Antonio Aradillas Timorata interpretación "oficial" de las diaconisas

(Antonio Aradillas).- Con asidua y misericordiosa frecuencia, el Papa Franciscose hace noticia -"evangelio" en los medios de comunicación social del orbe católico "et supra". Los católicos -jerarquía y laicos- que no están de acuerdo con su doctrina y comportamiento evangélicos le disputan a veces el protagonismo de su "noticia" con comentarios inocuos, aunque, en ocasiones, ciertamente indecentes e irreverentes, soberbia e interesadamente convencidos de la condición que le adscriben a sus juicios como "palabra de Dios"

Una de las más recientes y "escandalosas" noticias franciscanas que echó a volar el Papa por los cielos de las reivindicaciones que hoy sigue reclamando la humanidad, es la desaparición de la cerril discriminación que padece la mujer, aún dentro de la Iglesia, harta ya de que sus leyes y el trato que recibe en ella sea humillante y anti- evangélico en relación con el hombre, tan solo por su condición de mujer. Ante unas 900 superioras de Órdenes y Congregaciones Religiosas, y en respuesta a la pregunta de una de ellas al Papa, este apostó por la próxima creación de una Comisión Pontificia que estudie e intente llevar a cabo las conclusiones que se deriven, en orden a clarificar el por qué de la desaparición, en la historia eclesiástica, de las "diaconisas".

La posibilidad de que la mujer aspire además, y sobre todo, al ejercicio del ministerio sacerdotal y a las más altas responsabilidades eclesiásticas en sintonía y equiparación con el hombre- varón, ha motivado que a estos se les rasguen las vestiduras -"ornamentos sagrados"-, temerosos de que sus mitras y sacrosantos y viriles privilegios, por el hecho de ser hombres, se conviertan en lánguidos recuerdos históricos y feudales, carentes de referencias si estas no son relativas al Dios-, varón y machista, por antonomasia, por Biblia y por teología.

Desearía que las siguientes sugerencias contribuyan a la clarificación de un problema de tanta importancia, seriedad y ejemplaridad en la Iglesia, que a algunos y algunas, dentro y fuera de ella, les resulta poco menos que apocalíptico.

El sacerdocio de la mujer, su planteamiento y la inicial negativa canónica a su ejercicio por parte de ella, no es un tema definitivamente resuelto, aun cuando algunos con sobre-títulos de teólogos "oficiales", con símbolos cardenalicios y con invocación expresa a la autoridad del Papa San Juan Pablo II, así lo crean, lo prediquen como doctrina oficial, e inmisericordemente condenen a quienes opinen de modo distinto.

La doctrina oficial impartida por el citado Papa, carece de la condición inamovible del dogma de fe. Interpretarla de esa manera, sería -es- una frivolidad intelectual, impensable a la luz de la fe, en cuyo nombre y autoridad también fueron "oficialmente" prohibidas, en su día, formulaciones tales como el progresismo, el socialismo, el ferrocarril y el pararrayos, por citar ciertos ejemplos, algunos de ellos hasta esperpénticos, risibles y de parvulario.

La letanía de las prohibiciones "eclesiales" y "religiosas" configura un capítulo triste, doloroso, vergonzantes e indecoroso. Coincidiendo con la noticia de la posible creación de la Comisión Pontificia del diaconado femenino, en el atrio de la iglesia argentina de San Salvador de Zárate, apareció copia de un edicto parroquial, que prohibía el acceso al templo, de las mujeres con minifaldas, o pantalones ceñidos". No pocos lectores y lectoras recordarán los tiempos "ortodoxos" en los que en pleno verano hispánico las mujeres eran obligadas a enfundarse manguitos de papel o de tela, para así poder asistir a los actos de piedad o de culto.

La renovación del diaconado femenino no resuelve el problema de la discriminación de la mujer en la Iglesia, a no ser que tal proyecto sea tan solo parte de la táctica pontificia pastoral para afrontar lo antes posible, de verdad y en sus proporciones auténticas, su realidad y profundidad ontológica basada en veterotestamentarias liturgias, "ofensivas para el devoto sexo femenino", y más para el religioso, por oficio y por vocación. Para bautizar, "casar", dar la comunión, servir al altar y atender otros servicios, los laicos están capacitados de por sí, sin necesidad de la recepción de "poderes", con nuevas ceremonias canónico- litúrgicas para- sacramentales.

¡Ojalá¡ llegue pronto el día en el que el Papa Francisco prescinda de una vez de tan timoratos y febles condicionamientos curiales relacionados con este y otros temas, y le ponga el punto final a normas, leyes y tradiciones que desdicen de una institución salvadora como la Iglesia, y que niegan la igualdad entre los seres humanos y más entre los pobres y necesitados, como en el caso concreto de las mujeres, de cuya condición de persona y de cristiana, se prescinde, o se duda, no pocas veces.

A la exegesis e interpretación "oficial-oficiosa" que a las palabras del Papa Francisco les han sido aportadas, les sobran timideces, miedos, historias, leyendas áureas y textos "sagrados" machistas, faltándoles audacia, santa osadía, evangelio, cercanía a la vida, realismo y hasta sentido común. Para seguir el viaje, tal y como estamos en la relación hombre- mujer, no hacen falta alforjas curiales como las de la "diakonía" femenina, con sobras de desilusiones y de convencimientos "anti-franciscanos" ascético- litúrgicos de la inicial propuesta de que comenzará a abrirse paso la noticia de la equiparación de la mujer con el hombre en la Iglesia, con inclusión de la recepción del sacerdocio. De no ser así, las cosas seguirán igual, o peor, por lo que no hubieran sido redentora noticia universal las últimas palabras del Papa. Las interpretaciones "oficiales" terminaron con el Concilio Vaticano II, riesgo que en proporciones paritarias pudiera ocurrir con estas y tantas otras palabras y gestos pontificios.

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