Abrir caminos de confianza
«Hoy más que nunca se alza una llamada a abrir caminos de confianza, hasta en las noches de la humanidad» (Roger de Taizé)
Cuando las cosas nos van bien, nos mostramos, por lo general, más despreocupados, más contentos y satisfechos, más generosos y acogedores. Pero cuando llegan los tiempos de las vacas flacas, de las dificultades, de las crisis personales, sociales y políticas, nos volvemos mucho más afligidos, desconfiados, cautelosos, incluso conservadores.
Dice Eduardo Galeano que «quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen...».
Y el miedo siempre es falta de fe, de confianza en el otro, en quienes conviven a mi lado. Cuando algún joven (cuya estética no nos parece a nosotros del todo fiable), está sentado a nuestro lado en el autobús, o nos sigue porque va en la misma dirección, no nos deja respirar hasta que se baja del bus o tuerce hacia otra calle. Lo mismo podríamos hablar de una persona con otro color de piel, con una tendencia sexual diferente a la mía o con un mendigo cuyo aspecto y olor nos repele, hasta dar un rodeo para no sentirnos contaminados.
En cambio, las personas bien vestidas, con una buena educación, con buenos modales, cuya conversación es amena y culta, nos ofrece e invita a la confianza.
Así podríamos seguir dando ejemplos en muchos órdenes de la vida (países, instituciones, partidos políticos, movimientos sociales, asociaciones, institutos religiosos…). Y, al contrario de lo que parece, muchas veces esas personas singulares, grupos diferentes, movimientos contraculturales, nos aportan puntos de vista y ejemplos de vida mucho más aprovechables y beneficiosos para desarrollarnos en plenitud como seres humanos, que las personas «bien» en apariencia, muchas veces defensoras del statu quo e incluso aprovechándose del mismo para beneficiarse ellas y sus allegados.
¿Quiénes son pues los más fiables y confiables? Aunque sea verdad que tenemos que ser «cautelosos y astutos como serpientes» en los distintos aspectos de la existencia, no es menos cierto que también estamos llamados a mostrarnos «sencillos como palomas», e incluso creo que deberíamos dar un voto de confianza a los demás, a quienes nos acompañan en el camino de la vida y con los que convivimos, a quienes conocemos por los múltiples encuentros que nos ofrece cada día la existencia.
Hacer de la confianza una estrella que guíe nuestra cotidianidad, es renovar nuestra identificación con la humanidad, es enriquecernos nosotros mismos como seres humanos. La familia, los amigos, los compañeros del trabajo solidario… pueden ser, en muchos casos, cauces para profundizar en el pozo de agua viva de la confianza.
En la senda para llegar al cálido hogar de la confianza surgirán dificultades, escollos, ingratitudes, desengaños… No es fácil este trayecto, pero asegura una armonía interior, una felicidad tan honda, que merece atravesar algunos valles oscuros hasta alcanzar la senda de la cordialidad, la intimidad, la confianza. Cuando llegas, los miedos desaparecen como por encanto. Solo queda una fe fundamentada en la vivificante e incierta seguridad de la confianza.
«Felices quienes se fían y confían en los demás con una confianza renovada, pues creen más en la bondad de la humanidad que en su egoísmo».