Imaginar el apocalipsis

Lo hemos comentado en alguna ocasión, para el modelo económico y social imperante, para el capitalismo, es más fácil pensar el final del mundo que el final del propio modelo, de ahí que haya tantas películas de corte apocalíptico. Pueden pensar el fin del orden ecológico (El día de mañana) que permite la pervivencia de una especie tan débil como la humana, antes que imaginar una forma distinta de organizar la economía para que no produzca una cantidad intolerable de residuos de todo tipo. Pueden proponer el fin de las relaciones sociales (Mad Max) antes de imaginar un cambio en el modelo de comportamiento social. En otras palabras, dentro del capitalismo están cerradas las propuestas de salida. Incluso los liberales de izquierda quedan atrapados en la lógica capitalista y lo máximo que pueden tolerar es un cambio cosmético en el sistema: comercio justo, energías renovables, programas de inclusión social, etc. Todo, antes que cambiar el sistema económico y social. Cualquier cosa es posible antes que la transformación del sistema en otra cosa, sea la que fuere. Es como si no existiera el afuera del capitalismo. Fuera es la nada o el caos, por eso es más fácil imaginar el apocalipsis que la transformación.

Los que somos padres no podemos resignarnos a esto. Como dijera Chesterton, solo quien tiene algo que conservar está dispuesto a hacer la revolución. Un verdadero revolucionario es un conservador en esencia, está dispuesto a lo que sea para conservar aquello que ama más que a sí mismo, en este caso, sus hijos. Cuando las circunstancias ponen en riesgo la supervivencia de las condiciones sociales y medioambientales que permiten la pervivencia de la especie; cuando las condiciones para la supervivencia de los hijos están en riesgo, entonces tiene validez aquellas palabras de Churchill: 'A veces hacer el bien no es suficiente, aun cuando sea lo mejor que puedes hacer. A veces tienes que hacer lo necesario'*. Estas palabras del mandatario británico durante la Segunda Guerra Mundial nos ponen en la pista del dilema ante el que estamos en estos momentos. Hacer el bien es lo mejor que un hombre puede hacer, pero hay ocasiones en que eso no basta, hay que hacer lo necesario para impedir que el mal se propague y acabe con todo. A veces, hacer el bien es hacer lo necesario para evitar el mal. Mucha gente se esconde tras el altruismo, con ello cree haber cubierto su cupo de humanidad. Pero el altruismo no es más que una patraña burguesa para esconder el egoísmo. El verdadero amor al prójimo es aquel que le impide despeñarse por el abismo. Hoy estamos ante un abismo.


Hacer lo necesario implica tomar medidas drásticas para acabar con la destrucción sistemática de nuestro mundo. Son medidas que deben ser tomadas a nivel global, pero que cada país puede poner en práctica para intentar el efecto emulación. Si un país decide frenar drásticamente el consumo y cambiar las reglas del juego unilateralmente, es posible que otros le sigan y en pocos años hayamos cambiado las expectativas funestas que ahora tenemos. Para cambiar un país basta con un gobierno del pueblo, un gobierno con un mandato claro para transformar radicalmente la realidad. Será necesario aplicar políticas autoritarias para que los que destruyen la convivencia dejen de hacerlo. ¿O alguien piensa que los que tienen el dinero en Panamá lo van a traer voluntariamente?, ¿que los que explotan niños en Bangladesh y venden aquí sus trapos atenderán a razones humanas?, ¿que los que estupidizan a la población desde los medios de comunicación cambiarán su parrilla?, ¿o que los que especulan con la vida de millones de seres humanos comprenderán su crimen? Será necesario aplicar la coacción suficiente para que quien destruye el medio social y natural del que se aprovecha deje de hacerlo. No debe temblar la mano, no debe dudarse un momento, habrá que hacer lo necesario. De lo contrario, apenas tenemos quince años más de esta inercia que nos lleva, sí definitivamente, al apocalipsis imaginado por los adalides del sistema imperante.

Si alguien sigue pensando que no pasa nada o que lo podremos solucionar con buena voluntad, que eche un ojo a la imagen que acompaña estas líneas. Se trata de la anomalía climática de febrero de este año, que va seguida de los nueve meses precedentes y de marzo. Estamos ya en los 2ºC de aumento respecto a la era preindustrial. Es decir, ya hemos llegado al nivel que nunca deberíamos sobrepasar en 2100. Sí, ya tenemos el escenario que se preveía para 2100. Si esto no es una situación crítica que exija medidas radicales, que venga Dios y lo vea.

*Citado por Slavoj Zizek en La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, Anagrama, Barcelona 2016, 95.
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