración y simpatía que desde la mañana siguiente a la elección empezaron a despertar las anécdotas llenas de humanidad y sencillez que aparecieron en los medios de comunicación, no ya sólo de Roma y de Italia, sino del mundo entero.
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Su primera aparición en el balcón de la Plaza de San Pedro tras el anhelado Habemus Papam -ya se ha dicho: el cónclave había arrancado la tarde del sábado 24 y se había prolongado hasta el martes 28 de octubre de 1958- había caído muy bien a los miles de personas que llenaban la Plaza, pero también a los que, la misma noche, se enteraron de la elección (¡y de la Persona elegida!) por los medios de comunicación.
Va a sonar a repetición de algo ocurrido hace más o menos sesenta años, por lo que ya es historia. Pero ¡qué historia, San Juan XXIII bendito! Algún cronista, enviado especial con motivo del ya histórico episodio, narró haber captado aquella misma noche, camino del hotel donde se alojaba, la conversación de dos buenas ancianas regresando a pie hacia la periferia romana donde vivían. Una de ellas iba diciendo a la otra, obviamente que en un dialecto romano que el enviado especial parece que entendía: Sto papa sarà quel che sarà, ma la faccia de bono c'e l'ha! La traducción del periodista parece más que fiable: ¡Este papa será lo que sea, pero qué cara de más bueno tiene...!
Lo dicho: ya desde las primeras crónicas de aquella tarde-noche a raíz de la primera aparición del Papa regordete con rostro de bonachón, los medios de comunicación, recogiendo anécdotas y detalles llenos de humanidad de testigos de su vida, le ganaron unas simpatías sinceramente inimaginables. Fue como si los corazones de la humanidad empezasen a latir en dirección al alojamiento de aquel hombre-papa tan inmensamente bueno.
A unos más que otros de sus sucesores, a juzgar por las apariencias, les cayó bien el Papa con faccia y de cuore buenos, Juan XXIII. Normal: algunos se parecieron más a él que otros. Algunos -dos sobre todo, por razones de proximidad cronológica y de geográfica, Juan Bautista Montini/Pablo VI y Albino Luciani/Juan Pablo I- lo conocieron mejor y correspondieron a una afectuosa estima que él les profesó, pero todos dieron muestras de profesarle un sincero afecto.
Pero, entre todos, hay un Papa, el actual, que tan bien lleva el nombre de Francisco el de Asís, que todos coincidimos en encontrarle un espléndido parecido con su quinto Predecesor. A alguien ha confiado, con una confidencia que muy ejemplarmente se ha hecho pública, que cuando se vio elegido estuvo a punto de optar por ser llamado Juan XXIV.
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Seguramente nos hubiera caído bien a todos con tal nombre, pero los mismos todos nos congratulamos de que haya incorporado a los nombres papales el en tal sentido inédito de Francisco, ¡que le sienta tan bien...! De momento todos los cristianos -¡que lo somos menos que ellos, pero que les agradecemos mucho nos ayuden a serlo... lo poco que somos!- nos sentimos muy agradecidos y felices de que los nombres del de Asís y de... Sotto il Monte-Bérgamo les correspondan tan ejemplarmente a ellos dos. Después de todo, el de Giovanni, que llevaba nada menos que 625 años en desuso papal, merece una parcial exclusiva para siglos. Y el de Francisco, estrenado en tal ejemplar función por un papa en humilde confesión propia venido del fin del mundo, nos cae bien a todos sus hijos y admiradores o simpatizantes, que al parecer no somos solo los bautizados católicos.