Felices quienes al despuntar el día saborean una dulce gratitud por la mañana que comienza.
Felices quienes se despiertan con tiempo suficiente para contemplar cómo sale el sol y cómo se desplaza lentamente por su vida.
Felices quienes experimentan la compañía de los demás como una hermosa aurora que les alumbra y les da calor.
Felices quienes con la primera luz del día se regalan una sonrisa, disfrutan lentamente con los alimentos del desayuno y salen así contentos hacia su trabajo diario.
Felices quienes creen que la amistad es, en cada encuentro, un nuevo amanecer que les invita a gozar inmensamente de la vida.
Felices quienes se dejan sorprender por el estallido de la primavera, las primeras nieves, el calor estival o la caída de las hojas como el amanecer de algo diferente.
Felices quienes se mantienen confiados en los inviernos de la vida, quienes esperan con la certeza de que el mañana será mejor, quienes luchan y se esfuerzan para que despunte un alba más luminoso.
Felices quienes no creen en la palabra definitiva, en el punto final, en la última señal, en la noche sin término, porque esperan contra viento y marea que llegará el anhelado amanecer.