Si tú no estás... Funerales para no creyentes y nueva evangelización
En realidad, cuando el Papa ha invitado a una Nueva Evangelización en Europa no ha pedido que nos liemos a discusiones de detalles entre católicos de primera, de segunda y de tercera, y a establecer certámenes de ortodoxia fetén, o a dar la paliza a nuestros contemporáneos con mensajes trasnochados y negativos, sino que hagamos lo que hacen los dos sacerdotes mencionados en el texto: saber llegar al corazón de personas que se han alejado hace años de la Iglesia y del Evangelio. Y saber presentar la esencia y la belleza del mensaje evangélico en las oportunidades que tenemos. Eso hizo Benedicto XVI en su hermosa homilía en su Eucaristía en la Sagrada Familia hace unos meses. O en su interesantísimo discurso a profesores universitarios en El Escorial.
Desde aquí felicito a los sacerdotes mencionados por Pilar Rahola, a los que no conozco, porque sus palabras han sabido suscitar en personas alejadas al menos el interrogante de que Dios sea "un Dios humano que acoge y no rechaza, que seduce y no impone, que ama y no increpa, es un Dios que se puede sentar a la mesa de los no creyentes". Palabras que, por cierto, recuerdan otras de Santa Teresita de Lisieux, que al final de su vida se sintió durante meses más cerca de la mesa de los no creyentes que de los creyentes.
Hay una pastoral de frontera, que debe volver a ofrecer el Evangelio a los alejados de la Iglesia, o sea, a los no convencidos, que hay que hacer como se cuenta en este texto. Se trata de proponer el Evangelio de Jesucristo como respuesta a los interrogantes por el sentido de la vida del ser humano actual. Pilar Rahola, por ejemplo, salió de ambos funerales pensando que quizá "el amor perdure más allá del dolor y la muerte". Y con ganas de acercarse a ese Jesús que ofrece tanto sentido y felicidad al ser humano.
Aquí dejo el artículo, espero que al lector le resulte tan sugerente como a mí me lo parece:
Si tú no estás...
Fue un impulso. De repente quise ir a comulgar. Mosén Enric Canet había dicho que cabíamos todos en aquella ceremonia, creyentes y no creyentes, y ciertamente la sagrada comunión fue el colofón de los sentimientos que vivíamos. Mi padre, después de años de no hacerlo, había comulgado unos días antes, en la misa por la muerte de mi tío Marcel, y cuando le pregunté por aquel hecho insólito, me dijo: "Es lo último que podía hacer por mi hermano". Y el martes, en el tanatorio de Les Corts, con el cuerpo inerte de Núria Mas, su alma produjo el milagro de convertir la muerte en amor. Y si no fuera porque me pareció una falta de respeto, habría ido a comulgar. No por mí, que vivo en el gris inconsistente de la duda, sino por ella, que se ha convertido en luz. Después en casa, con las palabras del Pequeño Príncipe que habían despedido a Núria –"lo esencial es invisible a los ojos"–, noté una cierta paz en medio de la tristeza. Dos muertes sentidas y rabiosas.
Los dos con un insufrible proceso que les fue devorando la fuerza del cuerpo. Marcel, aferrado a la vida hasta el último aliento. Núria, tan joven para morir... Mi tío se fue al compás de su querida tenora. Núria lo hizo con el Virolai, y los dos se despidieron acompañados por dos emotivos actos llenos de trascendencia. Al pensar después en ello entendí que si la muerte es fea, la fuerza del amor en el despido puede esconder una gran belleza. Y fueron los dos maestros de ceremonias, mosén Jaume Angelats en Cadaqués y mosén Enric Canet en Barcelona, los que dotaron sendos funerales de una gramática tan íntima y tan profundamente humana. No deja de ser sorprendente que los que no creemos en Dios encontremos a Dios en hombres y actos como estos, alejados de cualquier otro corsé que no sea el que dicta el amor. Y no tanto porque cambiamos el signo de nuestras creencias –o de nuestros desconciertos– sino porque este dios humano que acoge y no rechaza, que seduce y no impone, que ama y no increpa, es un dios que se puede sentar a la mesa de los no creyentes. Y en el día del despido por la muerte de un ser amado, hombres como Jaume y Enric son auténticos transmisores de espiritualidad. Gracias a ellos, los adioses a mi tío Marcel y a Núria Mas no fueron ceremonias de muerte sino actos de vida. Sin embargo, el dolor... El hermano de Núria, Artur, me dijo con un hilo de voz: "Pilar, no me han concedido el deseo". Lo había formulado en un mitin en el Vall d'Hebron, en silencio, cuando la gente lo aplaudía en el día de su aniversario. Había pedido por ella.
Pero el deseo no... Al sentir su profundo dolor, recordé el poema de Pere Quart a Carles Riba en su muerte: "Si tú no estás / ¿a quién me dirigiré? / si tú no estàs, / ¿quién nos juzgará?". El tío y la hermana, Marcel y Núria, ahora que no están, ¿dónde están? Quizás en el amor que perdura más allá del dolor y la pérdida.
Pilar Rahola