"En Semana Santa la religiosidad popular es más 'religiosa' que la de las ceremonias" Antonio Aradillas: "El pueblo cristiano cree en Dios, aunque no crea tanto en los obispos"
"El pueblo-pueblo está convencido de que lo que de verdad salva y redime y es grato a Dios es la buena voluntad"
En plena Semana Santa, la expresión más elocuente de la religiosidad popular española, con procesiones, tambores, tañidos de campanas, saetas, inciensos, mayordomos y mayordomas, costaleros, “Hermanos y Hermanas”, cofrades, sermones, “autoridades militares, civiles y religiosas” y olores a campo, la mayoría de los medios de comunicación social, se hacen eco de gritos y silencios “semanasanteros”, como fiel y fiable expresión de lo que es y representa el capítulo de la llamada “piedad o religiosidad popular” que lo justifica y define. El papa Francisco recurre y canoniza con fervorosa frecuencia tal hecho, configuración y acontecimiento, entrañado en la idea esencial salvadora de la misma Iglesia.
La Iglesia “oficial”, y en mayor grado la que se estudia, analiza y contempla en las escuelas teológicas y en buena parte de los catecismos y manuales litúrgicos, no es, partidaria en exceso de la llamada “devoción popular”. Dícese de esta, con ingrata frecuencia, que de ella se ausentaron algunos dogmas, y que sus creencias carecen de tesis y formulaciones canónicas y hasta litúrgicas.
El papa, no obstante, parece empeñado en no hacerles demasiado caso a los teólogos y a quienes miden los niveles de la religiosidad con criterios y módulos sociológicos, y se manifiesta ancha y libremente partidario de la devoción popular, encontrando en la misma, y en su práctica, verdaderas raíces de la santidad, por el ejercicio que define y redime a la Iglesia, de su condición oficial de “Maestra”, potenciando en ella más el concepto de “Madre”.
El pueblo-pueblo cristiano cree en Dios, aunque no crea tanto, o nada, en obispos, curas, y ni aún siquiera, en el papa. Creen en sus santos. No en los oficialmente canonizados, sino en los que creyeron sus padres y sus familiares y a los que ellos invocaron, e invocan, intentando además, imitarlos en sus comportamientos. El pueblo, en su religiosidad, cree, vive y participa en las procesiones de sus Semanas Santas aunque durante todo, o casi todo el año, apenas si se haya hecho presente en los templos, a no ser con ocasión de funerales, de alguna Primera Comunión, del bautizo o de las bodas, con inclusión de las “de plata”, “de oro” y hasta las de “diamante”.
El pueblo-pueblo está convencido de que lo que de verdad salva y redime y es grato a Dios, haciéndoles vivir su fe y sin alardear de cristianos -y menos de “meapilas” y otras adjetivaciones- , es la buena voluntad, el sufrimiento por amor de Dios, “lo que Dios quiera”, “adios”, la libertad, estar permanentemente en disposición de hacerles favores a los demás, “nuestra casa es la vuestra”, “nos tenéis a vuestra disposición”, algún que otro rezo o jaculatoria, “llámame”, “te llamaré”,”siento el disgusto”, ¡”felicidades¡”…
La religiosidad popular ni está, ni es fundamentalmente rito. Es disponibilidad, presencia, prudencia, compasión, compartir, aconsejar, dejarse aconsejar y no chismorrear jamás. Es comunicar y comunicarse. Es comunión, siempre y libremente, tanto con letras mayúsculas como minúsculas. Más que cursos, cursillos, sermones o master en la fe y en la cultura, es, significa y da por supuesta la llamada “fe del carbonero” que alumbró los caminos de la vida honrada al servicio del prójimo, como buen vecino y mejor ciudadano. De beaterios y de beaterías, lo menos posible. De clericalismos, al igual que de anti- clericalismos, nada de nada. Muchas gracias y amén.
La expresión “La fe del carbonero” la recogió en su libro “La agonía del cristianismo” don Miguel Unamuno, poco clerical por cierto, pero buena persona de verdad, transmitiéndola a sus múltiples lectores como “la fe sencilla y firme de los simples de corazón, la fe del que no exige pruebas, ni sabe de argumentos”. Expertos “unamunistas” comentan el dicho popular, que se lee en libros antiguos y cuya síntesis es esta:
“Había un carbonero, exclusiva y constantemente ocupado en su oficio, a quien se le apareció el diablo. Un día, este –el diablo- disfrazado de doctor por la Sorbona, le preguntó qué era lo que él creía acerca de la fe de Jesucristo, a lo que el buen hombre le contestó: Yo creo todo lo que cree la Iglesia. Entonces el diablo, apremiándole de nuevo, le dijo: ¿Pero qué es lo que cree la Iglesia? A lo cual el carbonero contestó, como añaden las crónicas, ”dejando confundido y patitieso al maligno espíritu”: Ella- la Iglesia-, cree todo lo que creo yo”.
En la Semana Santa y en el resto de las semanas del año –porque todas ellas con santas- la religiosidad popular es tanto o más “religiosa”, que la de las ceremonias y desfiles procesionales y ritos, con excepción del lavatorio de los pies, de la Santa Cena, de la Crucifixión y de la Resurrección del Señor y la alegría pascual.
Etiquetas