"Para muchos, la amistad con los animales es una gracia de Dios, un regalo del Cielo" Todos los animales son santos (y también van al cielo)
"En el día litúrgico dedicado por la Iglesia a festejar a san Antonio Abad, patrono de los “animales de compañía”, con especial y devota dedicatoria a uno de sus más nobles y devotos directores-defensores espirituales y materiales que no es otro que el bendito Padre Ángel, el de los “Mensajeros de la Paz”, servidor del templo madrileño de la calle Fuencarral"
"El cielo- cielo –presencia y gozo de Dios- habrá de programarse también como destino para los animales de compañía, dispuestos permanentemente a cuidar a hombres y mujeres, niños y niñas"
"Todos, absolutamente todos, los animales son santos. Aún la misma serpiente del Paraíso Terrenal, a la que el texto bíblico hace culpable del primero y principal pecado -el 'original'-"
"Todos, absolutamente todos, los animales son santos. Aún la misma serpiente del Paraíso Terrenal, a la que el texto bíblico hace culpable del primero y principal pecado -el 'original'-"
En fiel sintonía con las acepciones del diccionario de la RAE, la aseveración del “misterio” de esta reflexión periodística se hallará a la mano de los lectores, solo con que se recuerde que “todo” es todo -o casi todo-; que “santo” significa “conforme a la ley de Dios”; que “animal” es “un ser vivo especialmente si es irracional, con capacidad de moverse por sí mismo”; que “razón” subraya la idea de “elaborar juicios y conceptos”, además de que “cielo”, aparte del “cielo de la boca”, es “el lugar en el que según la tradición cristiana se goza y disfruta de la presencia de Dios”.
Tomo al pie de la letra estas definiciones académicas, que almacena e imparte su diccionario, para regular la convivencia entre los seres humanos. Y así lo hago precisamente en el entorno del día litúrgico dedicado por la Iglesia a festejar a san Antonio Abad, patrono de los “animales de compañía”, con especial y devota dedicatoria a uno de sus más nobles y devotos directores-defensores espirituales y materiales que no es otro que el bendito Padre Ángel, el de los “Mensajeros de la Paz”, servidor del templo madrileño de la calle Fuencarral.
Todos, absolutamente todos, los animales son santos. Aún la misma serpiente del Paraíso Terrenal, a la que el texto bíblico hace culpable del primero y principal pecado -el “original”- con su incitación a Eva, y por ella, a Adán, lo que hizo posible nada menos la Redención, con obligada presencia y encarnación de Dios en Jesús. Animales santos que recuerde la Biblia en la diversidad de los Libros Sagrados, con salvadoras misiones a ellos encomendadas, son multitud. Tantos y tantas, como las referencias que de los mismos hacen sus páginas, unas veces sin necesidad de calificar sus intervenciones de “milagrosas”, y la mayoría de las veces sin prescindir de su condición esencial de “irracionalidad” y bravura, santo y seña de cada uno de ellos.
Lo de “irracionalidad” merece atención especial, dado que a no pocos seres “racionales” tal condición no siempre ni mucho menos, los define y distingue. Los casos son muchos y bochornosos, noticiables la mayoría, y en los mismos aparece que sus comportamientos como animales, en relación con los de las personas con quienes viven y les “hacen compañía”, supera en generosidad, agrado, puntualidad y eficiencia el cuidado y la atención que pudieran aportarle y le aportan, aún los padres, los hijos, los hermanos, los demás ciudadanos y miembros de instituciones y organismos cívicos y aún religiosos . Sin racionalidad, por su condición de animal, resultan ser y actuar más y mejor, que quienes puedan alardear -y alardean- de personas y, por tanto, de sujetos a la ley, a la ética y a la moral.
El cielo- cielo –“presencia y gozo de Dios”- habrá de programarse también como destino para los animales de compañía, dispuestos permanentemente a cuidar a hombres y mujeres, niños y niñas, que se encontraron por esos caminos de Dios, estableciendo con ellos una relación tanto o más familiar que la que, en ocasiones, registran los cánones, las partidas de bautismo, los archivos municipales y los censos electorales.
Para muchos y muchas, la amistad con los animales es una gracia de Dios. Un regalo del Cielo. Es como su anticipo. Para estos, el Cielo no lo sería de verdad, si san Pedro les cerrara las puertas a los animales… El padre Ángel, cuando decidió que la iglesia de san Antón de la madrileña calle de Hortaleza estuviera abierta las 24 horas del día, y también en ella tuvieran acogida los animales, los “cristianos de toda la vida” –“los de siempre”- , protestaran y hasta llegaron a tachar el comportamiento de “el párroco de los animales “ de falta de respeto a Dios, de insensatez, de anomalía y de cordura.
La naturaleza , -toda la naturaleza- , templo “de” y “para” los animales- domésticos o sin domesticar, necesita de la presencia de los mismos desde su propia condición de “mundo”, es decir, “de todo lo creado”, a la vez que de “coordinado, limpio, bien acomodado” y “al servicio de todas sus creaturas”, como verdadero acto y actitud de culto a Dios, quien sin liturgia y símbolos inexpresivos o mal utilizados, mostró su complacencia que recogen los textos bíblicos con las sublimes palabras de que “Dios vio que todo lo creado por Él era bueno”.
El capítulo del martirio,- sí, martirio- en la vida y en la muerte, -de multitud de los animales de “compañía” especialmente, a los que patronea el abad san Antón, lo dejamos para otra ocasión. Hoy por hoy, me limito a sugerir que el eslogan de “¡Los animales, primero¡” habrá de colgarlo bien pronto san Pedro en los dinteles de las puertas del Cielo, después de comprobar cómo se comportaron no pocos humanos , entre sí y, por supuesto, con el resto de los mismos animales irracionales, o no tan irracionales.