"Si no hay personas-puente entre la Iglesia y los demás actores sociales saldremos perdiendo todos" Pedro José Gómez Serrano: "La mayor misión social de la Iglesia no consiste en regentar obras confesionales, sino en 'producir gente buena'"
"Me da pudor apelar a Dios cuando la muerte nos recuerda nuestra radical fragilidad. Prefiero hablar de Él en el medio de la vida"
"Desde tiempos del 'nacional catolicismo' no habíamos tenido una 'cuaresma obligatoria para toda la sociedad' como en esta cuarentena"
"Hay demasiados funerales que ni siquiera consuelan, sino que irritan por su formalismo, rutina, olvido de la historia concreta del fallecido, etc"
"La realidad es misteriosa y, en ciertos momentos, es preferible callar a decir tonterías. Lo mismo cabe decir de interpretaciones de la enfermedad en clave de castigo o de tratar el sufrimiento banalmente"
"En la mayoría de las sociedades del mundo una situación límite como esta genera expresiones naturales de la fe. En España no encontramos el modo natural de manifestarnos cristianos sin complejos y sin agresividad"
"Hay demasiados funerales que ni siquiera consuelan, sino que irritan por su formalismo, rutina, olvido de la historia concreta del fallecido, etc"
"La realidad es misteriosa y, en ciertos momentos, es preferible callar a decir tonterías. Lo mismo cabe decir de interpretaciones de la enfermedad en clave de castigo o de tratar el sufrimiento banalmente"
"En la mayoría de las sociedades del mundo una situación límite como esta genera expresiones naturales de la fe. En España no encontramos el modo natural de manifestarnos cristianos sin complejos y sin agresividad"
"En la mayoría de las sociedades del mundo una situación límite como esta genera expresiones naturales de la fe. En España no encontramos el modo natural de manifestarnos cristianos sin complejos y sin agresividad"
"En España no encontramos el modo natural de manifestarnos cristianos sin complejos y sin agresividad". Con estas palabras reflexiona un laico, Pedro José Gómez Serrano, sobre la visibilidad de la Iglesia en el contexto de la emergencia sanitaria actual, y de su función social "antes, durante y después" de las semanas críticas del coronavirus.
Profesor de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador del Instituto Superior de Pastoral, experto en ecología y miembro de una pequeña comunidad cristiana inserta en el barrio de Pan Bendito de Madrid (Carabanchel), comparte su opinión sobre retos como la credibilidad de una Iglesia todavía eminentemente clerical, la recuperación de lo esencial de la vida, la virtualización de las celebraciones religiosas o el consuelo ante la muerte sin despedidas.
(Pedro Gómez).- Agradezco la invitación de Religión Digital para compartir mis impresiones respecto a cómo la pandemia de la Covid-19 puede modificar la vivencia de la fe cristiana y la praxis de la Iglesia. El motivo no reside en que tenga una interpretación elaborada de estas potenciales repercusiones -aunque me resulta indudable que esta experiencia va a dejar “huella”-, sino porque me parece imprescindible que realicemos un discernimiento comunitario de este imprevisto y cruel acontecimiento. Como creyente, estoy convencido de que Dios nos está interpelando personal y eclesialmente en la pandemia, como ha hecho siempre a través de la historia.
Pero el discernimiento creyente de la actualidad requiere de la contribución de todos, porque en todos habita el Espíritu Santo. Tiendo a pensar que, cada vez que nos juntamos los cristianos para rastrear el paso de Dios o intuir lo que Él espera de nosotros, constituimos una especie de “reunión de tuertos”, ya que ninguno poseemos una visión clara y completa de las cosas. Por eso, al compartir las intuiciones de cada uno, podemos captar mejor la realidad en su innegable complejidad e iluminarla con los ojos de la fe. Mis contestaciones a las preguntas del cuestionario pretenden ofrecer mi sencilla aportación al tema que nos ocupa. Por eso, espero con enorme interés las demás contribuciones, para que los retazos del rastro de la presencia de Dios que cada uno podemos captar puedan elaborar una visión más lúcida de lo que la Iglesia debe ofrecer y debe cambiar con ocasión de la presente emergencia sanitaria. Sería triste dejar pasar de largo esta ocasión para hacer más auténtica, significativa y servicial la presencia evangélica que la Iglesia quiere ser en el mundo actual.
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
No soy capaz de estimar, con algún grado de precisión, la percepción social de la actuación de la Iglesia en la pandemia e imagino que es muy distinta en cada lugar del mundo y de nuestro propio país. En estos momentos, llegan "fotografías dispersas" de su acción: la actuación de algunos capellanes, las intervenciones muy significativas del papa Francisco, la donación de sueldos de algunos obispos o sacerdotes, la reconversión de la actividad de cofradías y hermandades en clave social, el auxilio de tantas parroquias a las personas cercanas más vulnerables, etc.
Creo que la Iglesia sí está haciendo lo que sabe y hace durante todo el tiempo, con la sencillez y humildad que debe caracterizar la praxis de la caridad. No obstante, las restricciones a la movilidad dificultan las prácticas habituales. Y, por otra parte, es evidente que innumerables centros de apoyo a los mayores y a los enfermos son de inspiración cristiana y que la Iglesia, con las limitadas fuerzas que tiene en estos momentos, está cumpliendo su función social antes, durante y después de la pandemia.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
Es lógico que los medios de comunicación presten mayor atención a las iniciativas novedosas de la sociedad, espontáneas y creativas, que a la acción sistemática y conocida de las instituciones eclesiales.
Por otra parte, no creo que la Iglesia tenga que competir con nadie en este terreno, practicando algo así como un "postureo solidario", sino que debe sumar su grano de arena a las acciones de toda la sociedad sin buscar “salir en la foto”. Siempre recuerdo las palabras del evangelio: "que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha" (Mt 6, 3).
Por último, estoy completamente convencido de que, una parte significativa de los gestos de solidaridad que salen en los medios, están impulsados por creyentes que no lo indican porque tampoco lo ven oportuno. La mayor misión social de la Iglesia no consiste en regentar obras confesionales, sino en "producir gente buena". Por eso, muchas acciones solidarias de nuestros días no tienen el "copyright cristiano" pero puede que sí tengan su inspiración (directa, porque sus actores son creyentes, o indirecta, porque esos valores han sido sembrados por la Iglesia en la sociedad durante siglos y perviven en ella).
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?
Todavía no está claro que la sociedad vaya a cambiar, a mejor y a aprender de la pandemia. Aunque ahora estemos traumatizados por el coronavirus, la humanidad ha padecido catástrofes de muy superior calado sin sacar las correspondientes consecuencias. Suelo comentar coloquialmente que los seres humanos más que “Sapiens, sapiens” somos “Tontus, tontus”, porque olvidamos, con enorme facilidad, las enseñanzas de la historia que nos incitarían a cambiar en una línea menos cómoda y más generosa nuestro estilo de vida. Menos claro me parece aún que las fuerzas políticas quieran firmar un nuevo y deseable pacto social en torno a la sostenibilidad ambiental, la promoción de los cuidados, la reducción de la desigualdad, la solidaridad intergeneracional, de género y territorial, la calidad democrática, el aumento de la protección social, etc.
Estoy seguro de que la Iglesia apoyará iniciativas que fomenten la inclusión social, la acogida y la solidaridad. Otra cosa es saber cuál puede y debe ser su papel institucional concreto. A mi parecer esto depende de la confianza mutua entre los actores sociales y políticos que no sobra, precisamente, en nuestro país, muy dado al sectarismo y las descalificaciones. Si no hay personas-puente entre la Iglesia y los demás actores sociales saldremos perdiendo todos. Aquí sobra desconocimiento mutuo y en particular entre los partidos de izquierda y los altos responsables eclesiales. Confío en que la Iglesia no aliente las salidas egoístas o particularistas a la crisis económica que se avecina con el lema “nosotros primero”, sea quien sea ese “nosotros”. Su actitud ante los fenómenos de las migraciones y la pobreza ha sido uno de los mayores activos evangélicos de los últimos años y le ha ganado un legítimo reconocimiento social.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
Por una parte, resulta incuestionable que la pandemia ha colocado a la sociedad en una situación existencial desconocida, que nos obliga a todos a reflexionar sobre el significado, el valor y el destino de la vida. En ese sentido preciso, es posible que la cuestión religiosa emerja sobre el mar de la superficialidad habitual.
Por otra parte, me pasa lo que a Bonhoeffer, quien afirmaba que no quería hablar de Dios en los límites de lo humano, cuando el ser humano ya no podía resolver sus problemas con la ciencia y con sus fuerzas. Me da pudor apelar a Dios cuando la muerte nos recuerda nuestra radical fragilidad. Prefiero hablar de Él en el medio de la vida y de la alegría, de Él como plenificador y potenciador de todo.
También creo que es posible hoy ofrecer un testimonio humilde pero firme de la fe en Cristo Resucitado en estos momentos en los que quiebra esa autosuficiencia humana que el progreso científico y el desarrollo económico han extendido en Europa y que caracteriza nuestra mentalidad. No podemos hacer trampa para hablar de la fe en momentos de impotencia y frustración como la "varita mágica" que resuelve el sinsentido y la muerte, pero sí podemos compartir el enorme cambio de horizonte que la fe cristiana proporciona a la vida "en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, en las alegrías y en las penas, todos los días de la vida".
"No podemos hacer trampa para hablar de la fe en momentos de impotencia y frustración como la "varita mágica" que resuelve el sinsentido"
A este respecto, me parece también claro que los creyentes practicamos una suerte de autocensura y que apenas nos atrevemos a mencionar nuestra fe o a Dios en estos momentos. Habría que saber si es por pudor, por respeto a otros, por no poder encontrar las palabras adecuadas para expresar nuestra fe, por vergüenza social, por no verlo políticamente correcto… En la mayoría de las sociedades del mundo una situación límite como esta genera expresiones naturales de la fe. En España no encontramos el modo natural de manifestarnos cristianos sin complejos y sin agresividad.
La inquietud religiosa, si es que está aumentando, se irá cuando "todo vuelva a la normalidad" en la mayor parte de los casos. Pero habrá personas a quienes estos acontecimientos habrán causado una inquietud espiritual mayor. Por dónde se decante su búsqueda dependerá de lo que ofrezcan las instancias con las que se tope. Esto supone un desafío para la Iglesia, que tiene muchas ofertas programadas “desde siempre”, pero a la que le cuesta ofrecer espacios y acciones nuevos para inquietudes nuevas. Tendremos que hacer en la Iglesia una "lectura creyente de la pandemia” que dé lugar a unas acciones pastorales directamente vinculadas a este acontecimiento (búsqueda espiritual, asunción del dolor, valor y ética de los cuidados, acompañamiento de la soledad, papel de los mayores, ayudas en las emergencias, pastoral virtual...).
¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba?
Curiosamente, desde tiempos del "nacional catolicismo" no habíamos tenido una "cuaresma obligatoria para toda la sociedad" como en esta cuarentena. Y el significado simbólico de la Pasión pocas veces ha tenido más realismo que en su paralela pasión en hospitales, residencias y UCI. Hemos tenido una catequesis radical y laica del misterio de amor, dolor, silencio y vida que es la Pascua cristiana. No han sido las películas de Barrabás o Quo Vadis, ni las procesiones, las que han ambientado en la televisión la Semana Santa, sino la lucha entre la vida y la muerte, el amor y el egoísmo que cada día nos traía el parte médico de media mañana. Es muy posible que las expresiones creativas de los creyentes para vivir la Semana Santa sin salir de casa hayan interpelado a muchos que solo percibían folckore en la religiosidad popular.
En cuanto a los funerales, aunque hablar en términos religiosos de la muerte es hoy un tabú en los medios de comunicación (casi nadie osa referirse al “más allá” o a Dios), se ha percibido de un modo generalizado cómo los gestos simbólicos son necesarios para humanizar la muerte. De ahí, el lamento generalizado por no haberlos podido realizar, las múltiples reflexiones sobre la importancia psicológica del duelo o la búsqueda de sucedáneos laicos de "últimas despedidas" para los niños y los adultos. La muerte de un ser humanos no es cualquier cosa. Muchos perciben que hay algo sagrado en ello, aunque la sociedad esté profundamente secularizada. En definitiva, algo hay que hacer para despedir a un ser humano como se merece.
"No han sido las películas de Barrabás o Quo Vadis, ni las procesiones, las que han ambientado en la televisión la Semana Santa, sino la lucha entre la vida y la muerte, el amor y el egoísmo que cada día nos traía el parte médico"
No obstante, creo que, en la actualidad, los funerales presentan una terrible ambigüedad, dado que la mayor parte de los asistentes, carece de fe personal y acude a ellos por solidaridad con la familia del fallecido. El funeral de un cristiano -celebrado por una comunidad creyente- es un acto festivo que puede ser extraordinariamente bello, alegre y profundo. Otros muchos funerales son un servicio de la Iglesia para acompañar y consolar a las familias que sufren. No hacen daño, pero no tienen capacidad de evangelizar a los asistentes que están "de cuerpo presente" pero que no viven lo que allí se proclama (con el consiguiente malestar interior de quienes presiden la liturgia). Por último, hay demasiados funerales que ni siquiera consuelan, sino que irritan a la mayoría de los asistentes por su formalismo, su rutina, el olvido de la historia concreta del fallecido, el contraste entre el contenido de los textos y la actitud del celebrante, por hablar del gozo del "más allá" haciendo caso omiso del sufrimiento de la familia en el "más acá", etc.
En definitiva, la Iglesia puede hacer mucho bien en los funerales, si sabe celebrarlos adecuadamente porque la gente esté "en carne viva", pero sin fe, sin comunidad, sin calidad expresiva, esa liturgia no puede hacer milagros. He sido testigo de que muchas personas alejadas de la Iglesia han quedado profundamente impactadas por una buena celebración litúrgica creyente, pero no creo que la mayoría de los funerales tengan esa capacidad evangelizadora y me parecería una triste lástima que la Iglesia tuviera que legitimar su utilidad social por estos ritos que, dentro de un itinerario creyente, tienen su pleno sentido, pero que, como meros gestos sociales, en buena medida lo pierden. De hecho, la mayor parte de los funerales son tristes no solo por la muerte del fallecido, sino por el divorcio patente entre lo que se proclama y lo que se cree y se vive.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
La necesidad es una gran maestra y en estos días hemos tenido que aprender "a todo trapo" a valernos de los medios telemáticos. Al menos desde mi experiencia -en un barrio muy humilde, en el que el uso de las redes sociales aún es muy limitado- esta pandemia ha multiplicado extraordinariamente el uso de Internet para todo: la personas solas se comunican, han surgido mil iniciativas de ayuda mutua entre vecinos, se llaman amigos que hacía mucho que no se veían, se difunden chistes y montajes de tono profundo o humorístico que permiten pasar mejor el aislamiento, se comparten recursos para la reflexión y la oración, hemos podido asistir por internet a celebraciones litúrgicas de todos los colores, hemos mantenido sesiones de catequesis, reuniones de comunidad y oraciones compartidas con más asistencia que a muchas de las iniciativas presenciales, etc.
En este terreno, como en todos, la clave es aprender a discernir. Hay dos frases de San Pablo muy iluminadoras al respecto: "No os amoldéis al mundo este" (Rom 12, 2) y "Probadlo todo y quedaos con lo bueno" (I Tes 5, 21). Ya sabemos que Internet tiene sus riesgos y debemos evitar que nos esclavice o desnaturalice las relaciones interpersonales, pero estos tiempos hemos descubierto también que puede ser una herramienta poderosísima al servicio de la evangelización, la fraternidad y el servicio.
"La mayor parte de los funerales son tristes no solo por la muerte del fallecido, sino por el divorcio entre lo que se proclama y lo que se cree y se vive"
Por otra parte, la experiencia que estamos viviendo también revaloriza lo que antes quizá no valorábamos tanto: quedar, vernos en directo, abrazarnos y besarnos, hacer cosas juntos, tener lazos afectivos fuertes... ¡Cuánta añoranza de fraternidad hemos sentido viendo esas iglesias vacías o con cuatro gatos celebrando la Vigilia Pascual!
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
Todo dependerá de que la Iglesia quiera hacer un discernimiento a fondo de lo que hemos vivido o que vuelva a lo de siempre "cuando escampe". Creo que debemos reflexionar juntos cómo fortalecer lo presencial, lo comunitario y, al mismo tiempo, cómo podemos interconectarnos mucho más con las nuevas tecnologías para (y) llegar a otros y de otro modo con ellas.
Por no olvidar que la pandemia va a dejarnos en herencia una terrible crisis económica que constituirá otro desafío ético, social y político para la Iglesia. Nos espera un enorme esfuerzo de reconstrucción que va a requerir de mucha solidaridad entre nosotros.
No alcanzo a imaginar cómo esta situación puede afectar directamente a las reformas del Papa Francisco. En general, él ha promovido muchas y desde una perspectiva muy evangélica. Sin embargo, las cuatro que, en mi modesta opinión, quedan pendientes y que percibo bloqueadas -la igualdad de género, la eliminación del clericalismo, la renovación de la ética sexual y la superación de una teología que no asume la visión científica del mundo- no se van a ver muy influidas por la experiencia de la pandemia.
Aunque, bien pensado, la pandemia actual sí nos obliga a afrontar la última reforma que señalaba: en estos momentos de la historia no podemos atribuir a Dios -ingenua e impunemente- todo lo que pasa como si fuera su causa inmediata. Ni Dios ha enviado esta pandemia, ni podemos pensar que a unos les salva de la enfermedad y a otros los deja morir por arbitrariedad o por favoritismo. Creer en Dios todopoderoso significa concebir que, en último término, el universo está en sus brazos y que su Espíritu puede llevar al extremo las posibilidades de la realidad, en especial de la humana. Pero apelar ingenuamente al Dios milagrero en un contexto como este, es crear, como repite Andrés Torres Queiruga, el mejor caldo de cultivo para el ateísmo. La realidad es misteriosa y, en ciertos momentos, es preferible callar a decir tonterías. Y lo mismo cabe decir de interpretaciones de la enfermedad en clave de castigo o de tratar el sufrimiento banalmente. Es hora de tomarnos en serio el mandamiento de “No tomar el nombre del Señor en vano” (Ex 20, 7) para no escandalizar a las víctimas.
Lo que sí es cierto es que, la Iglesia, como todas las demás instituciones va a salir muy cambiada en el terreno comunicativo y que esta Semana Santa ha sido, para mí, un ejemplo claro de "virtualización" que tiene que complementar a la siempre necesaria "presencialización" de la vida comunitaria. Se pueden hacer bien las dos cosas. La retransmisión televisiva de la plaza de San Pedro vacía durante la oración de Francisco con motivo de la pandemia o en el viacrucis del Viernes Santo constituyeron, para mí, sendos gestos simbólicos religiosos impresionantes, difícilmente superables en su dimensión comunicativa. A años luz de la cháchara mediática habitual.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
Seguirá manteniendo esa estructura, añadiendo el "continente digital", que tiene la ventaja de haber puesto de relieve y de modo muy concreto la universalidad y la catolicidad de la Iglesia. Más allá del vínculo natural “nuestra parroquia”, estos días nos hemos hecho “parroquianos globales”, participando en las liturgias de tantas comunidades eclesiales repartidas por el mundo. Hemos vivido la Iglesia local y la Iglesia universal estos días, articuladas perfectamente.
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?
Creo que la epidemia ha despertado el común ministerio de "arrimar el hombro en lo que haga falta" que es la base del propio sacerdocio universal de Cristo y del sacerdocio común de los bautizados. En este terreno, muchos laicos están más preparados tecnológicamente o pueden realizar ciertos servicios originales mejor que una parte del clero. Toda crisis genera servicios, carismas y ministerios en general. No obstante, desde mi modesto punto de vista, el problema de fondo no es que haya que ordenar a los laicos, sino que debemos buscar ordenar a los ministros que necesitemos, buscando los mejores carismas, sin discriminar entre varones y mujeres, casados o solteros, sino eligiendo a los creyentes más enamorados del evangelio y más capaces de servir y de animar la comunidad. El estatus teológico de los ministerios ordenados debería independizarse de su clericalización (separación del pueblo y estatus de superioridad) que, esa sí, ha sido un verdadero mal que ha generado y genera muchas dificultades eclesiales.
"Hay que buscar los mejores carismas, sin discriminar entre varones y mujeres, casados o solteros"
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
Es cierto lo de "a grandes males, grandes remedios", pero confío en que podamos volver a reunirnos en vivo y en directo sin tener que mantener el "aislamiento social" y las relaciones "virtuales". Las eucaristías televisadas, los sacramentos retransmitidos y las comunidades digitales son "un mal menor", "un sustituto para emergencias", pero no el ideal de la normalidad en la vida de la Iglesia. El problema de la praxis sacramental no es de procedimientos, sino de actitudes. Habrá eucaristía allí donde haya personas deseosas de estar con comunión con el Dios de Jesús y con sus hermanos; habrá sacramento de la penitencia allí donde haya personas capaces de reconocer sus errores, de querer convertirse de vida y de pedir perdón. Si existen esos deseos, la Iglesia y Dios encontrarán caminos para realizar y expresar el encuentro gozoso y salvífico con nuestro Dios de un modo acorde a la sensibilidad cultural de cada época.