Ellacuría y el resto fueron vilmente asesinados En memoria de los jesuitas de la UCA, mártires de la fe
(Agustín Ortega, Centro Loyola e ISTIC).- Estamos en el XXIII aniversario del martirio de los jesuitas de la UCA (El Salvador). Frente a lo que a veces se ha dicho, Ignacio Ellacuría, I. Martín Baró y el resto de jesuitas fueron vilmente asesinados: por su fe cristiana que se realiza en el amor y la justicia con los pobres.
Como se ha dicho muy bien, los jesuitas de la UCA son mártires, en especial, de la doctrina social de la iglesia. La cual ellos encarnaron, profética y testimonialmente, hasta el martirio, en su entrega, servicio y compromiso solidario, en la caridad política y la justicia liberadora con los pobres. Ellos, de forma admirable, se responsabilizaron y comprometieron, espiritual-moralmente, por el bien común, por un mundo con más fraternidad y vida, dignidad, paz e igualdad.
Ya dejó claro el maestro K. Rahner, que esta entrega y servicio en la justicia con los pobres, como la que realizó Mons. Romero, tenía que ser asimismo considerado martirio. En el camino de la iglesia latinoamericana, con su recepción y aplicación del Concilio Vaticano II. Tal como se realizó en las Conferencias de Medellín o Puebla, los jesuitas de la UCA transmitieron y testificaron, con su vida, el carácter socio-político de la fe en la caridad.
El amor que realiza el bien común y la justicia liberadora con los pobres, sujetos principales del Evangelio y de la misión de la iglesia. Enraizados en el corazón del Evangelio y en el surco de la tradición de la iglesia, ellos encarnaron al Dios revelado en Jesús. El Dios que nos regala la vida y salvación en el amor y la fraternidad, en la paz y la justicia con los pobres. El Dios que así nos libera de todo pecado y mal, de todo egoísmo e individualismo, de toda injusticia, opresión y muerte. Así lo han vivido y encarnado todos los santos y testigos de la fe, los santos padres y doctores de la iglesia...Como ejemplo, San Agustín y Tomás de Aquino, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola y el siglo de oro español. Bartolomé de las Casas y el resto de la naciente iglesia latinoamericana. Vicente de Paúl y el siglo de oro francés o italiano..., hasta llegar a los movimientos apostólicos-obreros como la JOC o HOAC, con testigos como Cardijn o Rovirosa.
Como se observa, esta clave evangélica de la opción-justicia con los pobres, que actualiza la iglesia latinoamericana. Con sus comunidades de base y obispos proféticos (como por ejemplo H. Cámara o Mons. Romero), en donde surge la conocida como teología de la liberación: se entraña en la más honda y verdadera tradición de la iglesia. La teología de la liberación (TL) ha bebido y actualizado, de forma renovadora, dicha tradición espiritual-teologal, moral y social de la iglesia. Tal como se plasmó en la renovación eclesial y teológica del siglo XX, con dichos movimientos apostólicos y obreros, con la renovación bíblica, patrística, litúrgica, pastoral...
No se entiende la TL sin todo este contexto y marco eclesial o teológico. Cuyos representantes más destacados fueron o son miembros de estas órdenes religiosas, y formados en dicha tradición de la iglesia, espiritual y teológica. Los grandes teólogos que tanto aportaron al Vaticano II, como por ejemplo Chenu y de Lubac, Rahner y Congar: se han fecundado mutuamente con estos teólogos latinoamericanos, al igual que otros europeos de la talla de Molttman o Metz.
En toda esta sinergia eclesial y espiritual, la TL ha recogido y profundizado estas claves tan esenciales de la teología y espiritualidad cristiana, de la tradición y magisterio de la iglesia. Tales como el proyecto de Jesús, el Reino de Dios, que se realiza ya en la historia desde el amor, vida y justicia con los pobres, y que culmina en la plenitud trascendente de esta historia, en la vida plena-eterna. La salvación en la realidad histórica, que trae el Reino, es una salvación integral que abarca toda las dimensiones de esta realidad (espiritual, personal y social, económica y política...), y se va anticipando en las liberaciones históricas del pecado y del mal, de los pueblos crucificados en la injusticia y la opresión. Ya que el pecado, que nace de la acción personal, cristaliza y se plasma en las estructuras sociales: es lo que se denomina teológicamente como pecado social o estructural; las estructuras de pecado que, a su vez, condicionan y favorecen el pecado personal. Como se ve, es una teología encarnada, fiel a la Encarnación del Verbo, Jesús, del que se bebe en el pozo de la espiritualidad cristiana. Desde el seguimiento de Jesús en el Espíritu y su realización del Reino en la historia. Desde la vida teologal de fe, esperanza y caridad con su dimensión o carácter social-político, que transforma la realidad histórica, para que se vaya ajustando al Reino de Dios y su justicia.
El don de la gracia salvadora y liberadora en la fe que actúa por el amor, la esperanza y la justicia: están en lo más profundo de la existencia personal e histórica del ser humano, envuelve y penetra toda la vida y realidad; es una gracia personal y sociocomunitaria o estructural, esto es, que se encarna, dando lugar a estructuras (sociales) de gracia, fraternas y liberadoras de la injusticia. Así como se realiza en la Encarnación de Jesús, que asume todo lo humano y la realidad, para salvarla en el amor y la justicia.
La encarnación de Dios en Jesús y su Reino, que se hace desde la pobreza y los pobres para liberarnos del pecado, del egoísmo, de los ídolos del poder y la riqueza. Los pobres no solo ni tanto son los destinatarios del Reino, sino sujetos principales de la salvación en el amor fraterno, que nos regala el Reino para liberarnos de todo mal e injusticia. El don del amor y la justicia con los pobres tiene su entraña en el Dios Trinitario. Con la Entrega y Comunión de las Divinas Personas, que es alma y paradigma o modelo de la iglesia y de la sociedad-mundo, con sus relaciones de solidaridad e igualdad frente al inmoral e inhumano neoliberalismo-capitalismo. Y de libertad y participación, frente al totalitario y opresor colectivismo-stalinista.
De esta forma, el pueblo de Dios, la iglesia, está al servicio del Reino y su salvación liberadora desde y con los pobres. Es iglesia pobre, en solidaridad fraterna y justicia con los pobres, donde se encuentra presente (sacramentalmente) Cristo Pobre y Crucificado. De ahí deviene toda una metodología espiritual, teológica y pastoral. Con su perspectiva inductiva, que se religa y se hace cargo de la realidad, la valora o discierne y la transforma desde el Reino y su principio-misericordia, esperanza y justicia con los pobres. Y que para ello emplea la razón y la cultura, las imprescindibles mediaciones de las ciencias sociales o humanas y de una filosofía o hermenéutica de carácter crítica, ética y liberadora en la vida, paz y justicia con los pobres. Todo lo anterior, insistimos, se encuentra presente e inserto en la tradición y magisterio de la iglesia, como el Concilio Vaticano II. En su doctrina social, por ejemplo en las encíclicas sociales de Juan XXIII, Pablo VI o Juan Pablo II. En sus documentos evangelizadores como la EN de Pablo VI o la RM de Juan Pablo II, con la valoración y estima de las comunidades de base y de la TL... En resumidas cuentas, como dijo Juan Pablo II: "la teología de la liberación no es solo conveniente, sino útil y necesaria".
La TL, como cualquier teología, no es perfecta y ha podido tener y tienes sus límites. Pero también sus virtudes y valores, como nos muestra la iglesia, que nos enseña que toda teología y espiritualidad es fuente de libertad y liberación integral en un testimonio de amor, paz y la justicia con los pobres. Como hicieron nuestros queridos mártires de la UCA, de los que hacemos memoria agradecida y comprometida. Para pro-seguir en Jesús y su iglesia, con el Evangelio de la fraternidad solidaria y la justicia con los pueblos crucificados. Con la felicidad que se realiza en dar la vida por los demás, en la justicia.