"Esas y muchas otras cuestiones no admiten respuestas claras y simples" Para una vida con sentido (II)
Dios nos ha entregado la existencia, pero, al igual que a los niños se les regala un Mecano o un Lego con las instrucciones de uso, el Señor nos entrega la vida -cuerpo y espíritu- con unas normas para emplearla. De cada uno depende respetarlas para llegar a ser en cada momento lo que Dios espera de él
Cada persona tenemos en nuestras manos un gran don. Parafraseando a Camus, la vida es misteriosa, evasiva y siempre hay que conquistarla. Es peligrosa y enardecedora. Hay que respetar ese arcano, debemos amar el riesgo de la libertad, sin caer en el pacifismo del inepto, ni en la audacia desconsiderada del imprudente. Aunque más vale inclinarse a esa segunda actitud. A decir de Unamuno, “morir como Ícaro, vale más que vivir, sin haber intentado volar nunca, aunque fuese con alas de cera. Sube, sube, pues, para que te broten alas, que deseando volar te brotarán”.
Dios nos ha entregado la existencia, pero, al igual que a los niños se les regala un Mecano o un Lego con las instrucciones de uso, el Señor nos entrega la vida -cuerpo y espíritu- con unas normas para emplearla. De cada uno depende respetarlas para llegar a ser en cada momento lo que Dios espera de él.
Las reglas
Si cada hombre acepta las reglas del juego, estará en condiciones de ver la existencia como algo apasionante. Se lee en el Deuteronomio: “obedece los preceptos de Yavé, tu Dios, que hoy te ordeno. Para amar a Yavé tu Dios, sigue sus caminos y observa sus preceptos, sus estatutos y sus decretos. Entonces vivirás, tu descendencia se multiplicará y tu Dios te bendecirá”.
Para quienes consideran que es dificultoso y arduo conocer las reglas del juego, Dios revela en ese mismo libro sagrado que “las leyes que te prescribo no son ni demasiado difíciles ni demasiado distantes. No están en el cielo para que tú digas: ‘¿quién subirá por nosotros al Cielo, las tomará y las hará escuchar para que podamos practicarlas?’. No se encuentran tampoco al otro lado del mar, para que puedas decir: ‘¿quién pasará por nosotros a la otra ribera del mar, las tomará y nos las enseñará para que las podamos poner por obra?’. La palabra (la ley del Señor), en efecto, se encuentra muy cercana a ti: está en tu boca y en tu corazón, para que tú la cumplas”.
No es demasiado fácil jugar bien, pues el comportamiento de millones de criaturas demuestra que encontrar la salida correcta del laberinto de la vida
Según criterios sociológicos, puede afirmarse, que no es demasiado fácil jugar bien, pues el comportamiento de millones de criaturas demuestra que encontrar la salida correcta del laberinto de la vida -la que nos lleva a la paz eterna a través de la felicidad humana- no es especialmente hacedero. La observación es precisa, pero la responsabilidad corre de nuestra cuenta, porque nos empeñamos habitualmente en complicar las cosas. Muchos, a base de buscar la felicidad en línea recta (es decir, pretendiendo resolver los, a veces, complejos, problemas humanos sin contar con las leyes divinas), pretenden simplificar las reglas. Luego, descubren que sus anhelos no se cumplen y que, además, destruyen la belleza del mundo.
Incluso, desde el punto de vista meramente utilitarista nos interesa aceptar esas normas, porque, al fin y al cabo, en múltiples ocasiones o las cumplimos voluntariamente o nos vendrán impuestas. Si las vivimos de buena gana, recibiremos un premio; si no lo hacemos, el resultado será probablemente la desesperación. Detalla san Juan Cristóstomo: “no porque no muramos por Cristo vamos a ser inmortales. El Señor no te pide sino lo que, aunque no te lo pida, tendrás que dar, porque eres mortal. Solo quiere que hagas voluntariamente lo mismo que tendrás que hacer a la fuerza. Solo te pide que añadas el hacerlo por su amor”.
No todo se entiende
El iluminismo ha dejado un poso profundo. El racionalista aspira a explicar plausiblemente todos los sucesos, arrogándose una capacidad que no le corresponde. Pronto se encuentra con hechos que aparentemente no admiten explicación. ¿Quién puede aclarar racionalmente que un niño nazca con deficiencias?, ¿quién es capaz de entender el sufrimiento de una madre que ve agonizar a sus hijos de inanición y no puede hacer nada para remediarlo?, ¿por qué fallecen personas que parecían tener toda la vida por delante y vivían cara a Dios, mientras que otros, usureros deleznables y ambiciosos, permanecen en esta tierra, sembrando odio y falsedades a fanegadas?, ¿por qué es preciso separarse de la familia o de los amigos? (¡hay veces que el corazón parece romperse!), ¿qué sentido tiene consumirse de viejo, tantas veces ignorado o arrinconado, tras dejar atrás incluso la etapa de la nostalgia, cuando sería mucho más apropiado que el Creador nos llevase con El?, ¿por qué una ciudad es borrada del mapa por un ciclón?, ¿quién explica el sentido de la agonía de un moribundo bajo los escombros de su casa, hundida por un terremoto?...
Esas y muchas otras cuestiones no admiten respuestas claras y simples. Es preciso aplicar el potente faro de la fe para procurar dar luz. Ni aun así lograremos entender muchas veces los porqués. Forma parte de nuestra situación humana. Rebelarse resulta inútil.
Quienes saben que la suerte no es sino un mal modo de entender la providencia divina han de ponerse a la escucha, procurando entrever las palancas que mueven el mundo. Pero sin la pretensión de conocer su funcionamiento hasta los últimos detalles. Aceptando con prudencia y buen sentido esa incapacidad de explicarlo todo, lograremos caminar con serenidad por las trochas de la vida.
Continuará…
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