¿Caín sigue vivo?
Lo que me sorprende es que, ante una afirmación tan humana y tan evangélica como la de este conocido jesuita, inmediatamente no han faltado los comentarios de personas indignadas, que dan la impresión de sentirse irritadas ante las palabras de un dirigente religioso que pide superar y vencer odios y rencores. Entiendo que, si fuera un político o un juez quien pidiera dejar de lado esos sentimientos, habría motivo para sentirse inquietos, nerviosos o indignados.
Pero cuando tal petición viene de un hombre que, por su profesión, nos habla desde los argumentos que le puede suministrar el Evangelio, no entiendo que haya quien rechace airado una petición tan humanitaria. Por supuesto, que los poderes del Estado tienen la obligación de cumplir con su deber. Pero cuando, ni a los hombres de la religión se les tolera una palabra de perdón y bondad, entonces cabe pensar que el tejido social de este país está demasiado dañado.
Por eso yo me pregunto si es que Caín sigue vivo entre nosotros. Y si es que Caín sigue ahí, “irritado” y “cabizbajo”, como cuenta el relato mítico del Génesis (4, 5-6), en tal caso, ya podemos poner policías eficaces, jueces severos y políticos inteligentes. De poco servirá todo eso.
A terroristas y delincuentes se les pude meter en la cárcel. Pero, si en la calle dejamos campando a sus anchas a nuestros sentimientos más cainitas, en tal caso y por mucho que invoquemos a las víctimas, en esta sociedad nuestra nos sentiremos todos como se sentía Caín: “teniendo que ocultarnos de la presencia (del Bien), y andando errantes vagando por el mundo” (Gen 4, 14). Por favor, ¡ya está bien!