Con las cosas de comer no se juega
Cuando en nuestra infancia se nos ocurría jugar con los alimentos, especialmente con el pan, nuestra madre, especialmente las abuelas, nos decían aquello de "con el pan no se juega" (tengo un recuerdo muy vivo de mi abuela María haciendo la señal de la cruz al pan y besándolo, no podré olvidar el gesto que se marcó a fuego en mi conciencia). Aquella orden, como todas las normas, servía para establecer un criterio de demarcación entre lo que podía ser objeto de juego o lo útil, y aquello que debía ser respeto porque está por encima de nosotros mismos. Se trata de una forma de sacralización de lo real: hay cosas, objetos, seres y acciones que no están a nuestra disposición y que deben ser respetadas. Aquí reside el secreto para la existencia de cualquier humanidad digna de este nombre y por ello la no observancia de estas normas nos lleva a la pérdida de la condición humana y a un mundo más parecido a un kaos que un kosmos.
El modelo social actual, la globalización capitalista, es lo más parecido a un kaos en el sentido etimológico. En ella no hay límites al lucro, al beneficio, al uso y abuso de las cosas, los objetos, los seres y las acciones. Todo es posible, no hay normas ni leyes, no existen prohibiciones ni impedimentos, nada es sagrado, excepto la búsqueda del lucro sin importar las consecuencias. Hijo de este mal es la práctica de algunos comercios de tirar los productos antes de donarlos para su aprovechamiento. En el fondo no es más que aplicar la lógica del capitalismo: si algo es mercancía no puede ser regalado, entonces se pierde oportunidad de negocio. Se ha llegado a la máxima expresión del fetichismo de la mercancía, que es su vaciamiento como objeto con valor de uso y su entronación como medio para el valor de cambio puro. Una bandeja con seis huevos que ha recibido un golpe es una pérdida de beneficio, el consumidor no la comprará, pero si esa bandeja la regalo pierdo otra ocasión de negocio, pues este se basa en la satisfacción de las necesidades reales o ficticias de los consumidores. Regalar un producto, aun caducado, es satisfacer gratuitamente una necesidad y perder ocasión de beneficio. De ahí que algunos comercios apliquen la máxima.
Si Mercadona, por ejemplo, se ve empujado por la presión de los consumidores a donar los alimentos y productos perecederos a organizaciones benéficas, lo hará únicamente como otra oportunidad de negocio, es decir, lo hará como marketing que amplíe la imagen corporativa, no porque haya visto que los alimentos no son mercancía. Para ellos, los alimentos son mercancía y las personas clientes, y punto. Ahora bien, si conseguimos que una empresa tan potente como esta genere buenas prácticas empresariales, habremos obtenido la victoria sobre la lógica del lucro, a pesar de la conciencia corrupta de los propietarios. Abrir caminos a la comunión de bienes, a la consideración de las cosas como medios para el servicio entre hermanos y a la fraternidad universal, siempre es positivo. Por eso he iniciado una campaña de recogida de firmas para que Mercadona no tire los alimentos y los done a organizaciones benéficas. Es poco, pero una campaña similar consiguió sacar de la programación de Tele5 un programa abyecto.
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