Es una lección de cristianismo y de evangelio El Papa Francisco tiene escudo

El Papa Francisco tiene un escudo que refleja su personalidad
El Papa Francisco tiene un escudo que refleja su personalidad

El sol radiante, y llameante, las letras en rojo de “JHS” proclaman la condición de jesuita del papa

Los zapatos, la manera de andar y sus direcciones e intenciones, las ausencias y respectivas presencias, verbos y adverbios, silencios, alegrías, gustos y disgustos…, definen a la perfección a las personas, sin posibilidad alguna de mentiras, o engaños. Por supuesto, que los mismos papas y demás miembros de la jerarquía no están exentos de las definiciones proporcionadas con la ayuda de tales elementos de juicio.. Y estos lo hacen con exactitud y certeza incomparablemente mayor que puedan hacerlo los manuales de teología, del dogma y la interpretación de la Biblia en los capítulos o párrafos correspondientes.

Pero en relación con el estamento eclesiástico, tal conocimiento se completa con el estudio del llamado “escudo de armas”, al dictado imperioso de las exigencias impuestas, o establecidas, por los expertos en heráldica, ya de por sí, y porque sí, “santificadas” como adoctrinadoras, pese a que no pocos de tales signos les sobren a la Iglesia, por Iglesia, pertrechándola de ornamentos feudales, poco o nada evangelizadores. Pero la historia es historia, digna de consideración y respeto, aunque carente con mucha frecuencia de información- formación, con perentoria necesidad de reforma.

Ante el “escudo de armas” del papa Francisco, - “arma defensiva que se lleva sujeta por un brazo para cubrir y proteger el cuerpo”- destacan en su fondo de color azul, los símbolos del pontificado, con relieve especial para la mitra, entre llaves de oro y plata, entrelazadas por un cordón rojo, no dejando de sorprender que a estas alturas precisamente la pagana mitra procedente de Mitreo, el dios de los persas, siga siendo “palabra” ministerial relacionada con Jesús y la Iglesia.

El sol radiante, y llameante, las letras en rojo de “JHS” proclaman la condición de jesuita del papa, no faltando una cruz con sus tres clavos en negro. En la parte inferior del mismo campo heráldico, aparecen una estrella y la flor de nardo, elementos que en la antigua tradición simbolizan a la Virgen María y a san José, ella, la madre de Jesús y él, patrono de la Iglesia universal, de gran devoción en la espiritualidad del papa Bergoglio.

El escudo del Papa Francisco que refleja su personalidad

“Miserando atque eligendo”, lema del papa Francisco, tiene su origen en la interpretación que el monje benedictino (a.672-736), de nombre San Beda el Venerable, efectuara en una de sus homilías, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, al describir “vio Jesús a un publicano y. al mirarlo, con sentimiento de amor, lo eligió, diciéndole: sígueme” (El gerundio latino “miserando”

-“mirando con sentimiento de amor y de religión”-, le gustaba a Bergoglio cambiarlo por el inexistente de “misericordiando”, como comentaría él mismo al describir sus sentimientos ante su cuadro favorito “Vocación de san Mateo”, firmado por Caravaggio, que se conserva y venera en la iglesia de san Luís de los Franceses en Roma. Al mismo le profesó gran devoción el futuro papa, confesando que los rasgos de sus figuras habían contribuido poderosamente en su vocación jesuítica, gracias a “haber sido entonces tocado mi corazón por la llegada de la misericordia de Dios”.

El escudo del papa Francisco, con excepción de algún que otro elemento impuesto por los expertos en heráldica, es una lección de cristianismo, de evangelio y de actividad y disponibilidad jerárquica de adoración a Dios, previo el servicio- ministerio al pueblo, y más si este es más pobre. Al papa Francisco, y a la Iglesia que preside, lo defiende de verdad su escudo, el lema que él mismo eligiera como camino religioso, ya desde su consagración como obispo.

Sin tener que formar parte del conjunto heráldico pontificio, al papa Francisco lo definen, con idéntica o mayor veracidad, palabras, gestos y frases muy suyas, e intransferibles. De entre unas y otras –tomadas al azar (del árabe “dado para jugar”-, pongo el acento en estas:

“Misericordia, Iglesia en salida, primaverear, primear, sinodal, rezad por mí, audacia, necesito vivir mi vida junto a los demás, discernimiento ignaciano, magnanimidad, anticlericalidad, no hay límites para lo grande pero hay que construirse en lo pequeño, tomarse el tiempo necesario, Dios no tiene hijos de papá” ni en la Iglesia ni fuera de ella: carece de privilegiados, El pueblo de Dios necesita pastores pero no funcionarios, hay que buscar y encontrar a Dios en nuestro hoy….

“Caminemos ecuménicamente el patriarca Bartolomé y yo juntos y tranquilos y metamos a todos los teólogos en una isla para que discutan entre sí, no soy partidario del “papamóvil” y menos cerrado con vidrios y como en latas de sardinas imposibilitado de hablar y saludar a quienes me lo demanden, sé que me puede pasar algo pero estoy en las manos de Dios y además podrían considerarse como gajes del oficio, a mi edad no tengo ya mucho que perder. estoy convencido de que Jesús no quiere que los obispos seamos “príncipes” sino “servidores”, no me llevo bien con el protocolo pero hay que respetarlo, me gustaría que el día de mañana me recordaran como que fui un buen tipo que hice lo que pude y que esto no lo hice del todo mal: con eso me conformo.

“Lamento y lamentaré de por vida los abusos, a los abusadores y a quienes los ocultaron, los consintieron o los silenciaron, sean curas, obispos, frailes o laicos. El proselitismo es una solemne tontería: hay que convencer. El mejor camino es el testimonio, humilde y sin triunfalismos. La curia es una “cueva de ladrones”, pero también hay curiales buenos. Siendo joven cometí no pocos errores de autoritarismo. Rezo sentado porque me hace mal arrodillarme y algunas veces me adormezco en la oración. La pobreza es el centro del evangelio.

La Iglesia tiene que salir a la calle, buscar a la gente, ir a las casas, visitar las familias e ir a las periferias. No será Iglesia la que únicamente reciba, sino la que dé y se dé. La Iglesia debe sentirse responsable de las almas como de los cuerpos. Los cardenales son “príncipes” pero de un rey crucificado. Quienes ocupamos puestos de responsabilidad, somos custodios de la creación y del medio ambiente. Pero para custodiar, también tenemos que cuidar de nosotros mismos…”

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