El discurso del Papa

Son muchas y muy buenas todas las noticias que llegan desde el Vaticano desde que Bergoglio fue elegido obispo de la Ciudad Eterna y tomó el nombre de uno de los más grandes revolucionarios de la historia. Ya decía Chesterton que con media docena de Franciscos bastaba para que el mundo se transformara radicalmente; de momento hemos tenido dos, quizás veamos pronto otros franciscos en este mundo, pero con el que tenemos hoy como papa nos basta y nos sobra para empezar a ver que aquello que tanto hemos anhelado y algunos escrito y publicado, se está haciendo realidad y con creces. El papa Francisco está poniendo las bases para que la Iglesia se asiente en el Evangelio y en el prístina tradición de los orígenes, justo antes de la caída en una estructura de poder y dominio aliada con los poderosos de este mundo.

Uno de los pasos más importantes fue romper con la sacralización precedente del papado y situar la cuestión central del poder en el servicio y la caridad. El papa es un siervo, el siervo de los siervos de Dios, no un emperador o un rey. El papa tiene la misión de unir a la Iglesia en el amor y eso implica modificar radicalmente el modo de ejercer el ministerio petrino. De esta manera, con el ejemplo, obliga al resto de servidores: obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas o responsables de comunidades, a hacer exactamente lo mismo en su lugar de misión, sea la diócesis, sea la parroquia o cualquier grupo cristiano en el que se encuentren. Esto está trayendo muchos problemas. No son pocos los pastores y responsables eclesiales que hacen oídos sordos a lo que el papa pide y ejemplifica. Lo extraño en estos tiempos es que son esos mismos que bajo otros pontificados se empeñaban en hacer comulgar con ruedas de molino a todo el mundo. Estos tales dan la callada por respuesta, siguen como si nada hubiera cambiado en la Iglesia y dejan pasar el tiempo, a ver si la biología soluciona el problema y el Señor tiene a bien llevarse a un bendito más a su lado.

Contra estos tales, que no son ni fríos ni calientes, ha lanzado una decidida diatriba Francisco, tomando a la Curia por representante. Los que se oponen abiertamente al papa son leales y hacen un gran servicio a la Iglesia. El disenso franco y abierto es el signo de salubridad de cualquier institución. La obediencia pura y simple no ayuda a creer a las instituciones, y la oposición silenciosa las convierte en estructuras de pecado que en nada reflejan lo que la Iglesia dice ser: un sacramento universal de salvación. Por eso, el discurso del papa a la Curia tiene una relevancia enorme. El visionado del vídeo permite captar el impacto que las palabras de Francisco tienen en la Curia. Da la sensación de estar otra vez ante la imagen de Benedicto XVI renunciando al papado. Se quedan todos estupefactos, como si fuera algo imposible lo que están oyendo: acusa a los pastores, a la institución, a las estructuras de poder y de gobierno eclesiales de 15 males, que enumerados acaban con ciertos mitos del poder, se trata de la desacralización del poder y su kénosis definitiva. A partir de Francisco ya no podrá existir una Iglesia poderosa, cerrada, dogmática, impasible, rica. No lo dice así, pero es la consecuencia lógica del discurso. Veámos los 15 males enumerados:

1. El mal de sentirse inmortal, inmune e indispensable que exime de la autocrítica y cercena la crítica. Es el seréis como dioses del Génesis.
2. El mal del trabajo irreflexivo, del laboralismo, del martalismo. Es el hacer sin corazón.
3. El mal de la petrificación mental y espiritual, sin humildad, entrega, desprendimiento y generosidad.
4. El mal del funcionalimo que domestica al Espíritu Santo.
5. El mal del individualismo, de la falta de coordinación, de comunión.
6. El mal del olvido de la historia de la salvación, el alzheimer espiritual.
7. El mal de la rivalidad y la vanagloria, viviendo un falso misticismo y quietismo.
8. El mal de la esquizofrenia espiritual, fruto de la hipocresía de los mediocres y del vacío espiritual.
9. El mal de la murmuración que, como Satanás, siembra zizaña.
10. El mal de divinizar a los jefes, propio de los mezquinos, infelices y egoístas.
11. El mal de la indiferencia hacia los demás.
12. El mal de la cara fúnebre, propia de personas sombrías y estériles que ocultan su vacío tras el gesto seco y frío.
13. El mal de acumular, que denota un corazón vacío que olvida que el sudario no tiene bolsillos.
14. El mal de los círculos cerrados, un cáncer del Cuerpo de Cristo.
15. El mal de la ganancia mundana y el exhibicionismo.

Quince males de la Curia que lo son también de toda la Iglesia en cuanto institución y agrupación de seres humanos que llevan a su seno la vida según el mundo que les rodea. Cuando la Iglesia se convierte en una estructura de proveer "servicios espirituales", o cuando es un lugar para "hacer carrera", entonces pierde toda su razón de ser y se convierte en su opuesto. Esta Iglesia, que hemos creado entre todos y poco a poco, debe transformarse, en sus miembros y en su cabeza. Francisco ha empezado la parte que le toca, que es mucha, pero el resto de cristianos debemos hacer la parte que nos toca, que no es únicamente una transformación personal, sino también colectiva, interviniendo en nuestras parroquias, grupos, comunidades o asociaciones de fieles. Debemos ser valientes y, tras las huellas de este nuevo poverello, avanzar a paso firma hasta eliminar los males que aquejan a la Iglesia y la impiden ser lo que está llamada a ser: luz entre las naciones, sal de la Tierra, fermento entre la masa.
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