Desde dentro del corazón

Ya en los tiempos del Antiguo Testamento como en los del Nuevo se discutía acerca del comportamiento de los creyentes. Muchos actuaban como los justos, dejándose guiar por la sabiduría de Dios. Así nos lo enseña el libro del Deuteronomio. Moisés advierte al pueblo de Israel cómo debe actuar al cumplir los mandatos que Dios le ha entregado a su pueblo: Los mandatos constituyen la sabiduría y la inteligencia a los ojos de los demás pueblos, pues están centrados en el gran mandamiento, que reconoce que Dios es el único en quien hay que creer. El ha realizado una alianza con su pueblo y lo ha asociado a Él para que sea el depositario de su promesa de salvación.

Ciertamente que los maestros de Israel, auxiliados por la voz de los profetas, profundizaron en el conocimiento de los mandatos y debían ayudar al pueblo a mantenerse en fidelidad. Pero no faltó la tentación de encerrarse sólo en la letra. Jesús lo denuncia a cada momento: no vino a cambiar la Ley sino a darle cumplimiento; pero, a la vez, les dio la clave a los discípulos: el amor que todo lo puede. Sin embargo, Jesús tuvo que enfrentarse a los escribas y maestros y fariseos. Habían caído en la tentación de reducir el cumplimiento de los preceptos sólo a lo externo y a lo formal. Por eso, los fariseos y escribas van a criticar a los discípulos por algunas acciones que realizan, incluso en día sábado.

De hecho, llegan a acusar a los discípulos que eran impuros por no lavarse las manos antes de comer. Jesús responde con la sabiduría que le es propia: la impureza no sale de lo externo sino desde lo más profundo del corazón. De allí que quien esté lleno de malintenciones y de pecados, piensa y juzga según lo que posee dentro de su corazón. Lo que hace puro al hombre viene del corazón, pues allí es donde anida el amor de Dios con su sabiduría. Jesús aconseja aferrarse a la Verdad que enriquece y llena el corazón del creyente. Quien se ha alejado de Dios y se ha encerrado en sus propias ideas o actitudes corre el peligro de aferrarse a las tradiciones de los hombres y quedarse sólo en ellas sin ir más allá. Al aferrarse a esas tradiciones y a la letra de los preceptos pueden venir entonces las acciones pecaminosas, de las cuales habla claramente el Señor.

Dios nos ha hecho sus hijos y nos ha dado la verdadera libertad. Ella nace de su Palabra salvadora. Así nos lo recuerda el autor de la carta de Santiago: “Mis queridos hermanos: todo beneficio y todo don perfecto nos viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay sombras”. Dios nos ha engendrado por pura iniciativa suya con su Palabra. De allí la invitación que recibimos: “Acepten la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarnos”. Esa Palabra encuentra un especial nido en el corazón de los creyentes. Por eso, quien la escucha y la hace vida es capaz, desde su propio corazón de ser puro y limpio, como nos lo piden las bienaventuranzas. Aquí es donde radica lo importante de nuestra vivencia como creyentes libres: en actuar guiados por la sabiduría auténtica, la de la Palabra que está en cada corazón.



+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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