Devastación y barro
Desbordó la noche ingentes torrentes de agua
inesperada, salvaje, indomable,
arrasando, arrastrando, exterminando.
No hubo ni un instante de sosiego,
solo se escuchaba el fragor de impetuosas aguas,
desgarradores gritos sin respuesta,
cuerpos conducidos por la corriente
hacia la insaciable oscuridad.
Al amanecer todo era devastación y barro.
Como en las montañas de Ararat después del diluvio.
No quedó a salvo nada.
Todo flotaba caótico sobre la nada.
Y fueron saliendo bañados en lágrimas.
Con el ánimo asolado y la rabia desbordada.
Pero uno sacó una pala, otra una escoba,
alguien más allá un rastrillo,
limpiando la propia casa
y ayudando en la del vecino.
Como un río esta vez de gente
cruzaban los puentes, andaban horas
y se unían a la limpieza, al desescombro.
Afluentes de solidaridad y empatía
que calmaban por un instante la herida abierta.
Todo un país lacerado por la desdicha de otros.
Toda una sociedad arropando a quienes
se han quedado durante una noche interminable
sin nada.
Queda la angustia y la humanidad más profunda
consolando el alma desgarrada,
abrazando a quienes se encuentran abatidos,
uniendo sus manos y su sensibilidad
ante el desaliento, el abandono
y la infinita vulnerabilidad de la vida.