"¿La sinodalidad es la democratización de la Iglesia y, por ende, de la doctrina, de la fe y de la moral?" Teología moral transdisciplinar en clave de sinodalidad: una visión latinoamericana y del caribe
"En el seguimiento de Cristo, la persona haya en la voz de su conciencia la voz de Dios que la invita a hacer el bien y a evitar el mal, permitiéndole desde su libertad adherirse al proyecto del Reino que lo realiza verdaderamente humano"
"El aspecto sinodal de la moral es la comunión que tiene en cuenta a la persona y sus experiencias personales"
"Un verdadero y justo desarrollo de la teología debe ser sinodal y transdisciplinario porque de lo contrario se ausenta de la realidad"
"La teología moral transdisciplinar, enfocada en la sinodalidad, debe encarnar una diaconía que libera al hombre y lo inserta en una comunión más amplia"
"Un verdadero y justo desarrollo de la teología debe ser sinodal y transdisciplinario porque de lo contrario se ausenta de la realidad"
"La teología moral transdisciplinar, enfocada en la sinodalidad, debe encarnar una diaconía que libera al hombre y lo inserta en una comunión más amplia"
| Samuel Velásquez-Serrano*
Sumario: ¿La sinodalidad es la democratización de la moral en la Iglesia? El Sínodo sobre la Sinodalidad ha planteado diversas preguntas acerca de cómo ser Iglesia en el siglo XXI. Se ha puesto un fuerte énfasis eclesiológico sobre el rol que todos los bautizados y bautizadas debemos asumir como hijos e hijas de Dios y miembros de la Iglesia. Durante la primera sesión del Sínodo en 2023, el tema de la inclusión y la participación en la vida de la Iglesia ha sido de suma importancia. Esto ha generado cuestiones relevantes para la teología moral, como, por ejemplo, preguntarse si la sinodalidad significa comprometer la objetividad de la teología moral.
En otras palabras, ¿la sinodalidad es la democratización de la Iglesia y, por ende, de la doctrina, de la fe y de la moral? Ante estas inquietudes, nos preguntamos cómo la necesidad de la especialización de la teología moral, promovida por el Concilio Vaticano II, procede hoy en día para abordar los retos éticos y morales de nuestro tiempo. Asimismo, cómo la sinodalidad y la transdisciplinariedad contribuyen a que la teología moral pueda llevar a cabo su misión y vocación. Por último, la experiencia de América Latina y del Caribe, a través del CELAM, puede aportar valiosos frutos sobre la reflexión basada en la madurez de ciertos caminos históricos recorridos en estos aspectos.
Palabras clave: sinodalidad, teología moral, transdisciplinariedad, Concilio Vaticano II, CELAM, Latinoamérica y el Caribe.
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Introducción
Para abordar la inquietante pregunta de si la sinodalidad representa una democratización de la teología moral, es fundamental esclarecer algunos puntos sobre la vocación y misión de esta disciplina en la vida de la Iglesia, así como abordar la llamada a la santidad a través de las ponderadas decisiones morales que siguen la conciencia recta y honesta. Este análisis nos llevará a explorar la relación entre las decisiones morales y el deseo innato de felicidad, una conexión que es esencial para comprender la ética cristiana. En este contexto, no podemos obviar la dificultad de aclarar, en la actualidad, la relación entre verdad, felicidad y objetividad. Estos conceptos, aunque interconectados, presentan desafíos significativos en su interpretación y aplicación en la vida moral del creyente. Una vez discutidos estos puntos iniciales, intentaremos por último comprender si tiene algo que ver la sinodalidad con la teología moral, si es un sí o un no, cómo sucedería esto.
2. Vocación y misión de la teología moral
La teología moral ejerce su vocación y misión en la medida que es capaz de iluminar, desde la fe y la razón, la vida de los discípulos y las discípulas del Señor en orden a su realización plena. Esta exhorta a escuchar la voz de la conciencia que está en lo más profundo del corazón, la cual lo invita a hacer el bien y a evitar el mal, de tal modo que los cristianos puedan dar frutos en la caridad para la vida del mundo. Seguir la voz de la conciencia ofrece una mirada específica sobre la realidad. Cuando se sigue esta voz con el conocimiento cierto de dejarnos iluminar por el misterio de Cristo, sin duda, los discípulos y discípulas de Señor son capacitados a leer, interpretar y actuar ante los acontecimientos de su vida, con fe, esperanza y caridad. Esto genera una cierta paz, gozo y felicidad interior. No obstante, ¿es suficiente que la conciencia sea iluminada por Cristo para realizarnos plenamente como humanos y ser felices?
La pregunta es afirmativa en cuanto que la Buena Nueva revelada en Cristo es el proyecto de nueva humanidad, pero necesitamos una mayor profundización y concretización en nuestra vida cotidiana. El proyecto de vida se decide en la adhesión a Cristo, en acoger su proyecto, lo cual hace que nuestros actos humanos se orienten hacia él. Esto tiene su complejidad, pues saber dirigir el deseo humano hacia el bien mayor para el cual fue hecho, necesita ser, no solo iluminado por la luz de Cristo, sino que debe ser igualmente informado y formado. ¿Cómo se da este doble movimiento? La hipótesis de este artículo es que la teología moral postconciliar necesita y debe además de ser iluminada por el misterio de Cristo, informada y formada por la transdisciplinariedad y la sinodalidad, en orden al perfeccionamiento propio de su quehacer teológico, para cumplir con objetividad su misión y vocación.
Si la teología moral desfigura su vocación y misión en moralismos y reglas, pierde su capacidad profética. Sería una campana insignificante, incapaz de dar tono y color a la vida de los cristianos y cristianas de hoy. En otras palabras, incapaz de asumir los retos que la realidad, la ciencia, la sociedad y la vida humana hoy se plantea. Parece ser que la teología latinoamericana y del caribe ha hecho un camino que podría iluminar nuestra hipótesis. Por lo tanto, ¿cuál es el rol de la transdisciplinariedad y la sinodalidad en la teología y vida moral?, ¿cuáles son entonces las herramientas necesarias para escuchar, discernir y decidir? Por estas razones intentaremos exponer, cómo el ejercicio de la teología y la vida moral están íntimamente unidos a la finalidad plena de cada ser humano, que es la felicidad. Que la teología y la vida moral no es, no puede y no debe ser un acto aislado de la comunión eclesial, y mucho menos, debe aislarse del diálogo social y científico con el que se enriquece. Profundicemos en la relación entre la vida moral y la felicidad.
3. Vida moral y felicidad
Todo ser humano, independientemente de su origen, su cultura o su fe, desea ser feliz. Diversas condiciones existenciales influyen en la percepción de la felicidad, como por ejemplo la salud, las condiciones económicas, políticas y las relaciones humanas. Un elemento crucial en la apreciación de la felicidad es la salud mental. Este es un tema que últimamente ha tomado relevancia por los avances de las neurociencias. En nuestros días, existe un creciente interés por estudiar más a fondo y comprender desde la psicología, la psiquiatría y la neurobiología la relación e influencia en los estados emocionales y físicos en relación con el cuerpo y la mente. Un ejemplo de la relación cuerpo y mente es el estudio de cómo se comporta e influencia la voz interior que va comentando los episodios de nuestra vida y que nos permite percibir y afirmar que existe un diálogo autorreflexivo, que desarrolla un rol importante en nuestro equilibrio interno psicológico.
Este diálogo interno lo podemos percibir con serenidad o puede ser una voz interna que nos tritura; es capaz de levantarnos, animarnos o boicotear nuestra vida, así como de percibir que algo no va bien internamente, jugando un rol muy importante en los estados de depresión y ansia. Haciendo la salvedad de lo complejo que está a la base de una depresión endógena en su influjo biológico y de predisposición genética; cuando un individuo vive obsesivamente anclado en los acontecimientos de su pasado, repitiéndose circularmente, esto desafortunadamente lo arrastra hacia un estado de depresión de origen exógeno, psicosocial y circunstancial, generando una sensación de infelicidad. Por otro lado, si el individuo vive proyectado enajenadamente en el futuro, esto le genera una ansiedad invasiva que no le permite disfrutar el momento presente, generando una sensación de tribulación.
Es así, que la depresión y el ansia emergen como dos de las principales patologías psicológicas de nuestro tiempo que repercuten fuertemente en la vida de una persona, afectando por supuesto, sus decisiones morales, su percepción de bienestar, de armonía y de felicidad. Como nunca en el pasado, desde hace algunos años asistimos a una sociedad Prozac que busca la felicidad frágilmente medicalizada, buscando paliar sus vacíos existenciales con soluciones químicas en lugar de confrontar las raíces profundas de su deseo de felicidad y del porqué de su descontento.
Esto nos sugiere, que la felicidad es una manifestación dinámica, poliédrica y multifacética que emerge en el entramado de la complejidad y misterio de la persona humana. La dinamicidad de la felicidad se revela en la intersección de las dimensiones emocionales, cognitivas, espirituales y sociales de cada individuo. La felicidad no es un destino estático, sino más bien un proceso continuo de descubrimiento y realización personal, en el cual se encuentran en armonía y equilibrio la búsqueda de significado interior y existencial, la satisfacción de las necesidades y la relación con los demás y con el mundo que nos rodea.
En esto confluyen e influyen diversas dimensiones materiales e inmateriales de la persona, tales como su sistema neurológico, hormonal, el raciocinio, la cognición, los afectos, las emociones, la empatía, la identidad de género, las creencias religiosas, la espiritualidad y el entorno sociocultural. Estas dimensiones constituyen los elementos esenciales del desarrollo humano que favorecen la toma de decisiones a favor de la realización plena y por ende de la felicidad. Igualmente, estos factores juegan un rol fundamental en la formación del juicio moral integral, otorgándole y presuponiendo la libertad y la responsabilidad a la persona. En consecuencia de lo anterior afirmado, el bienestar individual se desarrolla mediante la armonización de la pluralidad dimensional de la persona humana en un estado consciente que le permite interpretar la realidad y discernirla.
La felicidad, en este contexto, representa la experiencia de vivir conscientemente en la realidad con la atención de apreciar las circunstancias positivas que se presentan, pero implica también la capacidad de manejar de manera adecuada las adversidades. Aunque todo esto tiene un impacto profundo sobre la felicidad, lo más crucial en este asunto, no es en definitiva señalar o ver lo que nos pasa, sino que la felicidad va a depender en cómo interpretamos lo que nos pasa y la actitud con la que enfrentamos las cosas.
Muchas situaciones enfrentamos día a día: podemos perder el trabajo, un amigo querido, un hijo, lograr el sueño deseado, ganarse la lotería, que se fije en nosotros la persona deseada; en fin, cada uno interpreta de modo diferente los acontecimientos a partir de los elementos que conforman el propio carácter y las herramientas materiales e inmateriales de la persona, su historia y su formación. Pero a esto se van a añadir las circunstancias en las que se entrecruzan los acontecimientos; no será lo mismo perder el trabajo, pero al mismo tiempo ganarse un concurso o un buen premio. La felicidad depende mucho de cómo interpretamos lo que nos pasa.
Entender la relación entre la vida moral y la felicidad necesita de una constante autoevaluación de la vida, del camino presente, de las decisiones que hacemos y cómo las tomamos. Nuestras decisiones morales responden al deseo de la felicidad. Los seres humanos vamos a buscar la felicidad donde el corazón nos indica que allí está con la apariencia de realización y libertad. Aunque nos equivocamos en contadas ocasiones por los engaños de la aparente felicidad, esta es la flecha que indica y guía las decisiones morales revelándonos a veces que decidimos en contra de la verdad y la honestidad. La felicidad por sí misma puede ser ilusoria, es así como emerge en nuestra conciencia el deseo de la verdad, al cual, si somos honestos, damos todo por ello porque en definitiva llegan a coincidir, felicidad, verdad y honestidad.
La psicología y la psiquiatría enfocan este tema a partir de vivir consciente la realidad, la atención del diario vivir y cómo interpretamos lo que nos pasa. Para que esto ocurra, debemos aprender a reconocer y ser conscientes de la voz interior que va comentando toda nuestra vida, lo que sucede en cada momento y la que nos va diciendo cómo nos sentimos y nos dice si estamos haciendo bien la cosas. Esa voz nos ayuda a comentar y discernir la verdad y la honestidad, pero a nivel psicológico, puede jugar a nuestro favor, mejorando nuestra actitud ante los retos, o por el contrario, puede boicotear nuestra vida, nuestra paz y equilibrio interior.
Esa voz la identificamos en una variedad de frases tales como: «no soy capaz», «nadie me valora», «la gente me mira mal», «soy un fracaso», «me merezco lo que me pasa», «no soy bueno». También la voz puede jugar a nuestro favor: «creo que sí soy capaz», «lo lograré», «esto vale la pena», «esto yo si me lo merezco», «daré todo de mí», «debí ser más condescendiente», etc. En neurociencias, desde hace ya algún tiempo se habla del correlato fisiológico de esta función mental que desarrolla un importante rol en la percepción, el comportamiento y toda la actividad intrínseca e inconsciente del cerebro. Este sistema o fenómeno se le conoce como la red neuronal por defecto, conocida en inglés como Default Mode Network.
Esto consiste, en que aunque el cerebro parece estar en reposo, diversas actividades continuamente están sucediendo sin plena advertencia del sujeto. Es un cierto tipo de energía que se mueve en estado silencioso interneuronal y que se manifiesta como un constante rumeo de pensamientos autorreferenciales y autobiográficos que divagan por nuestra cabeza casi de un modo inconsciente, procesando contantemente diversos tipos de pensamientos, problemas, deseos y juicios, jugando un rol importante en nuestro actuar social presente y futuro, el impulso motivacional y el estado de ánimo. Todo esto, por supuesto, hacen parte fundamental de la personalidad, el juicio y el obrar moral.
¿Cómo se forma y de qué se alimenta esta voz interior? En síntesis, de dos elementos, las relaciones y las experiencias. Desde los primeros momentos de nuestra concepción todas las relaciones juegan un rol muy importante y son cruciales en determinar la configuración de la voz interior. Así mismo, las experiencias van marcando una acentuada impronta en la voz que se refleja en la personalidad. Esto influye fuertemente sobre nuestra identidad y la percepción de sí mismo, jugando un rol muy importante en nuestra autoestima, en cómo interpretamos la realidad, lo que nos pasa, y en la actitud con la que enfrentamos los avatares de la existencia.
Debido a la importancia en las decisiones morales que tomamos y en la percepción de nuestra felicidad, el tema de la voz interior es algo a lo que le tenemos que prestar mucha atención; es decir, estar atentos en cómo nos hablamos a nosotros mismos, reconocer esa voz y cuáles son las ideas o los pensamientos que concurren. Esa voz que coincide de un modo personal, cognitivo y espiritual es crucial en la voz de la conciencia, lo que lleva a determinar ese crecimiento de madurez moral, personal, espiritual y social.
Por otra parte, quien no le presta atención a la voz de su conciencia, de hecho recae en decisiones inmaduras que golpean la capacidad de la realización personal y hieren la conexión con la sensación de la felicidad. En fin de cuentas, la conexión entre la felicidad, las decisiones morales y la voz interna o la voz de la conciencia, se configuran como aspectos fundamentales para comprender el misterio de la persona humana en toda su integridad física, espiritual y social. La vida moral y la felicidad son dos elementos que coinciden y confluyen en la vida de los discípulos de Cristo.
En el seguimiento de Cristo, la persona haya en la voz de su conciencia la voz de Dios que la invita a hacer el bien y a evitar el mal, permitiéndole desde su libertad adherirse al proyecto del Reino que lo realiza verdaderamente humano. Aprender a escuchar la voz de Dios, conocernos y entender la voz de nuestro interior nos debe provocar una sana inquietud que florece a través de los frutos del Espíritu Santo en nuestra vida: amor, alegría, paz, paciencia, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
En definitiva, la felicidad y la vida moral coinciden en la plena realización del humano. Es la persona que vive en Cristo. Es feliz porque elige en Cristo encarnando en sí la vida de las bienaventuranzas, donde todo es don y gracia porque no se siente dueño de nada sino un mero administrador de los bienes de Dios. En sí: un pobre de espíritu porque todo es de Dios.
4. La vida moral del creyente
La vida moral y la felicidad se manifiestan y se realizan en lo concreto de la existencia humana. No son una afectación de la mente sino de toda la persona, de todo su cuerpo, ya que este es el ser de la persona. Somos un cuerpo sintiente, un todo que piensa y que siente, no solo el cerebro, somos un espíritu encarnado y carne con espíritu. El fundamento de la vida moral está en el encuentro con el otro, delante de un tú, de una corporeidad personal. La moral nace cuando estamos delante de un tú que me insta desde la libertad, la responsabilidad y el discernimiento a conocer los límites entre el bien y el mal, entre lo que puedo y debo hacer.
Para el creyente, el encuentro con la persona de Jesús realmente lo humaniza posibilitando un verdadero desarrollo de plenitud y felicidad. Esta felicidad se plasma en lo concreto cuando el discípulo de Cristo ejerce su naturaleza bautismal asumiendo su identidad como hijo de Dios: sacerdote, profeta y rey, y donde sus decisiones morales coinciden con su opción fundamental por Cristo. La conciencia moral del discípulo, intrínsecamente ligada a la relación, se manifiesta como un camino de comunión sinodal, donde se valora la diversidad de perspectivas y experiencias. Por esta razón, que hablar del discípulo de Cristo que asume con seriedad su vida moral en la fe como hijo de Dios y miembro de la Iglesia, reconoce en honestidad, que el discipulado es comunión, es sinodalidad, es un camino juntos en la diversidad. Para que esto se concretice, el discípulo debe apreciar y valorar el don de su conciencia, desarrollando la autonomía moral fundada en la fe y madurando a la luz de la conciencia de Cristo.
En este contexto, afirmamos que la conciencia moral está intrínsecamente ligada a la relación, a la alteridad, la cual nos interpela y fundamenta la pregunta ética. Esta manifiesta nuestra naturaleza humana, que es intrínsecamente relacional y personal. Por lo tanto, la vida moral del creyente se configura como un camino de comunión. Podemos decir que la vida moral del creyente se configura como un proceso sinodal cuando está impregnada por una conciencia formada en Cristo, que no solo celebra la fe, sino que vive de acuerdo con ella. Este enfoque tiene en cuenta la vida de los demás, comprendiendo sus alegrías, angustias y esperanzas.
Es capaz de escuchar, integrar y comprometerse, sintiéndose y contribuyendo a constituir la Iglesia como el pueblo de Dios, un hogar acogedor de todas la periferias existenciales y un hospital de campaña. La vida moral del creyente se expresa sinodal porque encarna el proyecto de una nueva humanidad, representado por las Bienaventuranzas, que constituyen el programa del Reino de Dios ya presente entre nosotros y que se concreta en la vida de la Iglesia. En resumen, la vida moral del creyente es intrínsecamente sinodal porque está fundamentada en la relación. Esta tiene su origen en la dimensión trinitaria y se materializa en la Iglesia, ya que esta última logra encarnar el proyecto de una nueva humanidad.
5. Teología moral transdisciplinar en perspectiva sinodal
La transdisciplinariedad de la teología moral implica la capacidad de participar en un diálogo científico que atraviesa y trasciende los límites que delinean las distintas áreas del conocimiento y las experiencias de la realidad humana. Este enfoque no solo busca la integración de diversas disciplinas científicas, sino también ofrecer al mundo, enriquecido por la luz de la Revelación, respuestas que revelen de manera más profunda y holística el misterio del ser humano frente a Cristo y el misterio de la Iglesia como pueblo de Dios. Esta comprensión nos permite ver ángulos del saber teológico que no eran escrutados en su relación hasta hace poco, pero positivamente nos ofrece posibilidad de un diálogo transversal y transcendental, porque que va más allá de cada una de las disciplinas. Esto ofrece en la reflexión teológica perspectivas muy creativas y flexibles sobre la realidad moral a ser considerada y evaluada.
La sinodalidad favorece la transdisciplinariedad porque nos coloca a la escucha atenta del otro, sus apreciaciones, sus circunstancias, sus expectativas y necesidades. De esta manera, también se enriquece la teología moral a través de la escucha y diálogo transversal y transcendental con los demás saberes, sin perder el horizonte de la fe. Sin embargo, dentro del ámbito de la moral en el contexto sinodal de la Iglesia, surge una señal de alarma que suscita la sospecha de una posible relativización de los principios morales y una democratización de la verdad, la libertad, la conciencia y la responsabilidad en el actuar moral.
Esto genera sin duda una tensión, pero ¿cómo puede resolverse? Si entendemos por sinodalidad «la dimensión histórica de la comunión eclesial fundada en la comunión trinitaria [...] que tiene en cuenta el sensus fidei del pueblo santo de Dios, la colegialidad apostólica y la unidad del sucesor de Pedro», entonces, la teología moral transdisciplinaria en clave sinodal no es una democratización o una relativización de la verdad moral y de la fe, sino que tiene como fundamento y naturaleza la comunión eclesial de las conciencias libres y responsables puestas en relación iluminadas por la Revelación.
En este contexto, la teología moral transdisciplinar sinodal si es fiel a la Revelación, al trabajo y diálogo en comunión y red, no debe ser vista como una amenaza a la verdad moral, sino como una fuente de enriquecimiento de perspectivas y luces que hacen más evidente la fuerza y la belleza de la comunión eclesial y el respeto por la dignidad de las conciencias personales puestas en relación. La sinodalidad, cuando es fiel a su naturaleza de comunión trinitaria, no implica una democratización de la verdad, sino que más bien valora la participación activa del pueblo de Dios, la colaboración colegial de los apóstoles y la unidad vinculada por el sucesor de Pedro. La resolución de esta tensión requiere, por lo tanto, un enfoque equilibrado que reconozca la centralidad de la verdad moral y de la fe, mientras abraza al mismo tiempo la riqueza de la sinodalidad como expresión de la comunión eclesial. Esto implica una atención constante a la formación y guía de las conciencias a través del diálogo, la reflexión, el discernimiento y la búsqueda de la verdad contemplando el misterio de Cristo.
El aspecto sinodal de la moral es la comunión que tiene en cuenta a la persona y sus experiencias personales. Este enfoque implica el diálogo y el consentimiento crítico e histórico de las conciencias, de sus experiencias y costumbres, sin imponer nada, encontrando soluciones a los conflictos de valores en una conciencia compartida y libre. En este contexto, la sinodalidad no corrompe la moral; por el contrario, exalta la vocación humana en su deseo más profundo de la verdad y la felicidad. Fortalece la dignidad de la conciencia y defiende la verdad intrínseca del humanum, que en sí mismo es relación y comunión. La sinodalidad, por lo tanto, se configura como un camino que valora la diversidad de perspectivas y experiencias y que promueve la humildad en la verdad, la flexibilidad del corazón y el pensamiento, promoviendo al mismo tiempo una búsqueda compartida en camino y mejor entendimiento de la verdad moral en el respeto de la libertad individual y la comunión eclesial.
La objetividad de la moral no se ve comprometida por la sinodalidad en la Iglesia, ya que ambas convergen hacia la misma fuente y finalidad, es decir, la verdad del ser humano orientado hacia la comunión. Sin embargo, es posible señalar dos riesgos potenciales. Si la Iglesia persiste que su ser en el mundo es proteger las murallas no fundamentales y secundarias de la moral, la eclesiología, la liturgia, etc., afirmándose con el eslogan: todo lo pasado fue mejor, es probable que manifieste síntomas de un apático cansancio que le impida afrontar los retos de hoy; o peor aún, tener una Iglesia constantiniana, como diría Don Hélder Câmara: «Esperando: Constantino continua vivendo em nós».
Un segundo riesgo, es que si la Iglesia se obsesiona con abrazar estrepitosamente las ondas modernista sin pasar las cosas por el filtro de la prudencia, el discernimiento, la oración, la escucha, el diálogo sinodal y la fidelidad en lo fundamental de la Revelación, la Tradición y el Magisterio, entonces sufriría, como dijimos anteriormente, de las dos principales enfermedades de nuestro tiempo a niveles macros; una iglesia deprimida, sin fuerzas, cansada, estancada e incapaz de hablar con el hombre de hoy. No podemos desconocer que lo que sucede en el mundo sucede en la Iglesia, no somos una burbuja en el mundo.
En caso de que la Iglesia se decante o se desbalancee por alguno de los extremos mencionados, queda gravemente herida la capacidad de realizar su misión, quedando comprometida su capacidad de interpretar la realidad y tomar decisiones válidas desde la fe, y que puedan iluminar la vida de las personas. Esta fue la crisis que, en su tiempo, San Juan XXIII fue capaz de identificar, llevándolo a convocar el Concilio Vaticano II y su subsiguiente desarrollo.
La Iglesia del Concilio ha facilitado contemplar un rostro más claro del misterio de sí misma y del ser humano, confirmando la íntima unión del pueblo de Dios con toda la familia humana, ya que nos ha hecho comprender que «las alegrías, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, especialmente de los pobres y de todos aquellos que sufren, son también las alegrías, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo». Esto ha requerido dentro de nuestro campo de estudio, un perfeccionamiento de la teología moral; es decir, el desarrollo de una capacidad de diálogo con el mundo de las ciencias sin renunciar a sus fundamentos epistemológicos y antropológicos.
En otras palabras, una teología moral, que alimentada por la Sagrada Escritura sea capaz de expresarse científicamente iluminando la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo. Esta importante necesidad toma forma y claridad a través de la escucha de todas las voces para discernir el bien último a seguir y decidir desde la primera instancia el bien próximo a realizar. Este enfoque moral se alinea con la expresión de una Iglesia sinodal. Por otro lado, el diálogo con las ciencias y la exposición científica contribuyen a que la teología moral sinodal sea y necesite ser transdisciplinar para conferirle una mayor madurez, credibilidad y autoridad.
A la luz de todo esto, emerge una relación más clara e importante entre teología moral, la sinodalidad y la transdisciplinariedad, que resulta muy útil para hacer frente a los desafíos en el mundo actual. Pensemos por ejemplo a las discusiones abiertas sobre cuestiones éticas y bioéticas o la misma inteligencia artificial. Peor no solo eso, también la reflexión sobre la presencia y participación de las mujeres en la vida de la Iglesia, la gobernanza, la acogida y la inclusión de todos los bautizados, o por ejemplo, una reflexión más evangélica sobre la teología moral sexual y familiar, la formación de los bautizados, de los seminaristas y sacerdotes, la misión, los migrantes, etc.
Un verdadero y justo desarrollo de la teología debe ser sinodal y transdisciplinario porque de lo contrario se ausenta de la realidad. En conclusión, este enfoque sinodal y transdisciplinar de la teología moral permite a la Iglesia discernir la armonía incluso en las dificultades, prestar atención a la realidad de aquellos que creen y sufren, y comprometerse en la construcción de la unidad en la diversidad, participando así en el misterio de la comunión divina.
6. Perspectiva desde la Iglesia latinoamericana y del caribe
La Iglesia cuando es concebida como una familia que discierne en comunidad se vuelve accesible a todos; resuelve sus conflictos, escucha, abraza, ama y sana. La teología moral sinodal transdisciplinar se presenta como un servicio de comunión entre Dios y la persona, una diaconía que se sumerge profundamente en la realidad humana con aguda sensibilidad. Esta perspectiva ha sido cultivada por el Concilio Vaticano II y profundizada por los continuos encuentros de la Conferencia Episcopal de América Latina, que, abriendo las puertas de la Iglesia al mundo, ha sido capaz de mirar a la cara a los pobres, ver sus lágrimas, escuchar sus lamentos y deseos de libertad, y dignamente reconocer que están en el centro del corazón del mensaje del Reino estrechando sus manos.
A través de los encuentros de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), los obispos latinoamericanos y del caribe se han ejercitado en el diálogo y la comunión, permitiendo que la fe ilumine sus diferencias y evangelice la cultura. A través de estos documentos, podemos apreciar, que la aplicación del método ver, juzgar y actuar, les ha permitido entrar en una dinámica de contacto con la realidad para ofrecer respuestas concretas, dando esto una identidad muy particular a la Iglesia latinoamericana y del caribe, sin crear esto fractura con la comunión universal de la Iglesia. Este método ha sido un ejercicio de sinodalidad transdisciplinar, puesto que nutriéndose del contacto de la multiplicidad de enfoques transversales y transcendentales que revelan las cadenas de los pobres, se ha convertido en un paradigma de liberación capaz de dignificar la vida de los pobres; atados tanto por los pecados personales como por los pecados estructurales.
Una Iglesia sinodal no excluye al pobre, no prescinde del pecador, sino que lo acoge, lo escucha, le tiende una mano de misericordia, le ayuda a discernir y lo acompaña en su camino de autonomía moral como creyente, sin condenarlo. Todos necesitamos ser liberados, sanados y salvados. Una madre no reniega de sus hijos e hijas; los guía y los acompaña aún en el peor de los casos. La Iglesia latinoamericana y del caribe como madre, ha sido gestora de procesos en medio de su pueblo, especialmente comprendiendo y afrontando la realidad y la relación entre la teología y la vida de los desfavorecidos.
Igualmente, en su proceso de madurez colegial y sinodal, ha tenido que escuchar, discernir, elegir y corregir en coherencia con el Evangelio, la Tradición y el Magisterio, el arduo tópico de la teología de la liberación. Su validez y actualidad es tal en la Iglesia universal, que san Juan Pablo II, quien no era en principio un gran entusiasta, llegó a afirmar: «no es sólo oportuna, sino útil y necesaria». Dicha madurez hoy en día se refleja en una Iglesia sinodal, que insistentemente debe nutrirse de la transdisciplinariedad en su ser y quehacer teológico y pastoral.
En conclusión, la teología moral transdisciplinar, enfocada en la sinodalidad, debe encarnar una diaconía que libera al hombre y lo inserta en una comunión más amplia; una diaconía que promueva la dignidad de la conciencia y la integración de todos los bautizados, superando las sombras y los deseos del pasado, y al mismo tiempo, abordando de manera realista las preocupaciones futuras.
7. Conclusión
La sinodalidad no es solo un aspecto eclesiológico para ser pensado acerca de las estructuras y de las prácticas, sino también una conversión en la forma en que reflexionamos, hacemos teología y concebimos la Iglesia. Es vocación de la teología moral iluminar la vida de los fieles a partir del misterio de Cristo, y, responsablemente, debe hacerlo con la profundidad que requiere su tarea teológico-científica, escuchando, dialogando e integrando la pluralidad del saber humano. La sinodalidad y la transdisciplinariedad por tanto, son dos caras de la misma moneda que enriquecen la teología moral. Le permiten a esta, abordar las desafíos morales contemporáneos de manera integral y holística.
La teología moral si no se piensa sinodal y transdisciplinar, corre el riesgo de ser una teología desencarnada, piramidal, elitista y alejada de lo fundamental de la fe. La decisión metodológica del Sínodo de la Iglesia; es decir, escuchar, discernir y decidir, es un eco potente del ver, juzgar y actuar con acentos que hacen de la Iglesia un lugar que acoge y ora al Padre sus cuitas (reflexiona y dialoga) y actúa en Cristo con su luz. De esta manera se pueden afrontar mejor las exigencias éticas y morales del mundo actual.
En conclusión, la teología moral transdisciplinaria en clave sinodal es un tema que requiere una profundización significativa tanto en el ámbito de la reflexión eclesial y pastoral, como simultáneamente en la reflexión teológica universitaria. Es esencial abordar los desafíos morales contemporáneos de manera completa y holística, ya que los problemas del mundo coinciden con los problemas de Iglesia. Solo a través de este enfoque, los discípulos y discípulas del Señor podremos dar frutos en la caridad para la vida del mundo.
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*Samuel Velásquez-Serrano
Sacerdote de la Arquidiócesis de San Juan de Puerto Rico.
Estudiante de doctorado en teología moral de la Accademia Alfonsiana
Pontificio Istituto Superiore di Teologia Morale – Roma (Italia)
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