En recuerdo de su visión de una España espiritual con textura oriental Mariano Delgado: "A Jiménez Lozano le importaban más las ideas y el vivir como Dios manda que el poderoso caballero de Quevedo"
"Fallecido el 9 de marzo, como si Dios hubiera querido llevárselo justo a tiempo para no tener que ver el repunte de la encona entre las dos Españas a que nos ha conducido la pandemia del coronavirus"
"Lo traté mucho desde que lo conocí en el 2001 durante uno de mis viajes con suizos y alemanes por la Castilla de los místicos"
"Desgraciadamente, la opción de 1492 por una sociedad cultural y religiosamente monolítica tuvo lugar cuando en la misma Europa se abrían camino el pluralismo confesional y la libertad de conciencia"
"Roma le concedió en 2017 la medalla 'Pro Ecclesia et Pontifice', pero dudo que su Iglesia haya comprendido a éste 'cristiano en rebeldía', siempre preocupado del caminar conjunto de la ética y la estética"
"Desgraciadamente, la opción de 1492 por una sociedad cultural y religiosamente monolítica tuvo lugar cuando en la misma Europa se abrían camino el pluralismo confesional y la libertad de conciencia"
"Roma le concedió en 2017 la medalla 'Pro Ecclesia et Pontifice', pero dudo que su Iglesia haya comprendido a éste 'cristiano en rebeldía', siempre preocupado del caminar conjunto de la ética y la estética"
| Mariano Delgado, decano de la Facultad de Teología de Friburgo
Van a ser pronto tres meses desde la muerte de José Jiménez Lozano (*13.05.1930 en Langa, Ávila, † 9.03.2020 en Alcazarén, Valladolid), fallecido el 9 de marzo, como si Dios hubiera querido llevárselo justo a tiempo para no tener que ver el repunte de la encona entre las dos Españas a que nos ha conducido la pandemia del coronavirus. Pues las tragedias siempre hacen patente lo que está latente. Apenas se le ha hecho justicia en las necrologías, tampoco en la de este portal. Es lo que me conduce a escribir estas líneas.
Jiménez Lozano tenía sobre nuestra historia, y la historia de occidente en general, un ojo clínico, capaz del diagnóstico más certero y sin lugar para el desengaño, pues estaba de vuelta de todo como para tener a estas alturas grandes esperanzas en que España o la misma Iglesia católica fueran capaces de dar un salto hacia adelante, en un tiempo nuevo, marcado por la concordia, el bien común y la conjunción entre ética y estética.
Lo traté mucho desde que lo conocí en el 2001 durante uno de mis viajes con suizos y alemanes por la Castilla de los místicos. Recuerdo que vino a verme desde su Alcazarén al Hotel Imperial de Valladolid, cerca de la Plaza Mayor, donde le expuse mi idea de sacar una edición alemana de su "Guía espiritual de Castilla", sin duda su mejor y más perdurable obra. Me dio su acuerdo y los derechos para la edición alemana de forma espontánea, sin ningún interés personal, tal como era él, a quien le importaban más las ideas y el vivir como Dios manda que el poderoso caballero de Quevedo.
Desde entonces hemos intercambiado por correo electrónico cientos de enjundiosas páginas, las suyas siempre con el mencionado ojo clínico, sobre el devenir de España y de la Iglesia. Son expresión de la entrañable amistad que mantuvimos desde entonces. La edición alemana del mencionado libro (Kastilien. Eine spirituelle Reise durch das Herz Spaniens) apareció en 2005. Un buen amigo mío, el Dr. Michael Lauble, hizo la traducción, que yo revisé y para la que escribí un epílogo sobre la Castilla de Jiménez Lozano.
La meseta de la cuenca del Duero, que precisamente en su anchura, desertización y pobreza se nos muestra como un paisaje espiritual y puente entre las culturas oriental y occidental, como crisol de influencias judías, islámicas y cristianas, es el lugar del viaje espiritual al que nos invita José Jiménez Lozano. Comparte su visión de la historia castellana con el historiador Américo Castro. En su obra "España en su historia. Cristianos, moros y judíos" (Buenos Aires 1948), Castro esboza una España, cuyo catolicismo ha recibido una impronta judía y otra musulmana, aunque a veces de forma inconsciente como por ósmosis. También en el siglo XVI, después de la expulsión de los judíos y los moriscos, permanece para Castro la textura oriental en el catolicismo español: no sólo en las costumbres, sino sobre todo "en los alumbrados, los místicos, los ascetas". Jiménez Lozano evita una idealización nostálgica de la convivencia entre las tres culturas. Sabe muy bien que fue ahogada en el celo de las tres religiones monoteístas por conservar la pureza de sus creencias; y sabe también que la desorientalización fue una consecuencia lógica del proceso de europeización desde la apertura de Castilla a las influencias de los benedictinos de Cluny en el siglo XI.
Desgraciadamente, la opción de 1492 por una sociedad cultural y religiosamente monolítica tuvo lugar cuando en la misma Europa se abrían camino el pluralismo confesional y la libertad de conciencia. Así España y Europa marcharán a la modernidad por diferentes vías. Para Jiménez Lozano, las influencias judías, mudéjares y mozárabes existen en Castilla junto a las franco-carolingias, las benedictino-cistercienses, las románicas, las góticas y las del renacimiento y barroco, que llegaron a Castilla a la sombra del Camino de Santiago y de su vocación por ser parte del occidente romano y petrino.
Jiménez Lozano no nos ofrece una guía por la Castilla imperial, que desde Carlos V es bien conocida en el mundo germano. Más bien quiere seducirnos para contemplar lugares, paisajes, monumentos y personas que representan la variedad de influencias culturales y espirituales de Castilla y han creado así su espíritu inconfundible. Naturalmente que no podían faltar dos pinceladas maestras sobre Teresa Jesús y Juan de la Cruz, pues Jiménez Lozano es uno de los mejores conocedores de estos místicos, que representan la espiritualidad castellana por excelencia.
Historiador, periodista, poeta y pensador, Jiménez Lozano ha recibido muchos de los más importantes premios de literatura de España, entre otros en 1992 el premio nacional de literatura y en 2002 el premio Cervantes. En su fértil obra encontramos volúmenes de lírica, lo mismo que ensayos histórico-culturales, novelas (también históricas), cuentos y diarios, por no mencionar los innumerables artículos aparecidos en la prensa.
"Para Jiménez Lozano, las influencias judías, mudéjares y mozárabes existen en Castilla junto a las franco-carolingias, las benedictino-cistercienses, las románicas, las góticas y las del renacimiento y barroco"
Castilla es para él una comunidad de espíritu, una forma de ser y estar en el mundo, que supera las fronteras de la actual región autónoma de Castilla y León. El humus, en el que han crecido sus trabajos, es una amplia formación humanista-cristiana como se encuentra, por ejemplo, en Julien Green, Charles Péguy, Georges Bernanos, Simone Weil y François Mauriac o en Reinhold Schneider. Spinoza, Pascal y los Jansenistas de Port-Royal, Luis de León, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, pero también Kierkegaard, Agustín y Jerónimo son los grandes espíritus con los que en su "celda" de Alcazarén mantenía un trato de amistad frecuente.
Siendo como era un "Jansenista en el sentido estricto del término" (cf. el capítulo sobre "Hidalgos y Zaguanes" en dicho libro), no es de extrañar que a la puerta de su biblioteca (sapienti sat) se encontrara este letrero: "Petit Port-Royal". Desde que en el Concilio pudo conocer de cerca al "papa bueno", Juan XXIII, no ha dejado de ser un crítico analista del catolicismo español, pero siempre insobornablemente fiel a su conciencia y –más allá de las adaptaciones según "la corriente del uso" de una ética sin estética– preocupado por conservar lo duradero en la mudanza de los tiempos.
Roma le concedió en 2017 la medalla "Pro Ecclesia et Pontifice", pero dudo que su Iglesia haya comprendido a éste "cristiano en rebeldía", siempre preocupado del caminar conjunto de la ética y la estética. Lo mismo ocurre con "Las Edades del Hombre", de las que fue padre conceptual con su ensayo "Los ojos del icono" (1988), pero de las que luego se distanció, cuando adquirieron un sesgo más bien museístico, en detrimento de su vocación de ser fanal de un renacimiento espiritual en Castilla.
El estilo de Jiménez Lozano no necesita de barroquismos o innovaciones técnicas y experimentos modernistas: es magistral en su sencillez, incluido su "leísmo", tan castellano; es refrescantemente claro, como el estilo de Teresa o el lenguaje de la gente sencilla, con la mirada puesta en lo esencial y un corazón compasivo por los "humillados y ofendidos" de la historia, por aquellos que sufren bajo la maldad de sus contemporáneos y son, sin embargo, las columnas que sostienen el mundo. Los niños, las mujeres, los olvidados, los "miserables", que no cuentan para la gran historia, mientras que como "personas sufrientes" nos desvelan su sentido, se encuentran en el centro de su obra. Esto vale para su "Guía espiritual de Castilla", lo mismo que para las novelas históricas sobre Luis de León y Juan de la Cruz, pero también para las demás novelas y sus cuentos, de los que los mejores se encuentran en "El grano de maíz rojo" (1988).
Se ha escrito que su estilo nos recuerda el tañido de las campanas y la madera de encina quemada en las noches de invierno castellanas: las cosas que dan forma al mundo. También se podría decir que Jiménez Lozano ha seguido el buen consejo de Miguel de Cervantes en el prólogo a su "Don Quijote": "procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intrincarlos y escurecerlos".
La conditio humana, que como humanista cristiano conocía al dedillo, es el gran cantus firmus de su obra. Si en los últimos años dejaba entrever un cierto pesimismo cultural de corte agustiniano, no se debía a una falta fundamental de confianza en la naturaleza humana. Tenía más bien mucho que ver con una Iglesia pasmada que no es capaz de sembrar el mensaje cristiano de liberación en la cultura moderna, con una Europa frívola que, en tiempos de mudanza tan parecidos a los de la antigüedad tardía, no parece ser consciente de su impronta cultural-espiritual, y finalmente con una España, más frívola aún, que parece cuestionar permanentemente su identidad cultural y nacional y –una vez más– tiene prisa por desprenderse de los valores transmitidos de generación en generación, como si se tratara sólo de un lastre rancio para ser la más "progresista" entre las naciones afines.
Volviendo en esa situación la mirada a lo oculto, olvidado y callado en nuestra memoria espiritual colectiva, a valores que podrían y deberían seguir orientándonos, Jiménez Lozano esperaba quizá de su obra la misma tarea catártica que Cervantes confirió a la suya: "que es enseñar y deleitar juntamente".
En su volumen de poemas, "Elogios y celebraciones" (2005) –y siguiendo a los Padres de la Iglesia, que en la naturaleza veían una metáfora de la fe–, Jiménez Lozano nos ha comunicado en forma de legado espiritual su última certeza al contemplar el paisaje castellano, su "locus standi", con estos bellos versos:
"Invernal páramo,
cielo plomizo.
Allí donde se juntan,
ni una duda".