los otros "Oceanic". Exhibicionismo y tragedia. El Oceanic y la mercantilización de las emociones
La mercantilización de las experiencias es un fenómeno que ocurre cuando las vivencias y emociones se convierten en productos comerciales. Transforma aspectos intangibles de la vida, en algo que se puede comprar, vender y por sobre todas las cosas: mostrar. Porque la imagen es hoy superior a la realidad y es para ocultarla, degradarla, ridiculizarla.
Lamentamos la trágica muerte de los tripulantes del exótico submarino que buscaban la “experiencia” de ver el Titanic. Pero también proliferan excéntricos viajes de millonarios como subir al Everest o ir al espacio, que acaban generando problemas. Convierten actividades en “consumos ostentosos” a través de los cuales, los dueños de este mundo, no conformes con una vida alejada del 80% del género humano y a costa de él, se pavonean con tales derroches. Se consume para presumir, no para cubrir necesidades reales: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1).
La mercantilización de las experiencias oculta las verdaderas experiencias de la vida humana, las que tienen que tienen que ver con el encuentro y el cuidado entre los humanos, con Dios y la naturaleza.
La experiencia de la fe, que cuando es auténtica y no reductible al templo de los mercaderes, nos da la posibilidad de una vida más humana, con más sentido, de un tejido social más solidario y desenmascara la superficialidad de las estructuras del pecado que todo lo mercantilizan.
La mercantilización de las experiencias oculta las verdaderas experiencias de la vida humana, las que tienen que tienen que ver con el encuentro y el cuidado entre los humanos, con Dios y la naturaleza.
La experiencia de la fe, que cuando es auténtica y no reductible al templo de los mercaderes, nos da la posibilidad de una vida más humana, con más sentido, de un tejido social más solidario y desenmascara la superficialidad de las estructuras del pecado que todo lo mercantilizan.
Los otros Oceanics
Ortega y Gasset decía que la experiencia no es lo que nos pasa, sino “lo que hacemos con lo que nos pasa”. Sin embargo, qué diría un siglo después, cuando las “experiencias” se pueden “comprar” (sic). Han sido mercantilizadas. Las nuevas “experiencias” no son para los que quieren, sino para los que “pueden”. En nuestra sociedad consumista significa que han pasado a ser un signo de status, para presumir, para marcar diferencia con los de “abajo”.
Por eso Jesús molesta tanto , porque se dedicó su vida a estos “perdedores” que quitan protagonismo a los dueños de este mundo, quienes incluso pueden darse lujos como tener una espiritualidad “cool” a medida, traída de no sé qué lugar exótico y fuera del alcance de la “chusma del pueblo”. El Corazón de Jesús es fuente de emociones que no están en venta, expresiones de una Misericordia que da sentido a la vida. Sus "experiencias" tienen que ver con la vida común, de familia, de trabajo, de amigos. Lo cotidiano es puerta del Cielo, tiene una sustancia que la diferencia de todas las superficialidades del consumismo feroz.
Antes de seguir, una aclaración. La Doctrina Social de la Iglesia no demoniza el mercado, al contrario, desde su visión del Dios revelado y la antropología social subsiguiente, le reconoce un papel importante en la vida económica y en la asignación de bienes y servicios. Sin embargo advierte sobre su exceso idolátrico: apoderarse de todos los aspectos de la vida humana. La mercantilización no tiene freno ni le hace asco a nada, todo lo convierte en objeto de consumo, no tiene ni derecha ni izquierda, lo compravende todo para obtener beneficios económicos inmediatos. Es la herramienta básica de lo que el papa Francisco ha llamado el "paradigma tecnocrático", una nueva manera de pensar y vivir contraria en su esencia al Evangelio porque destruye al hombre, la sociedad y la naturaleza. Establece además la sensación colectiva de "connaturalidad", de que las cosas son así y que todo cuestionamiento pone en riesgo el progreso.
En 1899, Thorstein Veblen en su magnífico estudio “Teoría de la clase ociosa”, afirmaba que el grupo social de los exclusivos, no se conforma con gastar mucho, sino que se afana en hacer visible ese gasto y para que el mismo contribuya eficientemente a su buena fama … debe hacerse en cosas superfluas. Es decir, que para que la clase ociosa logre una buena reputación, el consumo debe ser derrochador. Eso es lo que se vende como “felicidad”.
La consecuencia que detectaba Veblen, es que esto tiene un efecto cascada en la sociedad. Las clases inferiores pretenden no parecer tales porque ser pobre es una especie de “delito”, una “falla moral” de la cual avergonzarse y en lo posible, esconderse (por eso vemos en la calle menos “pobres” que lo que dicen las estadísticas sociológicas). Eso de ser pobre pero orgulloso de ser honesto, limpio, solidario, etc. ya no va.
Esto no lo suelen advertir quienes nacen en cuna de oro, que han normalizado su estilo de vida como objetivo, algo que corresponde y les pertenece, porque “las cosas son así desde siempre”. Resulta difícil ponerse en el lugar del otro, porque uno cree que donde está, es “merecido” y cualquier reclamación al respecto sólo puede provenir de resentidos, perezosos, quejosos, aprovechadores, estafadores, gorrones, etc.
Por eso, para soportar la humillación de su condición de “perdedores”, los pobres imitan a la clase ociosa en su manera de consumir y así aparentar alguna “dignidad”. Mimetizarse, admirarlos por tv o las redes, imitar gestos y ser bufones de la clase ociosa siempre conlleva la esperanza de ser “admitido”. Pero sucede que nadie regala nada y menos los que poseen en abundancia, “porque se lo han ganado”, aunque sea por herencia (80% en España), golpe de suerte, estafas de guante blanco, etc. Además en las últimas décadas aquello de que “si uno estudia y se esfuerza”...el “yes we can” de Obama, ha pasado a ser una fake new que cada vez funciona menos para generar ilusión en los rezagados, que lo serán para siempre hagan lo que hagan.
Hay políticos, que ni lerdos ni perezosos han advertido este cambio de ciclo y se han abocado a fabricar populismos con los cuales llenarse de votos y los bolsillos. Los líderes populistas no son conspiradores salidos de la nada sino que han aprovechado la destrucción social dejada por el neoliberalismo en complicidad con las izquierdas perplejas que reemplazaron la lucha de clase por la de identidades, después de la caída del muro de Berlín. Ante el descaro ostentoso de los dueños del mundo, las reacciones, aunque equivocadas, no se hacen esperar.
En muchos casos, tanta desigualdad flagrante auspiciada por una estructura injusta, provoca una violencia que se expresa en la delincuencia. Frente a ésta no faltan quienes buscan la solución con el famoso “hay que matarlos a todos”. Pero ya está comprobado ampliamente que una de las mayores causas de la delincuencia son las grandes desigualdades sociales.(Ulloa, UAC, Piketty, OCDE, UNDP, Oxfam, etc) . Lo que hay que “matar” y existen los medios, son las grandes desigualdades. Las grandes diferencias y el consumo ostentoso son los peores destructores de la paz social. No es casualidad que el hombre más rico del mundo sea dueño de empresas de lujo (Forbes).
La mercantilización de las experiencias es un fenómeno que ocurre cuando las vivencias y emociones se convierten en productos comerciales. Transforma aspectos intangibles de la vida en algo que se puede comprar, vender y por sobre todas las cosas: mostrar. Porque la imagen es hoy superior a la realidad y sirve para ocultar la realidad, degradarla, ridiculizarla.
El consumo se ha convertido en una sensación pasajera. Viajes, estadías, comidas, atracciones, diversiones, etc. El sistema promete que cuanto más exóticas, exclusivas y caras, serán más “emocionantes”. De este modo el exhibicionismo de una sensación superficial costosa pasa a ser el referente de la existencia.
Este fenómeno se incrementa con el marketing y la publicidad, utilizando estrategias para generar demanda y maximizar los beneficios económicos. Se han creado diversos mercados en los que las experiencias, desde viajes y entretenimiento hasta actividades espirituales y emocionales, se ofrecen como productos o servicios para ser adquiridos. Paco Montes en su libro “Marketing de Experiencias”, nos explica que ésta será una disciplina central dentro de la estrategia publicitaria y las empresas que no evolucionen hacia esto, fracasarán.
La mercantilización de las experiencias oculta las verdaderas experiencias de la vida humana, las que tienen que tienen que ver con el encuentro y el cuidado entre los humanos, con Dios y la naturaleza.
Lamentamos la trágica muerte de los tripulantes millonarios del exótico submarino que buscaban la “experiencia” de ver el Titanic. Pero también proliferan excéntricos viajes de millonarios como subir al Everest o ir al espacio, que acaban generando problemas. Convierten actividades en “consumos ostentosos” a través de los cuales, los dueños de este mundo, no conformes con una vida alejada del 80% del género humano y a costa de él, se pavonean con tales derroches. Se consume para presumir, no para cubrir ninguna necesidad: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1).
El problema, repetimos, es que tal esquema es admirado e imitado por las clases inferiores, presas de un sistema que exalta la vanidad de una vida placentera y que los separe del resto. El turismo descontrolado que abarrota y aniquila ciudades, es la industria más contaminante que existe. Millones de viajeros cuya práctica más común son las millones de selfies que se sacan para invadir las redes sociales con sus “experiencias” y demostrar que son “felices” porque han "pagado esa experiencia".
Separarse del resto, distinguirse de lo “vulgar”, demostrar lustre y poder, la obsesión de la apariencia unida a una permanente competencia para sobresalir cueste lo que cueste…incluso la vida en un lujoso viaje en un exótico submarino, en la montaña más alta del mundo o en una nave espacial.
Moralismo o cristianismo
El mensaje del corazón de Jesús que ama con ternura a cada ser humano y que desde la cruz pide clemencia para tanta locura (perdónalos porque no saben lo que hacen) es diferente, es un mundo al revés que siempre será disruptivo. Queda bien citar la biblia en muchas ocasiones, lo difícil es que los criterios esenciales del Señor penetren el corazón humano y sean vector de las conductas sociales.
Señalar con el dedo y creer que uno está a salvo o es inmune a estas conductas, es el error del moralismo. Todos podemos caer en esto y cosas peores en cualquier momento. Todos necesitamos ayuda. Tenemos un corazón herido por la envidia, el egoísmo y la vanidad. El cristianismo es la posibilidad de que un Amor más grande nos vaya transformando en el tejido de una Historia y un Pueblo. No estamos para apedrear a nadie. Fuimos invitados a ser constructores de un mundo nuevo que Él llamó Reino de Dios.
La experiencia de la fe, que cuando es auténtica y no reductible al templo de los mercaderes, nos da la posibilidad de una vida más humana, con más sentido, de un tejido social más solidario y desenmascara la superficialidad de las estructuras del pecado que todo lo mercantilizan.
poliedroyperiferia@gmail.com