Deicidio tragicómico Manuel Mandianes: "Algunos no esperan más Mesías ni revolucionarios que sus ídolos en el campo de fútbol, dioses del estadio"
"El 'hombre que ya es leyenda viva' es aclamado por las multitudes como otrora los fieles aclamaban a los santos que los liberaban de los monstruos, de las pestes y de las tormentas"
"Mucha gente tiene recuerdos de jugadores. Los motivos por los que hoy se rinde culto a ciertas reliquias son diferentes de los de antaño, pero el culto sigue"
"'Hoy la gente le da más importancia a una camiseta de Messi que al brazo de Santa Teresa', me dijo un taxista"
"'Hoy la gente le da más importancia a una camiseta de Messi que al brazo de Santa Teresa', me dijo un taxista"
Dios ha muerto pero surgieron los ídolos, es decir, dioses falsos adorados que fomentan y mantienen la vida comunitaria, son factores de cohesión social y solidaridad aunque sólo sea por momentos. “La sociedad está fundada sobre el culto a los héroes”, escribió T. Carlile. Dice Nietzsche: “La humanidad no existe por amor de sí misma sino que el fin está en sus cumbres, en los grandes individuos, en los santos, y los artistas”.
Ellos son parte de nuestra vida y de nuestros sueños. Asumimos sus éxitos y sus fracasos como propios, aunque están lejos y no remedian nuestros problemas. El “hombre que ya es leyenda viva” es declarado santo por las multitudes que lo aclaman como otrora los fieles aclamaban a los santos que los liberaban de los monstruos, de las pestes y de las tormentas. “Mario el malo”, el barriobajero, el conflictivo, de la selección italiana fue elevado a los altares de la gloria inmediatamente después de marcar dos goles a Alemania. Mitifican las desgracias de los ídolos; sus errores son más fecundos que los aciertos del común denominador de los mortales. El pueblo se proyecta y se representa en el ídolo; se admira cuando lo admira, se venera cuando lo venera. Se siente agredido cuando lo agreden, se siente despreciado cuando lo desprecian. Al metérnoslos en casa mil veces cada día, los medios de comunicación convierten a los futbolistas, y a otras estrellas, en alguien tan próximo y tan familiar como los objetos y casi como las personas de casa.
El ídolo es un dios reducido a la medida del hombre, haciendo realidad lo que dice Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”. La idolatría es la adoración o el culto tributado a entidades, objetos, imágenes, personas o elementos naturales que se consideran dotados de poder divino. El idólatra no se aleja de Dios sino que se acerca a él de manera indebida. El ideal de una certeza absoluta, de un conocimiento totalmente fundado y de un mundo ordenado racionalmente es para él sólo un mito reasegurado, propio de un estadio primitivo de la humanidad, donde la falta de poder y el miedo a las fuerzas de la naturaleza se convirtieron en la mirada predominante y determinante, como tantos han dicho, por crear a los dioses. Ello no impide que los grandes jugadores tengan una mente rápida y fulminante como un rayo, y otras características como descaro, velocidad y definición en sus acciones; es más, sin ella no podrían hace lo que hacen. No esperan más Mesías ni revolucionarios salvadores que sus ídolos en el campo batiéndose por ganar al adversario. A las masas siempre les resulta más asequible lo concreto que lo abstracto, lo que se puede ver y tocar que los atributos abstractos de los dioses, los objetivos cercanos que los lejanos.
La Iglesia, desde muy temprano, rindió culto a los mártires, testigos de la fe que ella predicaba y, por esto, sus restos mortales, las reliquias, siempre disfrutaron de especial veneración entre los cristianos. Mucha gente tiene recuerdos de jugadores como tienen libros delicados o recuerdos de ciudades visitadas. Los motivos por los que hoy se rinde culto a ciertas reliquias son diferentes de los de antaño, pero el culto sigue. Los posmodernos vuelven a tener en gran estima las reliquias. Todo lo que tocan los jugadores queda santificado, tocado de la fuerza especial que ellos tienen. “Hoy la gente le da más importancia a una camiseta de Messi que al brazo de Santa Teresa”, me dijo un taxista. Se puede decir que el trato que los modernos dan a los restos y objetos de sus ídolos es el que los cristianos, especialmente los católicos, daban y dan a las reliquias, imágenes y cuerpos de los mártires, confesores y santos.
Un maná es un poder o una fuerza sobrenatural manifestados a través de una fuerza física o a través de cualquier otra facultad o cualidad que posea una persona. Abarca lo abstracto y lo concreto, lo personal y lo impersonal, lo material y lo espiritual que se aleja por completo de lo vulgar y común. El maná más conocido en Occidente es el maná que envió Yahvé a los israelitas perdidos en el desierto sin comida (Éxodo, 16). Una vez perdida la confianza en la política y en la religión sólo queda el partido de la jornada para construir la identidad y establecer la arcadia sintética de las multitudes abanderadas. El conflicto que se pueda dar a raíz del fútbol no es entre la razón y el sentimiento sino entre el conocimiento y la creencia. El fútbol no es el dominio de la verdad. Es una interpretación. El fútbol, como el maná, impregna objetos inanimados pero es, en realidad, la característica de ciertos seres humanos, una forma institucional que se podría llamar de tipo cero, sin ninguna propiedad intrínseca. Por lo tanto el fútbol vendría a ser algo sin sentido en sí mismo que da sentido a la sociedad que no lo tiene.
Un campo de fútbol es una línea de fuga que se desplaza hacia regiones cada vez más vastas y oscuras hasta llegar a coincidir, para muchos, con la misma vida biológica; es el espacio que se abre cuando lo excepcional, y quizás lo anormal, se convierte en normal y en regla; un híbrido que hace indiscernibles el hecho y el derecho; una zona de indistinción entre interior y exterior, excepción y regla, lícito e ilícito. Aquí se hace indiscernible la educación de la mala educación, la delicadeza de la vulgaridad, la imparcialidad de la parcialidad. El hombre del fútbol ya no es el hombre libre, con sus prerrogativas y estatutos, sino un cuerpo que emerge de las mazmorras de la sociedad.
"Una vez perdida la confianza en la política y en la religión sólo queda el partido de la jornada para construir la identidad"
La religión no se ha evaporado sino metamorfoseado y su más impresionante transformación quizás sea el fútbol. La vieja teología necesitaba hacer visible a Dios mediante un mecanismo legitimador: el relato bíblico. La religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón y unos personajes que lo manejan y un discurso sobre otro discurso. El fútbol es una máscara que oculta otra realidad de marcado carácter religioso. Esta realidad totalizante ya no se llama Dios sino planeta fútbol, que llena de contenido la razón vacía de la teología negativa. El fútbol es un deporte pero para los aficionados es también un rito, con himnos, cánticos, banderas, procesiones.
El culto a la personalidad, el halo de maravilloso con que los militantes revisten a sus líderes, la recuperación de la arbitrariedad del sentido a través del héroe, la afirmación del yo revistiendo de carne y hueso un personaje de ficción no son más que una transformación del respeto a lo sagrado. La tentación de hacerse un dios a la medida es una tentación idolátrica a favor de los futbolistas, “esos dioses menores necesarios para suplir la muerte, la huida o el silencio de los dioses verdaderos”. La religión nihilista, sin dios, sin creencias, lleva a la obediencia a los dioses del estadio, divinidades impuestas y reveladas que se ofrecen en símbolos exteriores que se declaran por todas partes.
Sólo se puede hablar de religión en un sentido metonímico o por contagio. Por eso logra pasar desapercibida sin que los practicantes se aperciban de que, en el fondo, están practicando una religión del poder al que sirven. Lo hace sin acudir a instancias indiscutibles del tipo de dogmas o fundamentos de fe. El relato futbolístico lo engulle todo; su lenguaje lo ha contaminado todo aunque él se hizo un lenguaje robando a la teología, a la política, a la poesía, a la filosofía, al psicoanálisis. Pero sus dioses tienen los pies de barro. La marcha del Barca, anunciada por Messi, se convirtió en algo ridículo. El dios tuvo que someterse al dictamen de los humanos, por dinero. El fútbol introduce condiciones paralelas a la existencia de un sistema social, muy pobre en significado, al cual le permite declararse como totalidad. La religión llevaba a la obediencia a Dios y a sus representantes.
Etiquetas