"Humilitas occidit superbiam" El management de los Jesuitas: Un desconocido paralelismo histórico
"En julio de 2022 saltó la noticia de la, para algunos, inopinada decisión del papa de intervenir la estructura jurídica de una iniciativa religiosa de origen español otrora floreciente"
"No deseo comentar esa regulación, tan divergente de la cacareada sinodalidad, sino detallar algo que pocos conocen: la compañía de Jesús, transitó por trochas análogas en las primeras décadas de su fundación, en el siglo XVI"
"La mismísima denominación de la Compañía fue objeto de controversia desde sus orígenes. Desde la primera aprobación concedida por Pablo III (+1549) venía siendo empleada esa denominación. Sixto V (+1590) atendió a las reclamaciones y promovió el cambio de designación"
"La polémica sobre el nombre, punto central, quedó resuelta con la imprevista desaparición del papa… Quizá ambas instituciones deberían recordar que humilitas occidit superbiam, la humildad mata al orgullo"
"La mismísima denominación de la Compañía fue objeto de controversia desde sus orígenes. Desde la primera aprobación concedida por Pablo III (+1549) venía siendo empleada esa denominación. Sixto V (+1590) atendió a las reclamaciones y promovió el cambio de designación"
"La polémica sobre el nombre, punto central, quedó resuelta con la imprevista desaparición del papa… Quizá ambas instituciones deberían recordar que humilitas occidit superbiam, la humildad mata al orgullo"
En julio de 2022 saltó la noticia de la, para algunos, inopinada decisión del papa de intervenir la estructura jurídica de una iniciativa religiosa de origen español otrora floreciente. Las disposiciones son demoledoras de una autonomía decisoria anhelada desde 1928.
No deseo comentar esa regulación, tan divergente de la cacareada sinodalidad, sino detallar algo que pocos conocen: la compañía de Jesús, institución a la que pertenece tanto el pontífice como la mente pensante de la mutación, Gianfranco Ghirlanda, transitó por trochas análogas en las primeras décadas de su fundación, en el siglo XVI.
La mismísima denominación de la Compañía fue objeto de controversia desde sus orígenes. El dominico Melchor Cano (+1560) denunció, citando a San Pablo –Fidelis Deus per quem vocati estis in societatem Filli eius Jesu Christi, fiel es Dios por quien fuisteis llamados a la Compañía de su Hijo Jesucristo-: “como esta Compañía es, sin duda alguna, la Iglesia de Cristo, quienes se arrogan este título cuiden de no mentir, diciendo, como los herejes, que en ellos solos está la Iglesia”.
Su conmilitón Tomás Pedroche (+1569) afirmó sobre el nombre de la Compañía, que “este título y apellido es soberbio y cismático, y no poco injurioso a todo el pueblo cristiano”, y martilleaba que como en el Evangelio sólo hay dos sociedades, una de Jesucristo y otra del diablo, se concluiría que, si estos son de la Compañía de Jesús, todos los demás serían de la Compañía del demonio.
Desde la primera aprobación concedida por Pablo III (+1549) venía siendo empleada esa denominación. Sixto V (+1590) atendió a las reclamaciones y promovió el cambio de designación, pero falleció antes de que se ejecutase la alteración. Su sucesor, Gregorio XIV (+1591), a petición de los jesuitas, reconfirmó el título. Las palabras de Gregorio XIV en la bula Ecclesiae Catholicae, de 28 de junio de 1591, fueron: “estatuimos que el nombre de Compañía de Jesús con que esta loable Orden religiosa fue llamada en su origen por la Sede Apostólica, y designada hasta ahora, se debe retener en ella perpetuamente en las edades futuras”.
Una de las diferencias competitivas propuesta por Ignacio de Loyola fue no disponer de coro. Para muchos, sin embargo, el canto del oficio divino era esencial en la vida religiosa. El también dominico Domingo de Soto clamó en su tratado De iustitia et iure: “hablo de los regulares antiguos, porque si se formase alguna Orden religiosa sin esa obligación, seguramente apenas merecería el nombre de religión, pues carecería del esplendor principal de las Órdenes religiosas”.
Del mismo modo que Sixto V dispuso la abolición del nombre de la Compañía de Jesús, tanto Pablo IV (+1559) como san Pío V (+1572) analizaron el interés de imponer el coro. Sin embargo, no llegaron a hacerlo mediante letras apostólicas, sino únicamente con preceptos particulares, que jurídicamente finalizaron junto a ellos.
Gregorio XIII (+1585) al ratificar lo tácitamente aceptado por Pablo III y Julio III (+1555) instituyó de forma definitiva la no existencia de coro: “considerando Nos que la predicha religión ha producido en todo el mundo frutos copiosísimos para gloria de Dios y propagación de la santa fe católica, y que es muy justo mantener los piadosos estatutos de esta Orden, de nuestro propio motivo y ciencia cierta, aprobando los predichos estatutos, por el tenor de las presentes concedemos de nuevo, en cuanto sea necesario, por autoridad apostólica a los individuos de la Compañía, que estén obligados a rezar las horas canónicas cada uno privadamente según el uso de la Iglesia romana, y no en común o en el coro, para que puedan aplicarse con más fervor a los estudios, lecciones y predicaciones”.
Si alguien apoyaba a la Compañía, se multiplican las lisonjas entre los jesuitas. En caso contrario, se le reprobaba. Como Sixto V puso en duda aspectos del modo de obrar de los jesuitas, el historiador Antonio Astrain, S. J., lo desautoriza con acritud. Conjetura que a Sixto V le disgustaba el punto de las Constituciones que hablaba de entregar la hacienda a los necesitados y también aquel en que se refería a “perder la afición carnal y convertirla en espiritual a los deudos”. Astrain imputa como incomprensible que un franciscano plantease esas cuestiones, pues en realidad -según su interpretación- no era con las Constituciones con las que colisionaba, sino con el evangelio. Y para armarse de razones carga la mano en la cuestión del nepotismo del pontífice, detallando que nombró cardenal a un sobrino de catorce años.
El superior de la Compañía durante aquel brete, Claudio Aquaviva (+1615), ordenó redactar el máximo posible de cartas testimoniales en contra de las pretensiones del papa. El cardenal Gian Pietro Carafa, consultado por Aquaviva, sugirió que era mejor dejar correr los acontecimientos retrasando el proceso. Sin embargo, Sixto V no se detuvo ante los trucos dilatorios y ordenó que dos teólogos analizasen con detalle el texto.
La campaña para no aceptar modificaciones en la Compañía asqueó al pontífice, también por el número de misivas, pues pronto coligió que quienes redactaban aquellos textos para luego ser firmados por personalidades eran en realidad jesuitas. ¡Y así sucedía! La polémica sobre el nombre, punto central, quedó resuelta -como he mencionado- con la imprevista desaparición del papa.
Quizá ambas instituciones deberían recordar que humilitas occidit superbiam, la humildad mata al orgullo.
Quien desee conocer más paralelismos -¡son muy numerosos!- puede leer: Jesuitas, liderar talento libre (LID, 2018) y 2000 años liderando equipos (Kolima, 2020).
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