This is the end, my only friend.

Hay un tema de The Doors que me viene rondando la cabeza los últimos años. Es un tema monótono, con un ritmo cansino, largo, que no avanza y nos deja con la sensación de un fin al que le cuesta llegar. Un tema clásico en la discografía de los sesenta y setenta, pero que viene a tomar cabal cumplimiento ahora, en pleno siglo XXI. El fin, como se llama el tema al que hago referencia, no es solo un tema recurrente, es la verdad última del modelo social y económico que se ha agotado por fin tras dos siglos de altibajos. El capitalismo ha muerto, por fin, ha llegado a su fin, pero sus estertores van a ser convulsiones muy dolorosas para miles de millones de seres humanos que no se han preparado para lo que viene, pues lo que viene solo puede tener parangón en el cine futurista distópico o en algunos lugares del mundo donde la vida se ha hecho insoportable, como El Congo. Quizás habría que volver a visitar el Corazón de las tinieblas de Conrad, para comprender hacía qué nos dirigimos.


Tras cinco años de supuesta crisis y las medidas tomadas para superarla, ahora estamos en situación de la quiebra definitiva del modelo. Existían dos posibilidades cuando todo esto empezó: una era nacionalizar el sistema financiero, encarcelar a todos los banqueros, tomar sus fortunas y resetear el sistema; pero esto no se hizo. Otra posibilidad, la que efectivamente se llevó a cabo, es inyectar liquidez hasta inundar el sistema, de modo que el agujero creado con la especulación de los últimos diez años se fuese rellenando con la liquidez de los bancos centrales. El Banco Central Europeo puso a disposición de los bancos privados 1,5 billones de euros en dos años, lo que significó duplicar su balance y aumentar la masa monetaria de forma exponencial. Bernanke hizo lo propio con la FED, pero en América todo es a lo grande. Ha estado inyectando más de 50 mil millones de dólares mensuales en la economía. A modo de pulmón artificial, EE.UU ha estado viviendo de la liquidez artificial del Estado. Japón ha anunciado que triplicará su masa monetaria en un año y medio y eso mismo ha hundido la bolsa y ha empezado a tirar al alza de las primas de riesgo. Todo el mundo sabe ya, aunque se haga el despistado, que dentro del capitalismo no existen más medidas que tomar. Lo único que queda es la deflación constante para restablecer el equilibrio, es decir, un largo periodo de destrucción sistemática de la riqueza ficticia acumulada. O bien, una guerra de reestructuración del capital, como la Segunda Guerra Mundial.

Conociendo bien el capitalismo, el 99% de probabilidades caen del lado de la guerra a gran escala. Pero hay un 1% de probabilidades que están del lado de la humanidad. Esas probabilidades están cifradas en que haya un movimiento global de rebeldía sistemática y dirigida que tome las riendas del poder en los distintos países y haga lo que hasta ahora no se ha permitido: nacionalización de los sistemas financieros, destrucción del dinero como depósito de riqueza, racionalización de la producción, eliminación de lucro del ámbito económico, austeridad real y demolición del sistema de consumismo global... En fin, una revolución en toda regla. Por tanto, aprestémonos para la guerra, quizás tras ella, los que queden vivos hayan tomado conciencia de que esto no puede seguir así. O quizás tampoco y entonces solo nos quede entonar la canción de los Doors: this is the end, my only friend.
Volver arriba