Van pasando las estaciones
con la apariencia de la brevedad
de un tiempo que nos consume
en el fugaz instante.
Se suceden los días
al hilo de lo acostumbrado:
la templada brisa de la mañana,
las teclas que esculpen palabras,
los vagones de la incomunicación,
el atardecer de un nuevo día,
la despedida sin sueño.
Me asomo a la ventana
mientras el mundo duerme
y contemplo fascinado,
tras otros visillos,
la pasión de un abrazo.
Cierro los ojos y aún conservo en mi retina
esas dos siluetas incandescentes
que avivan mis recuerdos, mi corazón,
con el latido ardoroso de su luz.