"El que monta un pollino hijo de asna es un rey" «Marcha real sobre un pollino»

«Marcha real sobre un pollino»
«Marcha real sobre un pollino»

Jesús y los suyos van de Jericó a Jerusalén. Hacen un camino cuesta arriba. Cuando están cerca de Jerusalén, a unos 3 km de distancia, en las cercanías de Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, decide enviar a dos de los discípulos con una indicación precisa: «Id a la aldea que tenéis enfrente y, en seguida, al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, en el que nadie se ha montado todavía.

No hay explicación, pero hay cuidado en los detalles en la extraña indicación, incluso en el hecho de que nadie lo había montado antes. «Desatadlo y traedlo aquí», pide Jesús. ¿Pero por qué? Quizás percibe una mirada inquisitiva en los discípulos. Continúa, pues: «Y si alguien os dice: «¿Por qué hacéis esto?», responded: «El Señor lo necesita, pero lo enviará aquí enseguida». El relato de Marcos (11, 1-10) no se sostiene: no se entiende el sentido de la acción. Intuimos que algo inusual está a punto de suceder.

A lomos de un pollino

Los dos no se hacen problemas, al parecer. Se van. Y encuentran un potro atado. Jesús tenía razón, había profetizado esa presencia. El encuadre es nítido. Marcos precisa que estaba «cerca de una puerta, fuera en la calle», no en un patio interior. Estaba allí, delante de los dos. Que proceden según las indicaciones del Maestro: lo desatan. ¿Un robo, entonces? Hay gente que los mira asombrada porque es evidente que no son ladrones. ¿Y entonces quiénes son? ¿Qué están haciendo? Dicen: «¿Por qué desatáis a este potro?». Y los dos responden como había dicho Jesús: «El Señor lo necesita, pero lo enviará aquí de inmediato». No es una respuesta. Todo nos parece al límite de lo surrealista. Y las personas que estaban junto al potro «les dejan hacer».

Y los dos, con el potro a cuestas, llegan a Jesús. Todo sigue un guión que desconocemos. Los dos tiran sus mantos encima porque el animal no tenía aparejos. Jesús se sube encima. He aquí la instantánea: Jesús sentado sobre un potro adornado con mantos. La escena no nos dice mucho. Pero solo porque somos ignorantes y no conocemos las antiguas palabras del profeta Zacarías pronunciadas alrededor del 520 a. C. cuando reinaba Darío I en Persia, en la época del regreso de los judíos de la cautividad. Aquí están en su poesía visionaria: «¡Alégrate mucho, hija de Sión, regocíjate, hija de Jerusalén! He aquí que tu rey viene a ti. Justo y victorioso es él, humilde, cabalgando sobre un asno, un pollino, hijo de asna. Quitará de Efraín el carro de guerra y de Jerusalén el caballo, el arco de guerra será quebrado, anunciará la paz a las naciones, su dominio será de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra».

De repente, al leer estas palabras, se abre ante nosotros una visión, un cambio de sentido: el que monta un pollino hijo de asna es un rey. He aquí el sentido de los mantos. Y es en ese gesto de los dos discípulos donde se revela. El manto es, en realidad, un telón: se cierra la escena de lo que vemos con los ojos y se abre la escena que vemos con la mirada de la imaginación profética. Y he aquí que Marcos nos hace ver los mantos que descienden uno tras otro como alfombras voladoras por el camino.

Y ahora la escena se llena: la gente lo saluda agitando ramas cortadas en los campos. Hay una multitud que precede y una multitud que sigue. El título del cuadro es: «Marcha real sobre un pollino». El triunfo de los locos. En la escena se enciende el sonido: «¡Osanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, de nuestro padre David! ¡Osanna en lo más alto de los cielos!». El rey Jesús es el Mesías que rompe el arco de la guerra, hace desaparecer el carro, anuncia la paz y borra las fronteras de su reino, avanzando lentamente sobre un burrito.

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