Postales de familia: El cumple de Martita. ©
Pienso en esos dias mientras me ducho.
Como eran las fiestas de la Virgen de agosto, la Asunción, la llevaron a una iglesia votiva. A los pies de su imagen, su madre la llamó:
─ Marta, ven. Vamos a rezar por los abuelos, por toda la familia y, también, por España.
─ Para que no haya malos, ¿verdad?
─ Eso.
Martita se arrodilló, muy pidadosa y concentrada.
Al terminar se santigua más o menos, y se vuelve. Pero en un repente se suelta.
─ ¡Ay! Se me olvidó... ─ y otra vez se arrodilla unos dos minutos.
─ Le he pedido a la Virgen que no coman los tiburones a los que se bañan en las playas.
Evito milagrosamente cortarme por la risa contenida. Me seco la cara y salgo del baño.
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Martita echada sobre las dos almohadas piensa muy abstraida. Parece del todo espabilada. Viste un pijama de flores azules. Al verme me dice:
─ ¿Ya te has duchado?
─ Sí… ─ le guiño un ojo y me dirijo al armario. ─ Has dormido mucho, ¿eh?, dormilona.
─ Sí... Y me has despertado tú cuando cantabas.
Revuelvo perchas y pienso en voz alta:
─ No sé qué camisa ponerme.
Le enseño una a Martita.
─ ¿Cuál te gusta más? ¿Ésta, o aquella blanca?
─ Ésa.
Me la empiezo a poner.
─ ¡No…! ¡Espera…! La blanca ─ y, atenta y cómplice, mira cómo me queda.
Se pone de pie en la almohada, agarrada al cabecero. Se da vuelta y salta como en las elásticas de una feria. Y, así, saltando, me dice:
─ Abuelo…
─ ¿Qué?
─ ¿Tú tienes novia…?
─ No. La tuve y fue la abuela. Con ella me casé cuando éramos jóvenes.
Previa profunda reflexión, concluye:
─ Por eso yo no puedo ser abuela.
Para que la charla no derive peligrosamente cambio de tema. Sigue saltando en el colchón.
─ ¿Sabes que ya pronto va a ser tu cumpleaños?
─ Sí, ya lo sé... Y voy a invitarte.
─ ¡Aah...! ¡Qué bien! Me gustará mucho.
─ Voy a cumplir cinco años... Voy a ser mayor.
─ Bueno, muy mayor no serás todavía.
Se envuelve en un revoltijo de sábanas. Asomando de entre el lío su naricilla y ojos negrísimos, me aclara.
─ Bueenoo... Como la abuela y tú, no... pero, seré “más vieja”.
─ Y, cuando te hagas mayor, ¿qué quieres ser?
Se sienta, se aparta el pelo de la cara. Y pues que parece dudar, la ayudo.
─ Tal vez... ¿una mamá?
Pasan unos segundos más y como quien exclama ¡Eureka! me espeta:
─ ¡Alta! Quiero ser alta.
¡Ah! Hé aquí el gran problema, me digo.
─ Pero, Marta, tú siempre serás más pequeña que tus hermanos. Eso no tiene arreglo.
Aun así ella insistió en que será alta, de todas todas.
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Creo que hay que dar término a la conversación y buscar el desayuno.
─ Marta, tenemos que ir con la abuela.
Ella parece pensar en cosas de mayor importancia.
─ ¿Sabes? ─me dice ensoñadora- Va a ser una fiesta muy bonita. Vamos a poner globos en las paredes.
─ ¡Genial! Me pones muy contento.
─ Y en el techo también.
Mirando al techo al tiempo que se examina un pie:
─ Va a ser muy chuli. Y, además, con lacasitos... (Unas grageas de chocolate)
Voy al baño para peinarme y con el propósito de llevármela enseguida a desayunar.
Tardo un minuto, y cuando salgo se ha ido con los globos y los lacasitos, quiero decir que se ha dormido. Es lo que tienen las nietas de cuatro años a punto de cumplir cinco, que se duermen mientras te peinas.