Iglesia, consagrados y laicos para el mundo actual El abrazo de Dios
"El pasado miércoles 17 de julio en la ciudad de Torrent vivimos las bodas de plata, el 25º aniversario de sacerdote del dominico Martín Alexis"
"Acudieron amigos y familiares de toda España, sobre todo del Sur. Desde Canarias y Tenerife pasando por Murcia, Almería, Jerez… donde el Padre Martín ha dejado una huella imborrable"
"El Padre Jacinto describió al Padre Martín como un sacerdote que huele a oveja, que está con la gente, con las personas de carne y hueso, que no se vende"
"En estos años que he conocido al Padre Martín y a otros sacerdotes como Jesús Corbí, el Padre Javier Palomares o el Padre Javier López y personas que han hecho de su vida una misión… Todos ellos llevan a cabo el abrazo de Dios"
"El Padre Jacinto describió al Padre Martín como un sacerdote que huele a oveja, que está con la gente, con las personas de carne y hueso, que no se vende"
"En estos años que he conocido al Padre Martín y a otros sacerdotes como Jesús Corbí, el Padre Javier Palomares o el Padre Javier López y personas que han hecho de su vida una misión… Todos ellos llevan a cabo el abrazo de Dios"
| José Miguel Martínez Castelló
El pasado miércoles 17 de julio en la ciudad de Torrent vivimos las bodas de plata, el 25º aniversario de sacerdote del dominico Martín Alexis. Acudieron amigos y familiares de toda España, sobre todo del Sur. Desde Canarias y Tenerife pasando por Murcia, Almería, Jerez… donde el Padre Martín ha dejado una huella imborrable.
En la homilía, un hermano dominico que lo ha acompañado en su trayectoria vital, el hermano Juan Jacinto del Castillo, hizo uso de una de las expresiones y referencias que pasarán a la posteridad del pontificado de Francisco: el Pastor debe oler a oveja. Jamás olvidaremos esa misa crismal del 28 de marzo de 2013, unos días después de ser nombrado sucesor de la cátedra de Pedro, el Jueves Santo ante 1600 religiosos, y les invitó, desde su experiencia, a llevar a cabo el pasaje del evangelio de Juan 10, 11-18, “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas”. Francisco ponía, y lo sigue haciendo a pesar de todos los obstáculos y piedras que le están poniendo, ahí mismo el eje central de la Iglesia en el mundo actual, en la medida que tiene que situarse en las periferias del presente, rescatando los olvidos estructurales que la política y los grandes intereses económicos han dejado sin atender.
El Padre Jacinto, de igual forma, describió al Padre Martín como un sacerdote que huele a oveja, que está con la gente, con las personas de carne y hueso, que no se vende, donde la prioridad de toda su actividad está en ser un hermano que acompaña a los otros que son criaturas de Dios y, por tanto, con una vinculación con él y con toda su comunidad, más allá de la orden dominica, sino de la Iglesia.
Ese olor a oveja debería ser el termómetro para calibrar y medir la salud, no sólo de los sacerdotes y de las personas consagradas al más alto nivel, sino de la Iglesia y del laicado. En ocasiones, ese pueblo de Dios anda con una vergüenza supina ante ciertas actitudes y noticias que crean sonrojo. Sin embargo, existe otra Iglesia, y no me cansaré de escribirlo y expresarlo, que hace posible que la barca de Pedro se sostenga a flote. Al final de la eucaristía, el Padre Martín nos pidió un gesto, que lo abrazáramos, porque los cristianos, decía, “tenemos que sentir las necesidades de las almas y de los corazones. Los cristianos no podemos ponernos los guantes ni los tapones frente a la realidad”. Y por supuesto que dan ganas de decir, “me bajo en la próxima estación”, ante escándalos como el de Belorado, la lentitud ante los abusos, y las equidistancias en cuestiones políticas y sociales. Pero sacerdotes como el Padre Martín nos recuerdan qué es lo esencial y lo importante.
Recientemente, José Luis Ferrando,publicó un artículo magnífico en Religión Digital con el título “¿Qué pinta la Iglesia en el preocupante mundo de hoy?”, en el que sostenía que Francisco en el mes de agosto lo va a dedicar a rezar y orar por los líderes políticos, para que no perdamos la esperanza en la dignidad de la política. Que jamás olvidemos que a parte de Ucrania y Gaza hay una cincuentena de conflictos olvidados, 120 millones de personas desplazadas en el mundo en busca de un hogar, un suelo donde reclinar la cabeza. No perdamos de vista los paralelismos entre los pobres de hoy y la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Por ello, la Iglesia tiene que ser la institución y la realidad que recuerde una y otra vez, sin descanso, los principios de la dignidad humana, de la ayuda a los más pobres y necesitados, el cumplimiento de los Derechos Humanos y el respeto por la libertad de credo y religión que estén siempre en consonancia con los principios democráticos de igualdad y libertad. Valores que son irrenunciables, que no están en venta, como Jesús que no se vendió y siguió adelante. Ante toda esta situación de crisis, de globalización, de tener la sensación de no hacer pie, ¿qué podemos hacer? ¿Cerramos y nos dejamos llevar por la corriente?
A medida que he ido digiriendo lo que viví el pasado 17 de julio de la mano del padre Martín, he caído en la cuenta del consejo que mi amigo Rafa Ortiz me hizo hace unas semanas de que tenemos que volver a un documento eclesial de primer orden que nos puede servir para guiarnos en estos tiempos convulsos y que he ido viviendo de primera mano con el Padre Martín y otras personas que pertenecen a una Iglesia llena de esperanza y vida: la Gaudiun et spes. Invito, con toda la humildad a que se relea. No soy ningún especialista. Es un texto profético. Publicada el 7 de diciembre de 1965 por Pablo VI sorprende su vigencia, su descaro analítico y profundidad interpretativa. Ante este galimatías de mundo que vivimos, aclara, pone negro sobre blanco, el camino por el que tiene que ir la Iglesia, desde el Papa hasta el último laico de cualquier barrio del mundo. Expondré, de forma sencilla, unas orientaciones, muy breves, para aclararnos y llevar a cabo nuestro discipulado y testimonio en Cristo.
En el mismo Proemio de la Constitución Pastoral, Pablo VI se dirige a los discípulos de Cristo, por eso lo he repetido en más de una ocasión, porque esos discípulos somos todos y cada uno de nosotros.
Los primeros diez puntos, en concreto, el 4 y el 10 indican el gran problema del mundo actual que es, en síntesis, un problema de sentido, que es el más profundo y el más difícil de combatir. Caigamos en la cuenta de su actualidad: “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica”.
Quedémonos en la última parte de la reflexión porque cincuenta años después han eclosionado nuevas servidumbres y esclavitudes por toda la revolución tecnológica y digital donde el ser humano parece ser más una cobaya que un mero consumidor responsable que acude a ellas por necesidades de la vida. Hoy el olvidado Tercer Mundo persiste con sus problemas estructurales de pobreza y guerra endémicos, pero el mal llamado mundo rico sufre de enfermedades neuronales y de sentido que desemboca en la epidemia de la ansiedad, la depresión y todas las enfermedades de índole mental.
La Iglesia tiene que liderar desde cada barrio, pueblo y ciudad el cuidado y la cercanía ante todos estos problemas. La Iglesia tiene que ser casa de acogida de forma incondicional. Eso es lo que muchos sacerdotes, personas consagradas y laicos silenciosos hacen a diario. Lo he aprendido observando al Padre Martín que atiende las tristezas de su comunidad eclesial y eso es llevar a cabo el servicio en las periferias del que hablaba Francisco al principio de su pontificado. Es una señal para que todos los discípulos de Cristo nos impliquemos en las diferentes necesidades actuales. En cada comunidad serán diferentes, pero sólo se requiere estar, escuchar y abrazar, y al hacerlo es Cristo quien actúa, es el abrazo de Dios que dignifica y cambia, de pronto, la historia de las personas. De ahí que Pablo VI insista en los puntos del 12 al 20 en la lucha por la dignidad humana. Aparecerá de diferentes formas, pero los cristianos tenemos que estar atentos ante lo que nuestros hermanos necesitan. ¿Qué es si no el camino que recorre Jesús en el evangelio? ¿No es una historia con constantes altos en el camino para atender las miradas con los que se encontraba?
Por ello en los puntos 25 al 32 habla de un concepto que hoy hace furor y que en la Gaudium et spes se presenta como la interdependencia. O nos damos cuenta que todos estamos unidos a partir de un vínculo indisoluble, que nos necesitamos, que somos hijos del mismo Dios o la naturaliza cainita se pondrá definitivamente sobre los lomos de la lógica de nuestra historia. Y aquí nos adentramos, sin poder desarrollarlo, en los misterios de la libertad y del mal. Dios nos crea libres incluso para autodestruirnos. Para no caer en ello, en el pecado, en la manzana podrida que circunda el corazón de las personas, nos ofreció a su hijo que se entregó por amor. Tenemos la fórmula, ahora sólo cabe desarrollarla. Qué fácil decirlo y qué difícil abrazarlo y aplicarlo.
Para finalizar, siendo muy injustos con la grandeza del documento, invito a acudir al punto 43 en el que se habla del peligro del divorcio entre la fe y la vida diaria. Cuántas veces hemos escuchado a Francisco hablar de coherencia evangélica sin olvidar los deberes temporales de nuestro mundo. Y una de las formas para llevarlo a cabo es la política. ¿No es una de las formas de abrazar los problemas actuales, de las personas de hoy, que lloran y sangran como nosotros?
Al final del documento, nº93, Pablo VI lanza una advertencia que todavía tiene su peso en la Iglesia de la mano de las palabras de Jesús en el evangelio: “No todos los que dicen ¡Señor, Señor!, entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen su voluntad del Padre y ponen manos a la obra”.
En estos años que he conocido al Padre Martín y a otros sacerdotes como Jesús Corbí, el Padre Javier Palomares o el Padre Javier López y personas que han hecho de su vida una misión por el mundo en busca de servir a los pobres entre los pobres como laicos de al lado de mi casa que ellos solos alimentan todas las semanas a más de cincuenta familias sin ayudas oficiales como mi amigo Evencio Tortajada. Todos ellos llevan a cabo el abrazo de Dios y esa es la presencia de Él en la historia y en nuestra vida. Sólo así podremos cambiar la inercia de nuestras circunstancias. Gracias Padre Martín.
José Miguel Martínez Castelló es doctor en Filosofía y profesor de Filosofía, Religión y Psicología del Patronato de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia.
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