Pero ¿quién es este hombre discreto, cantado e invocado como protector y guía? Descubriendo a José de Nazaret, un hombre que sueña, confía, acoge, ama, educa…
¿Cuántas personas llevan el nombre de José? Incontables. ¿Cuántas congregaciones religiosas, instituciones, hospitales, iglesias y movimientos llevan su nombre? Numerosísimos. El cariño a san José es inmenso. Es evidente
Pero ¿quién es este hombre, cantado e invocado como protector y guía? ¿Ha quedado en el baúl de los recuerdos piadosos del cristianismo, y poco más? ¿O tiene algo que decirnos hoy?
| Francisco Javier Sáez de Maturana
¿Cuántas personas llevan el nombre de José? Incontables. ¿Cuántas congregaciones religiosas, instituciones, hospitales, iglesias y movimientos llevan su nombre? Numerosísimos. El cariño a san José es inmenso. Es evidente. Pero ¿quién es este hombre, cantado e invocado como protector y guía? ¿Ha quedado en el baúl de los recuerdos piadosos del cristianismo, y poco más? ¿O tiene algo que decirnos hoy? Con el fin de intentar responder a esas y otras preguntas comencé a leer, investigar, meditar y escribir sobre José. El fruto de todo ello se encuentra en las páginas del libro “José de Nazaret” (PPC, 2024), que presentamos.
Los datos sobre José hallados en las fuentes cristianas son escasos. Pero, a medida que se profundiza en el estudio, va emergiendo con fuerza la figura de este hombre sin igual, cuyo paso por esta vida no fue precisamente para ocupar un puesto de brillo y esplendor, sino para echarse a un lado, dejando el protagonismo a aquellos a quienes Dios le había encomendado su cuidado, su amor, su protección, su vida entera: María y Jesús.
Tiene mucho que decirnos
Es posible que nosotros, cristianos –aunque no lo digamos–, pensemos que José de Nazaret, hombre silencioso, es un pobre santo que no tiene nada que enseñar a los hombres y mujeres de hoy. Pero nos equivocamos totalmente. En un tiempo como el nuestro, el humilde san José pone al descubierto las carencias que tenemos dentro y fuera de la Iglesia: nos sobra orgullo, ansia de escalar como sea –el carrerismo está vivo y coleando–, vanidad, soberbia, y -aunque se repita por doquier, venga a cuento o no- falta confianza -con honestidad-, falta fe –en cuanto «entrega del corazón»–, falta confiar y creer en el único Señor y como aquellos por los que Jesús «se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido”» (Lc 10,21).
"En un tiempo como el nuestro, el humilde san José pone al descubierto las carencias que tenemos dentro y fuera de la Iglesia"
Nos sobran palabras vacías que pretenden pasar por «sesudas reflexiones» y dejan fría el alma, y faltan esas palabras que hacen que los corazones se abrasen. José nos recuerda que lo esencial, como saben tantos que a él se asemejan, no es parecer, sino ser e iluminar, de modo que no pretendamos que los demás se queden mirando la luz, sino lo iluminado. Nos recuerda que de lo que se trata es de alumbrar, pero ocultándose, con discreción, sin deslumbrar.
En un mundo como el nuestro, en el que existe una profunda crisis de la masculinidad y de la paternidad –ambas muy unidas y necesitadas de ser entendidas debidamente–, san José ofrece un modo de ser varón y padre que invita a la reflexión. Frente a la masculinidad tóxica y la paternidad desdibujada y temerosa, tan frecuentes hoy, José muestra que se puede ser auténtico hombre cuidando, abrazando y guardando con ternura a la Madre de Dios; y que se puede ser auténtico padre, protegiendo de manera efectiva, con responsabilidad y fortaleza, a su hijo y a toda la familia, incluso contra un tirano cruel y mezquino. Su masculinidad no es ni amenazante ni blanda, tampoco su paternidad es ausente o posesiva. No se puede olvidar que el modelo de identificación masculina que tiene Jesús es José; lo mismo podemos decir –en buena medida– de su experiencia de paternidad.
José tiene miedos y debilidades, y espera; no actúa a lo loco, sin discernir o bravuconamente. Es un hombre de procesos. Pero, cuando ve la luz, es un hombre asertivo y decidido, al que –como decimos coloquialmente– «no le tiembla la mano» si se trata de la vida de su esposa y de su hijo; se la juega literalmente por los que ama más que a su propia vida. Todo ello tiene un interés particular en los tiempos que vivimos. Necesitamos actualmente, más que nunca, personas así: justas, nobles, auténticas, honestas, en las familias, en las comunidades, en las instituciones…
José es un extraordinario modelo para los educan «en sabiduría, edad y gracia, ante Dios y ante los hombres», como él lo hizo con Jesús. Es el representante de los que se ganan la vida con mucho trabajo y llevan honradamente a sus familias por los caminos de la honestidad; de los que educan en tiempos de crisis con valores que llevan a humanizar; de los que rebosan empatía con las necesidades y preocupaciones de la gente común; de los que en la Iglesia y fuera de ella tienen el sentimiento de no contar, de sEl Evangelio y el seguimiento de Jesús se toman en serio a diario, sin hacer ruido ni presumir de lo "buenos" que son, de lo mucho que valen.
San Isaac de Nínive, un monje asceta, teólogo y obispo del siglo VII, afirmaba que la plenitud de una vida humana es «tener un corazón misericordioso hacia toda la naturaleza creada». Y proseguía: «¿Y qué es un corazón misericordioso? Es el incendio del corazón que arde por toda criatura: por los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios y por todo lo que existe. Al mero recuerdo de estos seres, y ante su vista, sus ojos derraman lágrimas por la violencia de la misericordia que oprime su corazón a causa de su gran compasión. Su corazón se derrite y no puede soportar cuando oye o cuando ve un daño o un pequeño sufrimiento de cualquier criatura». Así fue José.
Clave en la vida de Jesús
María enseñó a Jesús a hablar y caminar. Jesús debió de «mamar» de su madre el nervio profético de quien proclamó el Magnificat, tal y como leemos en el evangelio de Lucas. Y, a buen seguro, muchas de las actitudes de Jesús se fraguaron en el contacto cotidiano con José, su padre: la paciencia, el silencio, la firmeza, la nobleza, la prudencia, la relación cordial, la humildad sincera, la generosidad hasta convertirse él mismo en un don… Al ser José y María una sola carne, pues eran esposos, los dos nos dicen mucho de Jesús y fueron quienes enseñaron a Jesús el oficio de ser el Salvador del mundo. ¡Es increíble!
Desde que la llevó a su casa, José cuidó de María durante aquellos meses tan misteriosos de gestación. Con nadie como con José ella se habría sentido tan protegida, tan apoyada, tan amada. Cuando llegó el momento del parto, él estaba allí, temblando de nervios, como testigo, creando la atmósfera de amor que aquel humilde lugar no ofrecía. Él contempló por vez primera al Niño-Dios. Él, en el día a día, fue descubriendo, por gracia, el misterio que albergaba aquella criatura, un bebé como todo bebé, Hijo de Dios e hijo suyo.
"¿Por qué son tan breves y escasas las referencias a san José en los evangelios, siendo como fue el padre legal de Jesús?"
Una pregunta importante: ¿por qué son tan breves y escasas las referencias a san José en los evangelios, siendo como fue el padre legal de Jesús? José, siendo importante, es presentado en función de Jesús, de ahí su limitada presencia. Al respecto dice el biblista y cardenal G. Ravasi: «La figura de José está sobre todo atada al acontecimiento del nacimiento de Cristo y a los primeros años de su existencia terrena».
En José podemos vernos reflejados todos los cristianos, hombres y mujeres, laicos, religiosos y ministros de la comunidad. Los educadores, sean padres o madres, maestros o maestras, catequistas y acompañantes, pueden ver en José, particularmente, un extraordinario modelo de vida y acción.
Se le tiene un gran cariño y devoción
Santa Teresa de Jesús, heredera del culto y de la devoción carmelitana a san José, ampliará esta tradición. Dedicó diez de los diecisiete conventos que fundó al esposo de María –pues, según ella, «eran casa del glorioso san José»–, y en las entradas de todos colocó su imagen, como protector de las monjas, como había protegido a María y a Jesús. Cuentan que, cuando fue nombrada priora del convento de la Encarnación, en 1571, y se enteró de la fuerte negativa de la mayoría de las monjas para recibirla, llevó consigo la imagen de san José, y el día de la toma de posesión, al tiempo que colocaba la imagen de la Virgen en la silla prioral, puso la del santo en la silla subprioral; esta imagen luego le «parlaría» todo lo que las monjas hacían –por eso se le llamó el «Parlero»– y se quedó con la boca abierta.
En el último tercio del siglo pasado se produjo un florecimiento de la «josefología», que es la reflexión teológica sobre san José. Desde la publicación el 15 de agosto de 1989 de la Exhortación apostólica Redemptoris custos, «sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia», del papa Juan Pablo II, hasta la publicación el 8 de diciembre de 2020 de la carta apostólica Patris corde, «con corazón de padre», del papa Francisco, y la declaración de 2021 como Año de san José, vienen apareciendo numerosas reflexiones, artículos y libros sobre el santo. Aquí están muy presentes, además de, por supuesto, las fuentes bíblicas, que son la base de cuanto trato de exponer, y escritos de importantes autores cristianos.
¿Por qué profundizar en la figura de José?
El cardenal J. Suenens, figura muy importante en el Concilio Vaticano II, escribió: «Se ha dicho que lo peor que podemos hacer a los santos es ponerlos en pedestales. En el caso de José, podríamos criticar no sólo el pedestal, sino también la imagen que de él se nos presenta con demasiada frecuencia».
El escritor André Doze, que fue capellán del santuario de Lourdes, por su parte, habla de «desinformación» sobre José, y dice que desinformar es difundir rumores falsos para inducir mejor al error. ¿Tendrán razón el cardenal belga y el escritor francés? Efectivamente, la imagen que se ha transmitido de san José no ha sido la más favorable para conocerle y valorar su rol importantísimo en la vida de María y de Jesús, y de la Iglesia. En las páginas del libro “José de Nazaret”, he procurado, modestamente, ayudar a lavar un poco su imagen un tanto sombría y ofrecer lo mejor que de él he podido captar. Me mueve a ello el aprecio que siento por san José y lo que sobre él han dicho autores católicos y de otras confesiones.
Ojalá que descubramos la figura de José de Nazaret, «esposo de María», «padre de Jesús», «hombre justo», «sombra del Padre», olvidado durante siglos a nivel magisterial, y que, cuya figura viene siendo recuperada, emerja un poco más y podamos conocer a este hombre crucial en la historia de la salvación, cuyo lugar es estar al servicio del plan de Dios, unido a María. ¡No separemos a José de María y de Jesús! Muchas veces se ha hecho, incluso en la mariología y la cristología. Eso debe acabar. Que nadie piense que por destacar a san José en la vida de Jesús estamos eclipsando a María. José no eclipsa a María, porque los que viven verdaderamente con Dios y desde Dios no hacen sombra a nadie. Y esto vale también para nosotros.
En la Biblia encontramos diez personajes que llevan el nombre de José, y el más conocido, en el Antiguo Testamento, es el hijo de Jacob y Raquel, que fue vendido por sus hermanos y llegó a ser primer ministro del faraón de Egipto. El libro del Génesis cuenta que, cuando aquel país y otros fueron azotados por una terrible hambruna, la gente de todos los lugares acudía al faraón para que los socorriera, y el faraón les decía: «Vayan a José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). En este tiempo que vivimos, ¿no nos estará diciendo Dios lo mismo que el faraón decía a la gente? José de Nazaret no nos dirá nada con palabras, pues es el hombre del silencio, pero sí lo hará con sus elocuentes hechos. Estemos atentos a lo que él nos «diga». Muchas cosas deben cambiar y pueden cambiar, empezando por la Iglesia, si acudimos a José. Estamos en camino sinodal. ¡No perdamos la oportunidad!
Gracias por todos los Josés y Josefas
Profundizar en la persona de san José, un hombre que pasa inadvertido en su día a día cotidiano, discreto y escondido - en un tiempo de tanto personalismo y búsqueda de aplausos y elogios baratos, como es el nuestro-, es una preciosa invitación a recordar el protagonismo oculto de todos aquellos que están aparentemente escondidos o en «segunda o tercera fila», en la esquina de la foto o atrás de todos: esos innumerables «Josés» y «Josefas» -con estos o con otros nombres-, gente buena, «santos de la puerta de al lado», gente bella que no usa cosméticos, que son absolutamente imprescindibles para sostener la vida, para asumir la fragilidad de los demás, para cuidar con ternura, para mostrarnos lo que es amar pese a todo, por encima de todo. Y ¡cuánto bien nos hacen! Gracias a todos ellos.
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