Antonio Aradillas: San Vicente Ferrer, ¿antisemita?

"De triunfalismos, y menos, religiosos, nada de nada"

San Vicente Ferrer

Con todo aparato y solemnidad religiosa se celebra en las diócesis levantinas españolas el “Año Santo” dedicado a san Vicente Ferrer, nacido en la ciudad de Valencia el 23 de enero de 1350,  y que murió en la francesa población de Viennes el 5 de abril de 1419, por lo que las conmemoraciones del Sexto Centenario prometen ser de extraordinaria importancia internacional. Sobran razones, que a unos les servirán de confortación y reafirmaciones religiosas, católicas, apostólicas y romanas, mientras que las mismas les signifiquen a otros de desconsuelo y aún de infinita sorpresa.

El recuerdo de ciertas notas históricas contribuirá a centrar estas reflexiones. Vicente Ferrer fue uno de los personajes de mayor relieve en la Iglesia y en el mundo político de  su tiempo. Miembro de la Orden de Predicadores –“OP”- fundada por el español, el noble santo Domingo de Guzmán, predicó por España, Francia, Italia, Países Bajos  y Alemania. Sus hagiógrafos destacan que "predicaba por calles y plazas", que sus sermones – “llenos de santa ira”- duraban duran frecuentemente hasta seis horas, que viajaba a pie, durmiendo en el suelo, hizo presente a Cristo siempre  y por todos los caminos que recorría, que jamás comió carne y que en los documentos de su canonización, de 600 folios, hay constancia notarial de haber sido efectuados por su intercesión 860 milagros, avalados por el testimonio de 380 personas, entre otros, Alfonso II, rey de Aragón, conocido en la historia como “El Magnánimo”. Los mismos hagiógrafos se hacen eco de su legendario encuentro en Roma con Alfonso de Borja, valenciano como él  y futuro papa Calixto III, quien le pronosticó que, “cuando él llegara a ocupar la cátedra de san Pedro, lo canonizaría…”.

Es bien sabido que la preocupación pastoral  principal, y hasta obsesiva, de Vicente Ferrer fue la conversión de los judíos, con su eslogan apocalíptico de “¡temed a Dios y darle gloria, porque ha llegado ya la hora  del juicio final!”, tal y como refiere la misma orla de sus imágenes y cuadros devotos. Del número de judíos muertos – mujeres y niños-  que sus “enfervorizadas” prédicas contra los mismos suscitó el santo, queda constancia clara y documentada en no pocos pueblos y ciudades, como Valencia, Tortosa, Morella y sobre todo, Toledo, de cuya ciudad, el lugar conocido como “El Degolladero”, es triste y vergonzoso recuerdo. Ejemplares del sagrado libro de el Talmud y tantos objetos relacionados con el pueblo judío, fueron también solemnemente condenados a la hoguera, a cambio de la “buena noticia” de que, gracias a la predicación del santo valenciano, se convirtieron (¿?) de verdad al cristianismo unos 25.000 judíos.

Por supuesto que en el antiguo Reino de Valencia –hoy Comunidad Autónoma-, en el resto de España y en algunos países del mundo, los judíos – “perversos”- en el lenguaje canónico y litúrgico, no son tratados hoy como cuando desde las sagradas cátedras, y en calles y plazas, lo hacían san Vicente Ferrer y tantos otros santos o no tanto. Se comprende así mismo que en la proclamación del “Año Santo” vicentino hay programados actos de coincidencia religiosa y de reconocimiento y reconciliación con el pueblo judío y sus representantes. Pero nadie puede olvidar que la historia es historia y que “en el nombre de Dios y para mayor gloria suya”, se cometieron descomunales y monstruosas barbaridades “piadosas”, y que todavía, al menos, algunos las justifican de una u otra manera.

El “Año Santo” vicentino será para los cristianos un recordatorio penitencial, por encima de todo, con lo que su justificación tendrá limpia y santa cabida en el calendario de las concesiones pontificias. Pero de triunfalismos, y menos, religiosos, nada de nada. Que conste. Y de tan elemental constancia, serán responsables los representantes del padre dominico – obispos, enviados del papa, frailes, monjes y monjas y el mismo pueblo de Dios-, quienes trataron, o permitieron tratar, a todos los judíos como autores de la muerte de Jesús... El dedo índice de la mano derecha, exageradamente alargado de las imágenes y estampas del santo valenciano, apunta con veracidad a quienes, por motivaciones religiosas o comerciales, tanto personal como colectivamente, fueron, y siguen siendo, devotos de inhumanos “pogroms”- del ruso, ”linchamiento, ataque violento o saqueo”- contra los judíos. En tal empresa, como mediador y diplomático al fin y al cabo, podría echarnos una mano  el mismo san Vicente, experto en compromisos, como el conocido de Caspe.

Pero de todas maneras, ni es ni será jamás cristiano olvidarse del dicho ilustrador y sapiente de que “en donde ni hay ni se celebra el futuro, hay que conformarse con celebrar los centenarios, con 'Años santos', con indulgencias o sin ellas”, aunque, al menos, y por ahora, sin persecuciones y muertes, y menos “en el nombre de Dios”.