MONS. ROMERO: Me hizo sentir gente

Recuerdo que estaba en el noviciado salesiano de Mohernando (Guadalajara) cuando un 24 de marzo de 1980 asesinaron a Mons. Romero.

A todos nos impresionó el hecho, y todavía recordamos aquella portada de ABC con el obispo muerto (martirizado, sí), a los pies del altar. Cuantos más años pasan y más destacan algunos anti-ejemplos eclesiales que están en boca de todos, más valoro la figura de Mons. Romero.

Por eso hoy quiero recordar el texto que cerraba un libro-mosaico sobre él. El fragmento se titulaba "Han pasado los años". Y habla por sí solo. Y sí que han pasado los años, ya 30...

HAN PASADO LOS AÑOS.

Alrededor de la tumba de Monseñor Romero, en las paredes, sobre la lápida, se han ido amontonando día con día los agradecimientos. Tablitas de madera barnizada agradecen milagros en los ojos, en las piernas varicosas o en el alma. Plaquitas de mármol cuadradas, rectangulares, a veces de plástico en forma de rombito o de corazón, dan también las gracias al arzobispo por el hijo hallado o por la madre curada, piden la paz, piden la paz, piden la paz y que acabe la guerra y recuerdan nombres. Hay también papelitos donde las "grasias" con historias, novelas a medio contar, cartas y hasta poemas y cantos. Cartones también, pedacitos de tela, bordados, en blanco, con hilos de colores...

Todo lo que dolió está allí, la felicidad recobrada también. No se pierde nada, todo vuelve al regazo de Monseñor.

Una mañana de invierno, el cielo cerrado en agua, un hombre harapiento, pelo encolochado por el polvo, camisa de hoyos, limpia con esmero esa tumba, valiéndose de uno de sus harapos. Apenas amanece pero él ya está activo y despierto. Y aunque el harapo está sucio de grasa y tiempo, va dejando brillante la lápida.

Al terminar, sonríe satisfecho. A aquella hora temprana no ha visto a nadie. Tampoco nadie lo ha visto. Yo sí lo vi.

Cuando sale a la calle, necesité hablar con él.

-Y usted, ¿por qué hace eso?

-¿El qué hago...?

-Eso, limpiar la tumba a Monseñor.

-Porque él era mi padre.

-¿Cómo así?

-Es que yo no soy más que un pobre, pues. A veces acarreo en el mercado con un carretón, otras veces pido limosna y en veces me lo gasto todo en licor, y paso la cruda botado en la calle... Pero siempre me animo: ¡son babosadas, yo tuve un padre! Me hizo sentir gente. Porque a los como yo él nos quería y no nos tenía asco. Nos hablaba, nos tocaba, nos preguntaba. Nos confiaba. Se le echaba de ver el cariño que me tenía. Como quieren los padres. Por eso yo le limpio su tumba. Como hacen los hijos, pues.

(Regina Basagoitia, en el libro de María López Vigil Piezas para un retrato de Mons. Romero)
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