Orar desde la vida
Orar como si respirara, desde el hondón de mi ser, expirando todo lo que me sobra, lo que no necesito, y aspirando lo que anhelo, el aliento y el don gratuito que me regala la Vida.
Orar con las manos, que entregan lo que soy y poseo; que acarician para sanar la herida y compartir la calma; que estrechan otras manos y ofrecen el abrazo cálido de la acogida.
Orar desde el silencio del acompañamiento, cuando las palabras no expresan nada, cuando la muerte tiñe el alma de ausencia, cuando el sufrimiento ha embargado la claridad en la mirada.
Orar en tiempos de tormenta y de serenidad; de vendaval y de brisa; de brumas y de luminosidad; de tristeza y de gozo; de desilusión y de esperanza; de enemistad y de cariño.
Orar con los dientes apretados porque las bombas son el sonido de la destrucción; la opresión, la garra cruel que hace morder el polvo; la violencia, la profanación de la tierra sagrada del corazón humano.
Orar al contemplar el alborear de un nuevo día, el sol que da calidez al corazón, la sonrisa de quien te vende la barra de pan, la amabilidad de quien te cede el asiento, la confianza de que no todo está perdido.
Orar con el compromiso por la acogida y la integración del emigrante; con la mujer que ha sufrido malos tratos; con el anciano que vive en soledad; con el parado que no ceja de buscar trabajo.
Orar en momentos de serenidad e impaciencia; de abandono y compañía; de ternura y desatención; de presencia y olvido; de bondad y malicia; de promesas e indiferencia.
Orar en los momentos más dichosos y cuando nos invade el desconsuelo; cuando navegamos a favor del viento y cuando todo se nos vuelve en contra.
Orar sintiéndonos en conexión con todo lo creado; sabiendo que todo, todas y todos formamos parte de un Todo; que todo merece dedicación, agradecimiento y cuidado.
Orar con el corazón en la mano, con sinceridad, abriendo nuestras compuertas a todo lo nuevo que nos ofrezca la existencia, dejándonos sorprender por los olores y sabores de lo cotidiano.
Orar desde la densidad de la realidad, desde tantos espíritus abatidos, haciendo presentes muchos rostros con nombres y apellidos que se hacen presentes en nuestra vida.
Orar con la sencillez del niño o la niña que aún permanecen en nuestro interior, con su confianza, sin falseamientos, con la alegría que supera cualquier prueba, problema o desengaño.
Orar con los ojos muy abiertos al mundo que nos rodea y con los ojos cerrados para abismarnos en nuestro corazón, para mirarnos por dentro, para hacer presente a tanta gente a la que seguimos queriendo y no olvidamos.
Orar dando a luz los sueños que intentamos hacer realidad, con el empeño conjunto de muchos que anhelan otro mundo posible, fraterno, sororal, justo, libre, en paz.
Orar caminando por nuevos senderos, sembrando semillas de futuro en el fértil surco de cada día, de cada instante.
Orar viviendo con optimismo, alegría y esperanza, a pesar del dolor y el abatimiento, anunciando la buena noticia del evangelio de Jesús que alumbra una nueva humanidad. Sabiendo que este empeño, a pesar de todos los pesares, merece la pena.