El nazismo hoy somos todos

Dice Roberto Esposito, en un magnífico libro traducido por Herder*, que el nazismo abrió una forma nueva de hacer política, forma que Foucault había identificado como biopolítica y podía ser achacada a todos los totalitarismos, pero al ver de Esposito, el nazismo lo hizo de forma sublime: identificó su proyecto político con su proyecto social y biológico. Sus exterminios no eran ideológicos, sino higiénicos. Se trataba de sanar al cuerpo social extirpando los agentes contaminantes y los contaminados, era una cuestión de salud pública. Pero lo más grave, lo más preocupante, lo que nos debe llevar a pensar de forma serena qué mundo estamos construyendo es que el nazismo alberga una dimensión que forma parte de nuestro mundo posmoderno, el mundo de hoy es la expresión acabada del nazismo. La globalización posmoderna es la victoria póstuma de Hitler.
Esposito lo expresa como la esencia del proyecto posmoderno: "al hallarse el nazismo fuera del proyecto moderno, decididamente situado después del mismo, acaricia, de manera vergonzosa, una dimensión que forma parte de nuestra experiencia de posmodernos".
Si el proyecto moderno puede ser identificado mediante tres elementos sustanciales: el sujeto capaz de pensar el ser y construir su historia, la razón como instrumento que puede llevar a cabo ese proyecto y la historia como un relato de progreso constante, entonces el nazismo es decididamente no moderno. No tiene razón Hanna Arendt al identificar el nazismo y el comunismo como dos totalitarismos. El comunismo, se mire como se mire, es una radicalización del proyecto moderno, lo realiza, de alguna manera. El sujeto que piensa y construye la historia es la clase social, la razón que lo explica es la económica y la historia es considerada como un progreso mediante la dialéctica de la lucha de clases. El comunismo es un totalitarismo, pero moderno, por tanto, en cierto modo, reconducible hacia posiciones menos extremas. El problema del nazismo es que al nacer, no de la radicalización de la modernidad, sino de su descomposición elimina cualquier terreno común en el que se puede "pactar" con él. El nazismo sustituye el sujeto por la raza, la razón por la biología y la historia de progreso por el Reich. Con el nazismo traspasamos la modernidad, y lo hacemos hacia atrás, hacia la barbarie de los grandes imperios, pero con la técnica refinada de la ciencia moderna.

El nazismo, hoy, ha dejado la retórica, quizás lo único moderno que le quedaba, milenarista y ha adoptado un lenguaje adaptado a los spot publicitarios. Mediante el smart power se extiende por todo el planeta un suerte de no-guerra, que produce no-víctimas a las que no hay que resarcir. La raza ha sido sustituida por el concepto jurídico de persona, es decir, aquel que tiene los papeles que le identifican como miembro de una comunidad determinada. Esa "persona" puede disfrutar de los beneficios que el Estado le quiere reconocer, el resto, los no-personas, pueden sufrir cualquier tipo de acción preventiva que evite el contagio del cuerpo social. Así, los no-personas como los inmigrantes sin papeles o aquellos que los perdieron, pueden ser identificados, arrestados y expulsados del país, sin más miramientos. Entre el público en general, entre aquellos que aún son "personas" se empieza a extender el miedo a caer en la no-personeidad y eso, como en la Alemania de Hitler, empuja al cuerpo social a la repulsa, la delación y el ataque, si con ello se considera que se mantiene lejos el peligro. En la actualidad, el miedo a dejar de ser "persona" es mucho mayor que en la época hitleriana. Entonces, se dejaba de ser "persona" por tener un cuarto de sangre judía y eso era algo constatable; hoy, se puede dejar de ser "persona" simplemente por disentir. En el estado de excepción permanente (Giorgio Agamben) en que vivimos, cualquiera puede dejar de ser "persona", puestos sus derechos en suspenso, apresado y encarcelado durante meses, simplemente por haber participado en una protesta social. Mañana, esto puede suceder por escribir cosas como estas.

Hoy, el nazismo se extiende sin necesidad de perseguir y apalear a los disidentes; se extiende mediante el miedo; se extiende mediante la indiferencia; se extiende en los muchos espacios televisivos que van filtrando, permeando, el mensaje de la no-personeidad, que justifican las medidas discriminatorias en función de supuestas necesidades económicas y que proponen como alternativa real la expulsión, forzada o no, de aquellos que puedan ser un estorbo para el régimen: los disidentes, los diferentes, los jóvenes, los inmigrantes, los críticos, los funcionarios, los periodistas, los... todos pueden sufrir la pérdida de su condición de "persona", pues ya no es una realidad que se adquiere por naturaleza, por nacimiento, sino que es el poder el que decide sobre ella. Hitler ha vencido, la posmodernidad globalizada es su victoria. El nazismo hoy somos todos.



*Roberto Esposito, Comunidad, inmunidad y biopolítica, Herder, Barcelona 2009.

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