¿Es posible una vida religiosa más feliz? (IV)
Este sendero se cruza con el anterior, pues gran parte de nuestro sufrimiento está ocasionado por luchar inútilmente contra lo inevitable.
La frustración de nuestros deseos y proyectos forma parte de la vida. Ésta no es como a mí me gustaría que fuese sino que es como es y cuanto antes aceptemos lo que no es cambiable, menos sufriremos.
Hay un dicho sabio que dice: "Si lo comprendes, las cosas son como son; y si no lo comprendes, las cosas son como son". De la actitud que tengamos ante la realidad (luchar para cambiar lo que puede ser cambiado y aceptar lo inevitable) depende gran parte de nuestra felicidad.
El camino del presente
Sólo poseemos el presente, y sólo en él podemos sentirnos vivos. Tenemos que aprender a soltar el pasado y no angustiarnos con el futuro que quizá no llegue nunca. Lo real es el presente. Sólo podemos vivir el "aquí y ahora", el pasado ya pasó y el futuro no ha llegado[26].
El secreto para vivir el presente es la consciencia del aquí y ahora, concentrarnos con todas las fuerzas en lo que estamos haciendo en cada momento, saber apreciar y/o asumir lo que cada instante te ofrece.
Viviendo el presente se evitan las lamentaciones acerca del pasado y sobre todo los sufrimientos inútiles acerca de posibles problemas y preocupaciones del futuro que quizá no lleguen nunca.
Vivir el momento presente reduce mucho la ansiedad, aumenta la eficacia del trabajo que estamos haciendo, mejoran las relaciones personales pues estamos enteros ahí cuando la otra persona nos está hablando, escuchando, no pensando en otra cosa o en qué le vas a contestar.
Sólo viviendo el aquí y ahora estamos presentes a la Realidad, sin interferencias de la mente.
Inténtalo y sentirás la felicidad que produce esa experiencia de Ser Comunión.
El camino de la autorrealización y la autoestima
La felicidad, desde la perspectiva psicológica y desde la experiencia de personas que se sienten felices, tiene mucho que ver con la realización del propio ser, con el despliegue creativo de las propias potencialidades y de nuestra originalidad única, con ser aquello que estamos capacitados para ser. Poder desplegar nuestras capacidades, auto-realizanos, está en relación directa con la seguridad básica que produce una sana autoestima.
Es muy difícil vivir con independencia y libertad sin autoestima. El hambre básica de reconocimiento, valoración, amor… que no existe dentro impulsa a buscarlo compulsivamente fuera y eso dificulta la libertad de ser y hacer, domina el miedo a perder el apoyo del exterior, porque si no hay apoyos dentro, no se puede vivir sin los apoyos fuera.
Sin autoaceptación, sin autoestima suficiente, es muy difícil sentirse bien en la propia piel, no vivir con la continua crítica, juicio, condena, castigo dentro de uno mismo. Una vez más tenemos que reconocer con pena que la espiritualidad cristiana, y de un modo más patente la espiritualidad de la vida religiosa, no ha favorecido la autorrealización, ni la autoestima. La confusión del amor a sí mismo con egoísmo, narcisismo, vanidad, falta de humildad… ha hecho mucho daño en el despliegue de las propias potencialidades y en el cultivo de la autoestima.
Transitar caminos de felicidad requiere poder desplegar las capacidades de cada persona y eso, que hoy es imposible para más de la mitad de la humanidad, nos convoca a hacer de esta tarea un proyecto de sentido, una utopía capaz de movilizar nuestras personas. Ese sí es un camino que produce felicidad, aquella felicidad que brota del amor que se hace lucha por la justicia.
Entonces creceremos todos juntos en estima propia y ajena y ese será el momento en que podremos sentir que es imposible ser feliz solos y aislados.
El camino del cuerpo
No estamos acostumbrados a incorporar el cuerpo en el camino hacia la felicidad. Vivimos sin darnos cuenta que somos un cuerpo. Desde el olvido de esta realidad no viviremos integrados ni unificados y, por tanto, no experimentaremos el gozo de la unidad de nuestro ser. El gozo de sentirnos bien en nuestro cuerpo.
El camino del cuerpo tiene que ver con saber escucharlo para aprender su lenguaje, evitando así que enferme por descuido, por no saber equilibrar y reparar la energía que desgastamos con nuestro vivir diario.
Supone saber disfrutar de la luz, el sol, el agua, la naturaleza… compensando, de alguna manera, la cantidad de horas que pasamos en lugares cerrados, oscuros…, buscando el aire libre. Aprender a alimentarnos adecuadamente, rechazar todo tipo de drogas y adicciones que nos enferman…
Lleva consigo también abandonar hábitos sedentarios para aprender experiencialmente que el ejercicio físico libera en nuestro cerebro una serie de sustancias químicas y hormonas – endorfinas y encefalinas – que son las responsables de sentirnos bien.
Este camino conlleva vivirnos unificadamente tal como somos: un cuerpo espiritual o un espíritu corporal. Es decir, hacer de nuestro cuerpo un lugar para verificar nuestra vocación espiritual[27].
El camino del cuerpo supone experimentar que no podremos ser felices al margen de los cuerpos sufrientes, hambrientos, violentados, enfermos, desnudos… Jesús de Nazaret propuso este camino, del amor que pasa por el cuerpo, como el más eficaz para gozar de la vida que no acaba nunca, porque el amor es lo único que perdura para siempre (Cf. Mt 25, 32ss).
El camino del sentido del humor
Saber reír no es sólo un producto de la felicidad sino que es un mecanismo que en sí mismo produce bien-estar, alegría.
Son muchos los cambios psicofísicos que se desencadenan en nosotros cuando somos capaces de reír, entre otros la liberación de endorfinas y otras sustancias bioquímicas que producen una sensación profunda de estar bien.
En este camino de felicidad es importante no confundir la capacidad de reírnos con tener sentido del humor. Psíquicamente el sentido del humor nos ayuda a no dramatizar, a no hacernos victimas, a no tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio, a saber mirar la vida desde otro lugar, desde el lúdico y éste es un don muy valioso para uno mismo y los demás. Tod@s conocemos personas (quizás nosotr@s mismos) que, aún sabiendo reír, ejercitan muy poco el sentido del humor.
El camino del perdón
Quien no perdona no puede ser feliz.
Vivir con resentimiento en el corazón es una profunda fuente de dolor y sufrimiento. Para poder perdonar se necesita poder comprender al agresor o la causa de la agresión y darnos cuenta de que nosotros también cometemos errores que los demás necesitan perdonarnos.
Perdonar es de valientes no de cobardes.
El perdón libera a la persona del odio y del resentimiento, emociones que si anidan en el corazón nos impiden ser feliz.
El camino del “control” de la mente y del saber soltar tensiones innecesarias
Los grandes maestros orientales, desde hace muchos siglos, nos recuerdan que el origen de gran parte de nuestra infelicidad está en la mente, en las falsas estructuras mentales, en la identificación con nuestra mente y sobre todo con nuestra manera de pensar. Liberarse de la tiranía de la mente para poder “ver” la realidad es lo que llaman los clásicos orientales la iluminación. Cuando se alcanza ésta se alcanza la serenidad interior y felicidad.
Es el camino de la libertad interior: poder concentrar la mente y dirigirla en la dirección elegida, controlar tú la mente no que la mente te controle a ti. Es un ejercicio de concentración de la energía en la dirección elegida por tu libertad, Concentración de la mente, consciencia, liberación de creencias y pensamientos negativos e irracionales y re-programación positiva, son palabras claves para “controlar” la mente cuando ésta nos conduce por caminos de infelicidad.
La tensión continua lleva al estrés, enfermedad de nuestro tiempo, incompatible con la serena felicidad. Soltar tensión es un ejercicio que supone saber soltar el control de lo que no es responsabilidad nuestra. Es preciso aprender sencillas técnicas de relajación que favorecen el sosiego y la calma para transitar este sendero de felicidad.
El camino de la solidaridad-religación fundamental
Para poder ser felices, es imprescindible recuperar la consciencia de la religación fundamental del ser humano con toda la humanidad y con toda la realidad.
Se trata de despertar del sueño del individualismo que nos hace creer que podemos desarrollarnos como seres humanos plenos y felices desconectados del destino de toda la humanidad y de la trama de la vida.
Esta falsa creencia nos ha conducido a la lógica de la acumulación, del dominio, de la violencia, del crecimiento ilimitado e insolidario, de la catástrofe ecológica, de la injusticia clamorosa. Esta lógica dominante es fuente de la inmensa mayoría del dolor en nuestro mundo. Sin salir de aquí es imposible una felicidad humana y humanizadora.
Construir un mundo donde todos podamos ser más felices supone un gran éxodo que tiene al menos estos hitos:
· salir del dualismo antropocéntrico y patriarcal hacia un nuevo paradigma más holístico;
· salir del neoliberalismo a un nuevo orden económico internacional;
· salir de la cultura de la violencia, dominio y posesión a una cultura de la com-pasión y el cuidado.
No hay caminos auténticos de felicidad sin la consciencia operativa de que somos seres en relación, en interdependencia no sólo humana, sino con toda la realidad y con toda realidad.
Urge saber vivir la pan-relacionalidad y religación con todo.
La ciencia nos va descubriendo que lo que caracteriza la realidad son estructuras de relación y relatividad, procesos de transformación y cambios abiertos. En este nuevo modelo un ser no entra en relación con otro sino que se encuentra de por sí en relación[28].
El camino del cuidado
La realidad actual está afectada por un grave problema: la falta de cuidado de la vida humana, especialmente de los más pobres, enfermos, desfavorecidos, de la vida del mundo, de la vida del cosmos. No sólo está amenazada la humanidad sino todo el ecosistema está en peligro. Nos urge cambiar profundamente nuestra manera de situarnos en la vida si queremos hacer posible la viabilidad de nuestro planeta para las generaciones futuras.
Dos palabras sobre qué es cuidar.
Según los diccionarios clásicos el término "cuidado" deriva del latín cura o más primitivamente de coera, un término que se utilizaba en contexto de amor y de amistad. Expresaba una actitud de desvelo, solicitud, diligencia, delicadeza, atención, incluye también inquietud, preocupación y sentido de la responsabilidad. El cuidado surge ante una persona, una tarea, una realidad… importante y significativa para mí.
Leonardo Boff, en su espléndido libro titulado La esencia del cuidado,[29] denuncia el descuido, la indiferencia, el abandono de nuestra cultura y reivindica la recuperación del cuidado como el ethos fundamental de lo humano, el "cuidado como modo-de-ser-esencial".
El cuidado forma parte de la naturaleza, de la constitución del ser humano. El cuidado como "modo de ser" revela la forma concreta cómo es el ser humano. Este modo de ser cuidado ha sido atribuido, por el estereotipo de género, a las mujeres. Era a nosotras a quienes nos “tocaba” cuidar a todos y todo. Ahora, desde la denuncia de la parcialidad de esta adjudicación, corremos el peligro de perderlo en vez de reivindicarlo como esencial al ser humano, a todo hombre y mujer. Sin cuidado dejamos de ser humanos, sin cuidado no sobreviviríamos como especie.
Un camino fructífero en la búsqueda la felicidad es sin duda el cuidado en toda su amplitud y dosificado con discernimiento. Urge equilibrar con sabiduría el cuidado de sí mismo[30], el cuidado de l@s otro@s, de lo otro y el cuidado de la tierra.
Si tienes experiencia de la profunda felicidad que supone practicar, con amor y humor, este talante cuidador no tengo mucho más que decirte; si no lo tienes te invito a que lo practiques sabiamente un tiempo y verás sus resultados, son sorprendentes para ti, para tu entorno, para la tierra.
¿Podemos soñar un mundo dónde el cuidado y la com-pasión radical fueran el talante constituyente de nuestro modo de ser personas?
¿Será posible hacer verdad una sociedad mundializada, la gran casa común, la tierra, en la que los valores estructurantes se construirán en torno al cuidado de las personas, especialmente las más necesitadas, con las planteas, los animales, los paisajes queridos, la tierra?.
Hacer verdad estos sueños está en nuestras manos…, en las tuyas y en las mías.
El camino de la fe
No tiene la fe una buena prensa con relación a la felicidad. Para muchos la fe tiene que ver con la “felicidad eterna” pero no con la felicidad temporal y terrena. Es más, la cultura moderna ha nacido con la sospecha, a veces ganada a pulso, de que “Dios es enemigo de la felicidad” o por lo menos del placer. Incluso abundan los estudios en los que se pregunta si la fe, es obstáculo o fuente de felicidad [31].
Los grandes críticos modernos de la religión como Nietzsche, Marx y Freud han coincidido en la misma consideración: la religión no contribuye a la felicidad humana, sino que por contrario es fuente de desdicha, sufrimiento, culpa, mata su gozo de vivir. Es muy conocida la afirmación de Nietzsche: los cristianos no tienen cara de redimidos, viven como personas no liberadas, sino encadenadas por su Dios. Para muchas personas la fe sigue siendo un fastidio, un obstáculo para poder vivir una vida feliz.
Incluso entre muchos creyentes convencidos y practicantes se considera que “lo cristiano” no es buscar felicidad, sino la exigencia y abnegación. Por eso conviene que nos preguntemos abiertamente y nos respondamos sinceramente:
¿Cuántas personas, cuántas religiosas y religiosos identifican “lo cristiano” fundamentalmente como un camino de felicidad?
¿Cuánt@s tienen experiencia de que su encuentro con Jesús ha sido el estímulo más fuerte para ser feliz?
¿Cuánt@s sienten a Dios como “el amigo de la vida (Sab 11,26) y consideran que la fe en Él es lo mejor que les ha pasado en la vida?
¿Cuánt@s descubren en la proclamación del Reino un tratado de felicidad?
No obstante, no se puede negar que la felicidad tiene mucho que ver con las propias creencias, éstas suponen fe, no necesariamente religiosa pero sí fe en una manera de entender la vida y la muerte, el mundo, a uno mismo, a los otros. La fe en la Trascendencia, se la llame como se llame, es un camino de felicidad, de esperanza en la vida y ante la muerte, de sentido para caminar por la vida con un horizonte, unos valores, unas utopías. La fe puede ser fuente de paz, un medio muy adecuado para vencer al miedo, un impulso para vivir con sentido y con propósito.
La fe cristiana tiene en Jesús de Nazaret un Camino sabio de felicidad. Desgraciadamente pocas veces nos han mostrado al Jesús feliz.