Los últimos de Filipinas: la Iglesia y la sociedad no van a ser las mismas sin los padres kastilas

"El 27.12.2024 moría en Makati (Filipinas) el zamorano Horacio Rodríguez Rodríguez O.S.A., El 25.10.2024 falleció en San Juan (Filipinas) a los 94 años de edad el asturiano Guillermo Tejón Hevia O.P.…"

"Estos dos frailes eran algunos de los últimos de Filipinas. Sus nombres merecen inscribirse con letras de oro en los anales históricos de esta tierra. Eran más pinoys (o filipinos en el argot tagalo) que los mismos pinoys a quienes habían llegado a amar como compatriotas e incluso como familia"

"Los obispos se jubilan pero estos frailes, en absoluto. Piensan seguir faenando hasta la muerte"

"Solo quiero destacar aquí que en general los frailes kastilas han hecho una gran labor, siguen gozando de un gran prestigio. Este estado es la aspiración del clero filipino que no acaba de alcanzarlo por la mentalidad colonial prevalente incluso en el mundo clerical y eclesiástico"

Fray Horacio

El 27.12.2024 moría en Makati (Filipinas) el zamorano Horacio Rodríguez Rodríguez O.S.A., último rector y director de la escuela elemental de origen español del prestigioso Colegio San Agustín Makati a los 93 años.  El 25.10.2024 falleció en San Juan (Filipinas) a los 94 años de edad el asturiano Guillermo Tejón Hevia O.P. quien había sido provincial de la Provincia dominicana del Rosario de 1985 a 1989 y vicerrector de asuntos académicos de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás, fundada por los dominicos españoles en 1611 y la más antigua en Oriente. Incluso más antigua que la Universidad de Harvard en EE.UU.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo
Horacio Rodríguez

Estos dos frailes eran algunos de los últimos de Filipinas. Sus nombres merecen inscribirse con letras de oro en los anales históricos de esta tierra. Eran más pinoys (o filipinos en el argot tagalo) que los mismos pinoys a quienes habían llegado a amar como compatriotas e incluso como familia. Mejor dicho, su familia no de sangre en estas tierras lejanas (si bien algunos padres kastilas por la soledad y tristeza de hallarse lejos de los calores familiares dejaron prole en estas islas).   

Faenas en Filipinas: Prestigio en un lugar sacralizado y clerical

Algunos que son de la misma librea siguen faenando aquí o pasan las postrimerías de sus vidas en las enfermerías muy bien acomodadas de sus corporaciones religiosas respectivas. Es este uno de los blancos de la envidia del clero secular que ahora se está espabilando con fundaciones dotadas de recursos monetarios para el cuidado de los sacerdotes ancianos y enfermos en colaboración con la CBCP o conferencia episcopal filipina y algún que otro político o comerciante que suelen ser los aliados del clero filipino.

Otros muchos ya habían partido a la casa del Padre desde estos tristes trópicos, en donde decidieron morir alejados de sus familiares y orígenes, con las amarras afectivas ya rotas.  La tierra filipina se honra en acoger sus restos y encima de esta tierra los frutos de sus labores siguen edificados y siguen siendo edificantes.    La gran mayoría han querido permanecer en estas Islas del Poniente, lejos del calor familiar y terrenal, pese a que la colonia española en estas islas en los siglos XVI y XVII fue proverbialmente pobre y esta pobreza material sigue hasta estos días.  Desde siempre la precariedad ha sido la nota más característica de Filipinas máxime hoy en día cuando, sobre todo en la denominada esfera pública (léase política) ya se han tirado los valores buenos tradicionales por la ventana por la que se asoma nuestro pueblo a los avatares de la historia. 

Hasta la fecha, un puñado de estos frailes kastilas (de la palabra española ‘castilla’ o españoles en el lenguaje de esta tierra) bien están pasando sus últimos años aquí recluidos en las enfermerías de sus congregaciones o bien siguen prestando sus servicios activos, como si no fuesen capaces de desprenderse de sus prebendas por sentirse insustituibles (y por ser considerados como tales por sus hermanos de hábito filipinos), aunque su edad ya rebasa los 75 años. Los obispos se jubilan pero estos frailes, en absoluto. Piensan seguir faenando hasta la muerte.

Guillermo Tejón

Sin lugar a dudas, estos frailes abrazaron Filipinas como su nueva tierra, tras abandonar la propia en donde moraban los padres, familiares y los primeros amores, conforme a los más altos ideales del Evangelio. Algunos llegaron a conseguir la nacionalidad filipina. Otros no debido a interminables trámites burocráticos.

Pero, ¿qué más da?  Eran, en realidad, más filipinos que los mismísimos filipinos. Dicho de otra manera, más pinoys que los mismos pinoys, como ya hemos dicho arriba. En muchos casos, amaban más este país más que nosotros mismos, pues muchos de nosotros seguimos aspirando a salir de él, debido a los problemas incontables sobre todo de naturaleza económica, a toda costa. Este afán se intensificó sobre todo a partir de los años ochenta cuando la situación se volvía insoportable por la pésima y funesta gestión de la dictadura de Marcos, padre.  A esta luz quiero dejar constancia aquí que varias voces frailunas españolas fueron ‘prudentemente’ valientes durante aquella noche oscura colectiva larga que recientemente ha vuelto a ensombrecer nuestro panorama actual, empezando con la elección de Rodrigo Duterte en 2016 y la sucesión de este por el hijo del dictador Marcos teniendo a la hija de Duterte, con quien ahora tiene un conflicto irremediable, por vicepresidente.

Varios de estos frailes kastilas, por propia confesión, reconocieron la importancia, el afecto, el prestigio que se les concedieron, por su estado frailuno y occidental, en este ambiente caluroso laical y oriental, algo que prácticamente ya no existe en la España secularizada y desclericalizada. Algunos de frailes kastilas veteranos en estas ínsulas exóticas incluso llegaron a tachar de ‘desangelizado’ el ambiente socio-religioso actual de España en que se huele el humo de los restos quemados de la religiosidad popular mientras que por aquí en Filipinas el ambiente sigue oliendo a incienso y velas, acompañados por los olores y colores de las afamadas flores indígenas como las sampaguitas, las orquídeas y las kalachuchi (frangipani o plumeria).

Los años no perdonan: El calor de la patria chica

Por otra parte, hay algunos kastilas, también numerosos, dado que los años no perdonan, se dieron cuenta a tiempo de que ya no podían ser productivos en estos campos de misión.  Estos optaron por pasar sus últimos años en España no solo para recibir cuidados médicos más apropiados o para estar cerca de sus familiares sino sobre todo para volver al lugar donde había germinado su vocación para la aventura en Oriente, pues este era para ellos una gran aventura. 

Reconocieron que ya habían pasado los tiempos para los quijotes por lo que tiempo de volver al regazo materno para exhalar ahí el último respiro y suspiro mas siempre teniendo presentes con habagat y amihan que hacían bailar los cocoteros y sacudían los bambúes cerca de las tierras de siembra o de las costas. 

Sin embargo, los aires que soplan a través de las conchas en estas y sobre las chinitas en aquellas les traían ecos de la Madre Patria por lo que les invadió la morriña.  A pesar de encontrase ya físicamente lejos de sus queridas Filipinas, arropados en sus enfermerías con la calefacción de invierno, siguen pensando en sus arrozales, cocoteros y playas.  Un fraile que había pasado más de 40 años en estos tristes trópicos, volvió a su querida Castilla y falleció recientemente en la enfermería de su familia religiosa me hizo esta confesión.

Padre Horacio

Sin duda estas mismas calefacciones y mantas de lana o poliéster les ayudan a los que regresaron a su tierra a evocar los calores de estos trópicos. Espiritualmente siguen cercanos a sus queridos feligreses filipinos.  Algunos casi se murieron de pena a la hora de las despedidas que resultaron definitivas pese a las letanías inacabables de promesas de que ‘aunque tengamos que tirar la casa por la venta, iremos a España a hacerle una visita, padre’.  

Lamentablemente, algunos ya se encontraban muy achacosos a la hora de volver a la Madre España por lo que no podían esperar el cumplimiento de estas mismas promesas hechas con sollozos, abrazos e incluso besos de despedida.  

Aunque los huesos acaban en la patria grande fría y el espíritu (o al menos los pensamientos mientras no se haya perdido todavía la cabeza) en la patria chica calurosa. ¡Incluso tras haber perdido la cabeza seguían pensando, hablando y viviendo como si siguieran en Filipinas!  En el silencio de sus residencias para enfermos y ancianos siguen los cacareos a todas horas de los gallos indígenas filipinos. En realidad, como han afirmado varios, el frío de España es una de las excusas por las que muchos frailes españoles quieren jubilarse aquí, pues ya se han acostumbrado a los calores tanto físicos como espirituales de estas tierras tropicales con su humedad climatológica y relacional.

No cabe duda de que los vientos orientales seguían soplando por dentro de las fibras más íntimas de estos veteranos ya alejados físicamente de su adorada tierra filipina amadísima poniendo de manifiesto  que el espíritu siempre supera las distancias sobre todo si este mismo espíritu ha cultivado mucho cariño, apego y sentimiento y ha sido reciprocado más de mil veces tras las lides misionales largas y fructíferas, con sus sinsabores y dulzores siempre en el recuerdo hasta que el candil de la vida de uno se apague para siempre. 

Un fraile anciano actualmente recluido en la enfermería de su orden religiosa en Castilla me contó antes de partir definitivamente para España que con los óleos sagrados todavía frescos en sus manos por la ordenación sacerdotal, se le cayó el alma al oír la palabra ‘Filipinas’ de los labios del provincial cuando este le informaba de su primer destino. Él llegó a exclamar antes de ir a su pueblo para la cantamisa: ‘Pero, ¿dónde está eso?’ aunque su provincia religiosa entonces llevaba el nombre de Filipinas. Sabía lo que era pero era para él entonces un lugar mítico o de ensueño.  Y ahora, algo desmemoriado pero locuaz, según me han comentado algunos que le siguen ateniendo, sigue hablando de su querida Filipinas, con los monzones, mosquitos y lagartos que le molestaban tanto al principio, ya lejos de él definitivamente.

Padre Horacio

La evangelización de Filipinas y el origen frailuno de la iglesia filipina

La evangelización del archipiélago magallánico comenzó en 1565 con los agustinos que llegaron con el adelantado vasco Miguel López de Legazpi aunque los primeros bautizos habían ocurrido en 1521 pero los esfuerzos evangélicos no perduraron en aquel primer momento dado que Magallanes, por imprudencia, murió en aquel año en la batalla de Mactán por lo que la presencia española en estas islas fue interrumpida.

En 1577 llegaron los franciscanos observantes.  Los hijos de san Ignacio de Loyola arribaron a estas islas en 1581.  Los de santo Domingo en 1587. Luego vinieron los agustinos recoletos en 1606.

La última familia religiosa en llegar durante el período español de Filipinas (que duró hasta 1898 tras la recapitulación española a los Estados Unidos de América) fue la Orden de Franciscanos Capuchinos en 1886

Las mencionadas familias religiosas en la mentalidad colectiva entonces fueron denominadas ‘órdenes frailunas’ o ‘frailes’ si bien los jesuitas no eran (son) frailes. En la mentalidad filipina, ‘fraile’ significaba sacerdote español y en los momentos más álgidos del nacionalismo del siglo XIX llegó a significar en la mentalidad popular ‘sacerdote español opresor de los indios’. Los monjes benedictinos, procedentes de Cataluña, que arribaron en 1895, también fueron denominados ‘frailes’. A los paúles españoles del francés san Vicente de Paúl, procedentes de Cádiz, que pisaron por vez primeras estas tierras en 1862 también se les llamaba ‘frailes’. 

La iglesia filipina tiene origen frailuno. Nació nuestra iglesia filipina con la colonización activa de este archipiélago en 1565, con los hijos de Hipponense. La cruz y la espada fueron inseparables hasta el año fatídico de 1898 cuando las barra y las estrellas se alzó sobre estas islas para sustituir a la rojigualda.

Algunos historiadores más circunspectos reconocen que el origen y el desarrollo de la iglesia filipina hasta el alba del siglo XX se deben a la labor abnegado de ‘los regulares’. Este último no llegó a incorporarse en el léxico filipino, pero prayle (del español ‘fraile’) sí, muchas veces con connotaciones negativas dado las varias oleadas de nacionalismo intenso, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX cuando los habitantes de estas islas sintieron que fueron ‘filipinos’ (nomenclatura reservado inicialmente para los españoles insulares o nacidos en estas islas) y no simplemente ‘indios’ (o indígenas), en medio de la lucha de la secularización (o la lucha del clero secular filipino frente a las corporaciones religiosas para el control de las parroquias con obispos españoles mayoritariamente de condición frailuna) y coincidiendo con el período en que la flor y la nata de la juventud indígena empezó a frecuentar las aulas europeas (los orígenes de la denominada ‘ilustración filipina’). Todo este proceso comenzó a llegar a su acmé sobre todo a partir de la independencia filipina de los Estados Unidos en 1946, precisamente en los tumultuosos años setenta del siglo pasado, coincidiendo con la muy despiada y nefasta Ley Marcial del dictador Marcos, padre del actual presidente filipino.

La primera misa en Filipinas

La cultura frailuna sigue prevaleciendo en estas islas. Un botón de muestra: hasta la fecha las residencias parroquiales siguen llamándose kumbento (del español ‘convento’), aunque los titulares actuales ya son del clero secular, pues los párrocos siempre habían sido frailes o regulares aunque vivían solos en lugares aislados —incontables veces buscando calor en medio de esta humedad tropical en los brazos y faldas de las dalagas filipinas y esto fue caricaturizado en la novela satírico-costumbrista Noli Me Tangere del héroe nacional filipino José Rizal—, en épocas caracterizadas por problemas de tipo logístico sobre todo en lo referente a los viajes o medios de transporte en este gran archipiélago muy visitado por los monzones y tifones durante 9 o 10 meses, con intervalos de frescor y en condiciones siempre húmedas, pero abrasado por un sol de justicia oriental durante 1 o 2 meses.

Reflexiones acerca de un hecho sociológico: Todos los clérigos extranjeros son frailes

No es este el lugar para historiar con parsimonia la actividad frailuna. Esta tarea ya cuenta con un bosque bibliográfico considerable con sus espesuras, nieblas y desmontes. Solo quiero destacar un hecho sociológico que puede resumirse aquí sabiendo que la labor de los regulares en pro de la iglesia y la sociedad filipina tiene sus luces y sombras. Y si se nos apura a hacer una evaluación en términos generales me atrevería a decir que hay más de aquellas que estas últimas, afortunadamente.

Un día soleado y tranquilo, por ser un fin de semana, uno de estos Últimos de Filipinas, me invitó a tomar café en la recreación conventual y dentro de la clausura conventual.  Es este un honor que la mayoría no comprende.  Me explico. Debido a mi condición seglar y nacionalidad filipina (con la tez morena y con rasgos típicamente surasiáticos) la gente no acaba de comprender cómo puedo tutear y llamar a estos frailes por su nombre de pila, es decir, no acaba de aceptar que los sacralizados frailes kastilas me traten, un indio con la piel morena —por aquí no es un ‘mestizo’, entendida esta palabra como ‘blanco de piel’, ‘español de raza’ y no como alguien de linaje mezclado o de tener ascendencia española con el español como una de las lenguas que se hablaban en ámbito doméstico, como es mi caso—, como un igual. 

Mientras me servía café y unos bollos, dicho fraile me contó que cuando era un advenedizo lloraba y lloraba sin cesar. No solo por morriña, lo cual era comprensible dada su juventud entonces y que de alguna manera podía aliviarse con los medios de comunicación y viaje disponibles, sino por las lluvias torrenciales, con los huracanes acompañantes, que durante, como ya queda dicho, 9 o 10 meses asolan este país. Al verlo así un fraile mayor de su comunidad, español como él, pero que había llegado a estas islas en los años cuarenta —y ya fallecido desde hace unos treinta años—, le dio este consejo: ‘Chaval, ¡dale tiempo al tiempo! Ya verás que dentro de unos meses no hay quien te saque de aquí’.

Se cumplió el vaticinio de aquel fraile mayor. Hasta la fecha dicho fraile llorón sigue aquí y lleva más de treinta años moviéndose con holgura en los círculos más cotizados en la sociedad filipina, codeándose con la flor y nata de dicha sociedad, incluso más que sus hermanos de hábito de origen filipino. Prueba de ello son los incontables bautizos, bodas y funerales que tiene que presidir hasta la fecha incluso lejos de su propio convento amén de su presencia como comensal invitado en algunos de los restaurantes más chics de la metrópoli manileña.  Su presencia entre estos nativos, amén de significar bendiciones copiosas desde el cielo, da prestigio social a estos saraos filipinos.

Ya han pasado más de treinta años desde aquella conversación con el entonces recién llegado. El viejo fraile ‘profeta’ exhaló el último respiro felizmente aquí en olor de santidad como insistían algunas de sus devotas filipinas (lo cual es casi de rigor cuando fallece un religioso español). Hablaba desde la propia experiencia. A otro fraile de la misma familia religiosa que llevaba casi cincuenta años en Filipinas de su misma religión por un infausto desliz lo obligaron los superiores a regresar a España. Si no fuera por ello, el religioso seguiría por estos pagos, ocupando la misma prebenda que le había granjeado la admiración, el respeto y la adulación de la elite filipina. De hecho, había dijo públicamente antes de su vuelta definitiva a la Península de que ya tenía su nicho (tumba) reservado en el panteón que su orden tiene en la capital filipina, dentro del mismo recinto de gran valor histórico y cultural en donde también en silencio descansan, a la espera de la resurrección de los muertos, los restos de muchos españoles (tanto peninsulares como insulares), mestizos, personajes filipinos prominentes y ricos desde los tiempos coloniales.

Cristianismo en Filipinas

Aura sacralizada y prestigio social

Pues, he aquí la clave para comprenderlo todo: el prestigio, el estatus, el aura sacralizada dentro de una sociedad levítica, evangelizada durante siglos por los kastilas, por los blancos los mediadores para los indígenas o indios ante Dios, los faros de la sacralidad, del saber y de la cultura, pues estos tres elementos se dan de mano y en la práctica son inseparables en este ámbito netamente confesional que se ha fusionado asimismo con la dinámica política, inseparable de su ramificación socio-económica, de este país. Un signo externo significativo de todo esto es el besamanos filipino (llamado ‘mano po’) con que los todos los frailes kastilas (y el clero filipino en general amén de la gente mayor y respetado, incluyendo los políticos y ricos, es decir, los caciques, los que mandan en este mundillo filipino con sus jerarquías axiológicas). 

Otro ejemplo concreto es el mencionado colegio de los agustinos calzados, mencionado al principio de este ensayo, ubicado en una urbanización muy elitista y escogida en la capital financiera del país de donde fue durante once inolvidables años el que suscribe estas líneas (por lo cual estaré eternamente agradecido a mis progenitores quieran se sacrificaron para que recibiera yo la mejor educación posible durante aquellos años ya lejanos y superados de mi mocedad y adolescencia y que dejó huella indeleble en mi ser). Es un colegio de la elite, en donde estudian los hijos de los más ricos e influyentes del país. Incluso un periódico castellano-leonés lo denominó, en una nota necrológica publicada a raíz del fallecimiento del P. Horacio Rodríguez —al que los estudiantes, los profesores y otro personal del mismo colegio hacían una reverencia de rigor con el ‘mano po’—, ‘una de las escuelas referente en Asia-Pacífico’. 

Por cierto, varios de mis profesores y condiscípulos en mi colegio me recriminaban por no hacerle al bueno de Horacio, un hombre muy amable y con un sentido de humor muy peculiar , el ‘mano po’, pues esta costumbre no se practicaba en mi familia. No me parece un ‘gesto natural’, por decirlo así. Al llegar a la universidad se les agasaja a los dominicos con la misma reverencia. A esas alturas de mi vida, ya universitario y estudiante de filosofía, el gesto que veía como algo gracioso en mi niñez y mocedad ya me parecía infantil e infantilizante. 

Como era de esperar, fui recriminado por el círculo seglar universitario muy adulador a la corporación frailuna por tener yo la tez morena.  Esta corporación de hombres blanco está considerada como la aristocracia eclesiástica, como los caciques en esta sociedad sacralizada.  Me tachaban por mi morenez, mi franqueza y mi ‘atrevimiento’ o falta de respeto, pues mis compatriotas me clasificaban sociológicamente dentro de la clase de la servidumbre, de ser ‘trepador y presumido’ por mi manera franca pero respetuosa con los religiosos tanto kastilas y pinoys (o filipinos).  Yo les respondía, con la firmeza y franqueza que siempre me han caracterizado, que no lo soy y tampoco soy un lameculos en ese mundillo de intrigas y padrinazgo.  Pero que conste aquí que ningún fraile kastila me obligó a que le haga el ‘mano po’.  Solo algunos pinoys ‘se atrevieron’ a ofrecerme la mano para que la besara, cosa que no hice por no tener la costumbre, como ya he dicho. 

Otro religioso pinoy, que eventualmente abandonó el sacerdocio precipitadamente por casarse por lo civil secretamente en otro país, me criticó duramente por mi ‘actitud de superioridad frente a los agentes de Dios como él a quienes tuve la suerte de tratar porque tienen un ministerio que cumplir en nuestras vidas’.  Este mismo pinoy intervino para que la institución en la que entonces era uno de los caciques concediera un contrato importante a su hermano de sangre. Sus palabras, asimismo su intervención nefasta en favor de su familiar, dejaban patente la mentalidad de varios de los religiosos pinoys.  En otras palabras, ellos se creen los nuevos mandones. Son los herederos del mandato de los kastilas sobre todo a partir del último tercio del siglo veinte, interpretando dicho mandato, en términos de poder y prestigio.  Es triste constatar que muchos de estos paisanos míos abrazaron la vida religiosa por estos mismos motivos, inseparable de los beneficios económicos que conllevan la vida religiosa en estas islas, y que se hallan lejos de los ideales evangélicos.

En el caso de los frailes kastilas, a mi juicio, más bien estos toleraban o respetaban la mencionada costumbre filipina de ‘mano po’. De hecho, sobre todo al principio, varios me expresaron su extrañeza e incluso su incomodidad frente a la misma y que no eran en realidad tan partidarios de ella. Pero no rehuían o retiraban la mano, como hace el papa Francisco a los que quieran besarle el anillo de Pedro, por no ofender las sensibilidades de la gente sensibilísima.  Relacionado con esto, cabe relatar aquí otra anécdota. Una catedrática filipina, con ascendencia china, en dicha universidad se angustiaba una vez cuando un fraile, por distracción o prisa, no le devolvió el saludo al encontrase por los pasillos de la universidad. Sufría porque no podía hacer como de costumbre el ‘mano po’, tras repetir hasta la saciedad, en una sala común de profesores, de que los frailes kastilas eran ‘necesarios’ en su vida. No hacía falta pedirle explicaciones.

Evangelizador de Filipinas

Paternalismo, aportación cultural, las vicisitudes de la historia

Todo ello demuestra que con los frailes kastilas, desde los primeros tiempos de la evangelización de estas islas, se ha generado una cultura generalizada de paternalismo en la sociedad filipina que tiene su raíz en un percibido inherente sentido de superioridad en muchos de estos hombres ‘blancos’, manifestado por su modo de ser directo y más autoritario, cultura occidental y circunstancia peculiar en el contexto social caracterizado por el carácter sumiso, pasivo y hospitalario hasta el exceso de los orientales. 

Tras mis estudios en el viejo continente, se asustaban mis vecinos en la parroquia cuando les dije que en España no cuentan para nada; no ocupan cargos importantes en la sociedad; que son en su mayoría de origen humilde; que solo ejercen como pastores, directores espirituales, profesores a veces de administradores.  Pero nada de poder, nada de riquezas o de nobleza, nada de influencias en la sociedad.  Muchos filipinos piensan que los kastilas eran de familias aristócratas o de la nobleza en su tierra de origen.  Otro ejemplo es el de un fraile holandés, que eventualmente consiguió la nacionalidad filipina, de quien las lenguas filipinas equivocadamente hablaban como un príncipe de nacimiento que renunció su realeza al abrazar la vida religiosa en Oriente.

Los kastilas han traído a estas islas lo mejor e incluso lo peor de su mundo occidental. En Oriente, nos fascinan lo novedoso, lo extraño que interpretamos generalmente como lo mejor por lo que se les considera a estos kastilas como faros de sabiduría y cultura (hasta el siglo XIX al menos muchos de estos faros eran genios universales y no simplemente divulgadores de la cultura occidental; y los del siglo XX superaban a muchos pinoys en áreas como la filosofía, teología, derecho canónico, historia, administración, etc.) en una tierra que sigue teniendo un complejo de inferioridad cultural sobre todo en el mundo eclesiástico y clerical. 

Siendo así, es de justicia aceptar que en muchos casos el clero filipino no puede equipararse a los kastilas o blancos en términos de cultura e incluso morales, sobre todo cuando los filipinos nos conocemos a nosotros mismos demasiado. Dicho de otra manera, sabemos nuestros defectos propios por lo que muchos siguen añorando a los kastilas que al menos no comparten nuestras pequeñeces, sobre todo nuestro nepotismo y mentalidad pueblerina puesto que el estado clerical es un trampolín para poder encumbrarse en la sociedad

Al menos, los frailes kastilas, sobre todo los que ocupan altos cargos administrativos en, por ejemplo, universidades o escuelas, no pueden (o podían) meter a sus familiares en dichas instituciones por no tenerlos tan cerca aunque en muchos casos también tienen sus favoritismos, como todos los seres humanos, entre los seglares pinoys aduladores. No así en el caso de algunos mis compatriotas que han convertido sus instituciones en una corporación familiar.

La situación económica y cultural de esta tierra permite a los clérigos que rigen grandes instituciones tener fámulos, secretarias, mozos y mozas todos los medios, para poder vivir como unos pachás, algo que no existe en la Península. Más de un fraile kastila me han dicho que Filipinas es un paraíso para la vida clerical, con muchas bendiciones y también tentaciones. En este contexto, debería comprenderse el hecho de que los frailes españoles han llegado a ser símbolos no solo de un colonialismo que pervive sino de un elitismo identificado con la superioridad de lo blanco en estas tierras, algo parecido ocurre o ocurría en Hispanoamérica. Es este un tema que merece estudios más especializados y pormenorizados máxime desde el punto histórico y sociológico.

Iglesia antigua en Filipinas

Palabra de agradecimiento

Nos llevaría demasiado lejos matizar todas estas afirmaciones.  No es mi intención hacer un recuento detallado. Solo quiero destacar aquí que en general los frailes kastilas han hecho una gran labor, siguen gozando de un gran prestigio. Este estado es la aspiración del clero filipino que no acaba de alcanzarlo por la mentalidad colonial prevalente incluso en el mundo clerical y eclesiástico. 

Ya no vendrán más frailes españoles. El fenómeno de las fusiones de las provincias ibéricas de diversas familias religiosas es síntoma de ello. Nuestra iglesia filipina será más filipina, lo cual es algo bueno e inevitable siquiera hemos de admitir que muchos clérigos filipinos no dan la talla como los kastilas que han sido, en general, más entregados a su labor pastoral y misional, alejados de su tierra de origen y seres queridos, llegando a amar a Filipinas más que los mismos pinoys, con las luces y sombras que esto inevitablemente conlleva. 

Mas este amor y entrega abnegado tiene su precio. A tenor de ello no está de más evocar brevemente aquí el caso de un fraile abulense que murió en Manila a los 91 años. Poco antes de perder la cabeza y mientras ya se disponía a esperar el encuentro definitivo con el Altísimo, me pidió que no escribiera a su sobrina, hija única de su hermano fallecido y a quien había conocido durante mis años estudiantiles en la Ciudad del Tormes, pues en su última viaje a la Península ya se había despedido de ella, de sus raíces y de todo para morir en su querida Filipinas a dónde había llegado hacía más de 60 años de joven sacerdote profesor —llegando a ser uno de los puntales sabios del Derecho Canónico en Filipinas—, sufriendo en su propia carne al lado de los pinoys las vicisitudes más duras y nefastas de nuestra historia, entre ellas la Segunda Guerra Mundial durante la cual fue capturado y casi fue pasado por las armas por el desalmado y caprichoso kenpeitai japonés.

No puedo menos de expresar aquí mi más profundo agradecimiento a muchos frailes kastilas, que también tenían sus defectos como todo hombre, no solo por su papel en mi propia formación como cristiano, como estudiante, como filipino sino sobre todo por su labor abnegada en pro de la iglesia y sociedad filipina.  He conocido a los mejores hombres con alma sacerdotal entre los kastilas que han trabajado hasta su muerte en estas islas que han acogido con gratitud sus restos y lo mejor de su espíritu.  Algunos me han honrado con su amistad personal.  Y han sido algunos de los más leales de los amigos que he tenido en esta vida, incluso mucho más que mis compatriotas pinoys.  Muchos de estos últimos —y mi juicio está avalado por incontables experiencias personales—, incluso en el mundo clerical, lamentablemente tienen ese defecto desconcertante que acompaña el encanto aparente de los orientales:  la doblez y la superficialidad.

Me entristece enormemente (si bien estoy muy resignado) la desaparición de los últimos de esta generación que sigue faenando en mi tierra mas los tiempos han cambiado por lo que hemos de tener fe (no cabe otro remedio) en este mundo clerical filipino que ha llegado a su madurez que desde 1960 ya cuenta con diez miembros del Sacro Colegio Cardenalicio.  Ya es hora que nuestro pueblo y nuestra iglesia filipina madure, yendo más allá de las pequeñeces sociales y morales del clericalismo que siguen persistiendo a pesar de más de cien años del nacionalismo eclesiástico sobre todo a partir de la consagración episcopal del primer obispo filipino (Mons. Jorge Barlín de la diócesis de Nueva Cáceres) en 1906, para llegar a ser el pueblo maduro y experimentado de Dios en estos tristes trópicos frente a los desafíos de la historia.  Ya nos hallamos muy lejos temporalmente de la infancia de una iglesia dirigida por Filipinas mas sigue prevaleciendo la inmadurez cultural en el círculo clerical filipino.  No somos una iglesia de niños conforme al Evangelio sino de inmaduros, con muchos clérigos infantiles e infantilizantes cual unos flautistas de Hamelín que llevarían a sus ovejas a la perdición.

Filipinas

Es preciso, después de todo lo ya dicho hasta ahora, reconocer que la iglesia y sociedad filipina no va a ser la misma sin los padres kastilas. Igualmente aprovecho esta ocasión para dar las gracias a otros sacerdotes extranjeros, muchos de los cuales han llegado a ser más pinoys que los mismos pinoys (por ejemplo, italianos, estadounidenses, australianos, irlandeses, holandeses, belgas e incluso africanos y asiáticos, esto es, religiosos que no son ‘blancos’ dada la fascinación insaciable de los pinoys con el calor blanco pues identifican la tez blanca con la superioridad frente a la morenez de los indígenas) de otras familias religiosas que también han misionado en estas islas y que han entregado generosamente sus vidas al pueblo filipino (pero es este otro cantar). ¡Dios nos tenga de su mano!

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