¿Por qué los abuelos, hijos y nietos necesitan la oración?
La octava manifestación del cristiano coherente presenta a la oración como “la fuente para el entusiasmo como creyente”. Efectivamente, tanto los abuelos como los hijos y los nietos necesitan la oración para vivir la fe. Es la comunicación personal, donde el creyente se llena de Dios y toma fuerzas para cumplir su voluntad. Como creyentes, los miembros de la familia, (abuelos, hijos y nietos), cultivan la oración como actitud-respuesta fundamental ante Dios. Ahora bien, para orar es preciso interiorizar unas motivaciones y más para adorar a Dios.
La comunicación con Dios, la oración, alma de la religiosidad. Por varias razones, la oración es tan importante para el creyente, como la misma respiración.
1ª porque por la oración, el creyente tiene el privilegio de hablar con Dios.
2ª por la oración, el creyente escucha a Dios en su corazón.;
3ª sin la comunicación con Dios, el hombre, un ser hacia la Trascendencia, pierde el contacto con quien da sentido a su vida;
4ª por la oración, el creyente expresa las manifestaciones fundamentales de su relación con Dios como son la adoración y la alabanza. Así mismo la oración es un medio para agradecer cuanto recibimos de Dios. El culto religioso no tiene sentido si no se da una comunicación entre los fieles y Dios;
5ª gracias a la oración el creyente puede conocer mejor el misterio de Dios, cuál sea su voluntad y como vivir su plan;
6ª por la comunicación amistosa que proporciona la oración, se puede intimar con Dios, conocerle mejor, sacar más fuerza para liberarse del pecado y progresar en la madurez religiosa. Es la oración el gran medio para alimentar el fuego del amor de Dios y comunicarlo en su vida;
7ª es necesaria la oración para seguir el testimonio y consejos de Jesús: "es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1);"pedid y recibiréis" (Mt 7,7); "pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24); "velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26,41; cf. Lc 22,46).
Motivaciones para la oración Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la confianza de ser escuchados por Dios.
Pero junto a la confianza, suelen darse también, -y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el amor y el miedo a Dios.
El último lugar de las motivaciones, -por el porcentaje pero primero en importancia-, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere
La adoración. El trato respetuoso y la devoción dada a Dios se fusionan en la adoración que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, homenaje, respeto, cierto cariño, temor, sumisión y entrega a Dios por lo que es y merece.
La fe cristiana ofrece estos aspectos sobre la adoración:
-la valoración de lo que es el hombre: «adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios», pero que está hecha a «imagen y semejanza de Dios» (Cat 2097, 2085);
-la valoración de lo que es Dios: «adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf. Lc 1, 46-49)» (Cat 2697):
-la alabanza, confianza y silencio. Por la adoración el creyente exalta la grandeza de Dios su Creador (cf. Sal 95,1-6) y el poder de quien puede librarnos de todo mal. Pero hay algo más en la adoración. Y es la actitud humilde y confiada de quien permanece en «el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor” (S. Agustín, Sal 62,16)» (Cat 2628).
Adorar solamente a Dios. Por la adoración el creyente acepta a Dios como el Creador, el Salvador, el Señor y Dueño de todo lo creado: «adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13)» (Cat 2096). ¿Y cómo será la adoración con el culto correspondiente? Con exclusividad y amor.
La exclusividad aparece en el Antiguo testamento: «no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1); el culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24); 6,14).
El amor, alma de la adoración. El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría…
Motivaciones para la adoración.
Adorar a Dios y comunicarse con él tiene como fundamento la identidad interiorizada de Dios como el valor máximo y el Tú Absoluto. El hombre experimenta la necesidad de comunicarse con un tú absoluto. Por razón o por fe experimenta a Dios como tal valor máximo, Tú absoluto. Y de la experiencia concluye la necesidad o conveniencia de comunicarse-relacionarse con Dios.
El Dios Amor responde a la sed que tiene el hombre de una trascendencia en su vida especialmente cuando palpa su finitud. Como expresan los salmos, el hombre sediento busca su rostro: «mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo» (Sal 84,3; cf. 84,2);. «me dice el corazón: busca su rostro. Sí, tu rostro, Señor es lo que busco» (Sal 27,8); «como busca la cierva corrientes de agua, así, Díos mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?»
La necesidad de comunicarse y adorar a Dios es una de las experiencias del creyente cuando interioriza el gran misterio consolador: Dios ama a cada persona y pide ser amado por sus hijos. Ser consciente del amor de Dios y poder amarlo, es una experiencia fundamental que está presente en el cristianismo y en cada una de sus confesiones. El bautizado cuenta con el testimonio de Cristo que predicó sobre estos temas confirmando la doctrina de Antiguo Testamento.
Para el israelita, Dios es «un Dios misericordioso y clemente, paciente, rico en bondad y fidelidad, que perdona la culpa». Es un amor, el de Dios, libre, pero espera la fidelidad a la alianza, que se guarden sus mandamientos y no adoren a dioses extraños. Para el cristiano «el Dios es amor» se hace realidad en Jesús. El abbá viene a vivir en plena humanidad su amor y hacer sentir su llamada ardiente. Dios como Señor y como plenitud de amor ofrece su amistad al hombre. Aunque difícil, es posible la amistad entre Dios y el hombre: Dios ama y el cristiano puede ser su amigo. Por la gracia, el hombre "es llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar" (Catecismo 356 y 357). Esta alianza se traduce en una experiencia especial de amistad, en sentirse amado y amar a Dios Padre
He aquí la gran motivación que impregna la adoración y empuja al diálogo interpersonal con Dios: puede tratar a Dios como a un amigo. Siguiendo a Santo Tomas, la teología define la caridad como una "especial amistad del hombre con Dios" (STh II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15). Y confirma la Escritura: "el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros" (1Jn 4,10).
Del trato pasemos a la religión como amistad con Dios contemplado no como Señor, Creador, Juez sino como un tú divino que ofrece su amistad y solicita el amor desinteresado. En los salmos el creyente encuentra nuevos motivos para su confianza con Dios: «dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob y pone su esperanza en el Señor, su Dios» (Sal 146,5); «Señor, mi roca y fortaleza, mi libertador. Dios mío, mi peña, mi refugio, mi escudo» (Sal 18,3); «El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza ¿quién me hará temblar?» (Sal 27,1); «En Dios confío y no temo ¿qué podrá hacerme el hombre? En ti está la única esperanza» (Sal 39,8).
Jesús no expresa la relación con el Padre en forma de amistad sino de amor filial.
Sin embargo las relaciones entre el Padre y el Hijo están marcadas por la unión más profunda, por la comunicación, confianza, fidelidad, entrega, etc. Es decir por las manifestaciones de toda amistad. Es el mismo Jesús quien trae los elementos para la amistad con Dios: la gracia, la fe y la caridad que culminan con el misterio de la inhabitación: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».(Jn 14,23; c. 1Jn 4,7-10; Jn 15, 9-7; Rom 8,25, 1cOR 13, 1-9). Por tanto el rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).
A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios y transportados a una vivencia extraordinaria. Y así testimoniaron una entrega total. En ellos se dio la certeza total de que Dios se les hacía presente sin la intervención de algún medio psicológico o ritual.
La comunicación con Dios, la oración, alma de la religiosidad. Por varias razones, la oración es tan importante para el creyente, como la misma respiración.
1ª porque por la oración, el creyente tiene el privilegio de hablar con Dios.
2ª por la oración, el creyente escucha a Dios en su corazón.;
3ª sin la comunicación con Dios, el hombre, un ser hacia la Trascendencia, pierde el contacto con quien da sentido a su vida;
4ª por la oración, el creyente expresa las manifestaciones fundamentales de su relación con Dios como son la adoración y la alabanza. Así mismo la oración es un medio para agradecer cuanto recibimos de Dios. El culto religioso no tiene sentido si no se da una comunicación entre los fieles y Dios;
5ª gracias a la oración el creyente puede conocer mejor el misterio de Dios, cuál sea su voluntad y como vivir su plan;
6ª por la comunicación amistosa que proporciona la oración, se puede intimar con Dios, conocerle mejor, sacar más fuerza para liberarse del pecado y progresar en la madurez religiosa. Es la oración el gran medio para alimentar el fuego del amor de Dios y comunicarlo en su vida;
7ª es necesaria la oración para seguir el testimonio y consejos de Jesús: "es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1);"pedid y recibiréis" (Mt 7,7); "pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24); "velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26,41; cf. Lc 22,46).
Motivaciones para la oración Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la confianza de ser escuchados por Dios.
Pero junto a la confianza, suelen darse también, -y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el amor y el miedo a Dios.
El último lugar de las motivaciones, -por el porcentaje pero primero en importancia-, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere
La adoración. El trato respetuoso y la devoción dada a Dios se fusionan en la adoración que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, homenaje, respeto, cierto cariño, temor, sumisión y entrega a Dios por lo que es y merece.
La fe cristiana ofrece estos aspectos sobre la adoración:
-la valoración de lo que es el hombre: «adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios», pero que está hecha a «imagen y semejanza de Dios» (Cat 2097, 2085);
-la valoración de lo que es Dios: «adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf. Lc 1, 46-49)» (Cat 2697):
-la alabanza, confianza y silencio. Por la adoración el creyente exalta la grandeza de Dios su Creador (cf. Sal 95,1-6) y el poder de quien puede librarnos de todo mal. Pero hay algo más en la adoración. Y es la actitud humilde y confiada de quien permanece en «el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor” (S. Agustín, Sal 62,16)» (Cat 2628).
Adorar solamente a Dios. Por la adoración el creyente acepta a Dios como el Creador, el Salvador, el Señor y Dueño de todo lo creado: «adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13)» (Cat 2096). ¿Y cómo será la adoración con el culto correspondiente? Con exclusividad y amor.
La exclusividad aparece en el Antiguo testamento: «no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1); el culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24); 6,14).
El amor, alma de la adoración. El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría…
Motivaciones para la adoración.
Adorar a Dios y comunicarse con él tiene como fundamento la identidad interiorizada de Dios como el valor máximo y el Tú Absoluto. El hombre experimenta la necesidad de comunicarse con un tú absoluto. Por razón o por fe experimenta a Dios como tal valor máximo, Tú absoluto. Y de la experiencia concluye la necesidad o conveniencia de comunicarse-relacionarse con Dios.
El Dios Amor responde a la sed que tiene el hombre de una trascendencia en su vida especialmente cuando palpa su finitud. Como expresan los salmos, el hombre sediento busca su rostro: «mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo» (Sal 84,3; cf. 84,2);. «me dice el corazón: busca su rostro. Sí, tu rostro, Señor es lo que busco» (Sal 27,8); «como busca la cierva corrientes de agua, así, Díos mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?»
La necesidad de comunicarse y adorar a Dios es una de las experiencias del creyente cuando interioriza el gran misterio consolador: Dios ama a cada persona y pide ser amado por sus hijos. Ser consciente del amor de Dios y poder amarlo, es una experiencia fundamental que está presente en el cristianismo y en cada una de sus confesiones. El bautizado cuenta con el testimonio de Cristo que predicó sobre estos temas confirmando la doctrina de Antiguo Testamento.
Para el israelita, Dios es «un Dios misericordioso y clemente, paciente, rico en bondad y fidelidad, que perdona la culpa». Es un amor, el de Dios, libre, pero espera la fidelidad a la alianza, que se guarden sus mandamientos y no adoren a dioses extraños. Para el cristiano «el Dios es amor» se hace realidad en Jesús. El abbá viene a vivir en plena humanidad su amor y hacer sentir su llamada ardiente. Dios como Señor y como plenitud de amor ofrece su amistad al hombre. Aunque difícil, es posible la amistad entre Dios y el hombre: Dios ama y el cristiano puede ser su amigo. Por la gracia, el hombre "es llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar" (Catecismo 356 y 357). Esta alianza se traduce en una experiencia especial de amistad, en sentirse amado y amar a Dios Padre
He aquí la gran motivación que impregna la adoración y empuja al diálogo interpersonal con Dios: puede tratar a Dios como a un amigo. Siguiendo a Santo Tomas, la teología define la caridad como una "especial amistad del hombre con Dios" (STh II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15). Y confirma la Escritura: "el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros" (1Jn 4,10).
Del trato pasemos a la religión como amistad con Dios contemplado no como Señor, Creador, Juez sino como un tú divino que ofrece su amistad y solicita el amor desinteresado. En los salmos el creyente encuentra nuevos motivos para su confianza con Dios: «dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob y pone su esperanza en el Señor, su Dios» (Sal 146,5); «Señor, mi roca y fortaleza, mi libertador. Dios mío, mi peña, mi refugio, mi escudo» (Sal 18,3); «El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza ¿quién me hará temblar?» (Sal 27,1); «En Dios confío y no temo ¿qué podrá hacerme el hombre? En ti está la única esperanza» (Sal 39,8).
Jesús no expresa la relación con el Padre en forma de amistad sino de amor filial.
Sin embargo las relaciones entre el Padre y el Hijo están marcadas por la unión más profunda, por la comunicación, confianza, fidelidad, entrega, etc. Es decir por las manifestaciones de toda amistad. Es el mismo Jesús quien trae los elementos para la amistad con Dios: la gracia, la fe y la caridad que culminan con el misterio de la inhabitación: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».(Jn 14,23; c. 1Jn 4,7-10; Jn 15, 9-7; Rom 8,25, 1cOR 13, 1-9). Por tanto el rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).
A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios y transportados a una vivencia extraordinaria. Y así testimoniaron una entrega total. En ellos se dio la certeza total de que Dios se les hacía presente sin la intervención de algún medio psicológico o ritual.