Libros que ayudan a vivir

Hace tiempo comenté la novela, llevada al cine, “Juntos, nada más”, de la escritora francesa Anna Gavalda. Hoy os recomiendo otra obra de la misma autora: El consuelo, Barcelona, Seix Barral, 2008.

Los dos me parecen libros que ayudan a pensar y sobre todo animan a vivir. Me refiero a vivir en el sentido de aquella frase de Oscar Wilde: “Vivir, lo que se dice vivir, es algo que hacen muy pocos; la mayoría se limita a existir”. Captar eso es un primer paso para entender esta otra frase: “Yo he venido para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Aquí tenéis el argumento:

Charles Balanda tiene 46 años. Hombre de familia y arquitecto de éxito, pasa las horas entre aviones y aeropuertos. Pero un día recibe la noticia de la muerte de Anouk, una mujer a la que amó durante su infancia y adolescencia, y los cimientos sobre los que había construido su vida empiezan a resquebrajarse. Será el recuerdo de Anouk, una persona tremendamente especial que no supo ni pudo vivir como el resto del mundo, lo que le impulsará a dar un giro radical y cambiar su destino. Desbordante y llena de humor, la novela de Anna Gavalda es, en esencia, una gran historia de amor. Pero aquí el amor no es sólo la atracción entre dos personas, sino una gran respuesta a la pregunta de si la vida merece la pena. El consuelo es un himno a la esperanza y a las segundas oportunidades. De nuevo, la autora que ha seducido a diez millones de lectores alrededor del mundo crea un milagro de equilibrio entre la tristeza y la alegría. Con personajes cautivadores, en los que cualquiera puede reconocerse, y una escritura sencilla y a la vez magnética, los libros de Anna Gavalda han conseguido poner de acuerdo a una crítica unánime y a un público que la adora en 38 países. Con El consuelo el fenómeno internacional sigue en aumento: «Parece haber sido escrito para desanimar a la tristeza», Le Figaro Magazine.


Y he aquí un texto que, ya bien avanzada la novela, revela lo que mueve a los protagonistas a amar la vida y a las personas:

Y, sin embargo creo en la aristocracia. Si es el término exacto, y si es que puede emplearlo un demócrata. No en una aristocracia basada en el rango y la influencia, sino en la de las personas solícitas, discretas y valientes. Los miembros de esa aristocracia se encuentran en todas las naciones, en el seno de todas las clases sociales y en todas las edades. Y hay una suerte de complicidad secreta entre ellos cuando se cruzan unos con otros. Representan a la única y verdadera tradición humana, la única victoria permanente de nuestra extraña raza sobre la crueldad y el caos. Miles de ellos perecieron en al oscuridad; pocos son grandes hombres. Están a la escucha de los demás como de sí mismos, son atentos sin exagerar, y su valentía no es una pose sino más bien una aptitud para soportarlo todo. Y además… tiene sentido del humor (texto de E. M. Forster) (pág. 426).


Leyendo textos como los de Gavalda suelo recordar a San Justino. ¿Sabéis por qué? Porque representa los comienzos de una de las dos líneas de opinión sobre la cultura humana que han ido desarrollándose en la Iglesia desde el principio del cristianismo. Una línea dice que casi todo es malo en la cultura humana no cristiana. San Justino opinaba lo contrario, que la cultura humana no cristiana está llena de valores evangélicos sin saberlo. Él los llamaba “semillas del Verbo”. Las novelas de Anna Gavalda, que expresan un fuerte amor a la vida, están llenas, al menos para mí, de semillas del Verbo. Merece la pena leerlas. Y que conste que no tengo comisión de la editorial, ¿eh?
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