La Iglesia se organizó antes de conocer el Evangelio
¡Tranquilos! Que nadie se ponga nervioso. Porque, como decían los antiguos, “contra facta non valent argumenta”. Es decir, contra los hechos (tal como se produjeron en los primeros años de la Iglesia) no tienen peso ni valor demostrativo nuestras disquisiciones o argumentos.
Ya he dicho que el Evangelio de Jesús llegó tarde. Porque, cuando se conocieron los evangelios (en su redacción definitiva), la Iglesia ya estaba organizada y llevaba varios años funcionando. Los datos están ahí: entre los años 50 al 56, san Pablo informa, en sus cartas, de lo que era y cómo se organizaba cada “ekklesía”. Y, poco después, ausente ya Pablo, la carta a los Efesios habla de la “ekklesía” en sentido universal. Esto supuesto, y sea cual sea el momento en que se redactó Efesios, lo que hoy no admite dudas, entre los estudiosos mejor documentados, es que la redacción que conocemos de los evangelios, se conoció y se divulgó después del año 70. Lo cual quiere decir que los criterios y las convicciones determinantes que tuvo y mantuvo Jesús, “el Nazareno”, se conocieron y se divulgaron cuando las “asambleas” o “iglesias” de los cristianos llevaban ya unos veinte años organizadas y funcionando.
Por supuesto, el centro y el eje de las “iglesias” de Pablo fue siempre Jesucristo. El Cristo resucitado y glorioso del cielo. En tanto que el centro y el eje de los evangelios es el Jesús histórico de la tierra. Esto supuesto, la cuestión capital está en que Pablo no conoció al Jesús terreno. Porque, cuando Pablo conoció a los cristianos, Jesús ya había muerto. Es más, “el alcance del conocimiento pasivo de la tradición de Jesús que poseyera Pablo es, en el fondo, irrelevante para comprender la teología paulina” (Jürgen Becker).
Así las cosas, lo decisivo es saber que Pablo organizó sus “iglesias” o “asambleas” desde el convencimiento de su autoridad. Una autoridad y un poder derivados del hecho de que Pablo era “apóstol” (1 Tes 2, 6; Gal 1, 1; 1 Cor 1, 1; 9, 1-2; Rom 1, 1; 11, 13), lo que le situaba “al nivel de las más altas autoridades de la Iglesia (1 Cor 12, 28; 15, 9-11; 2 Cor 11, 5)” (M. Y. Macdonald). Una autoridad tal, que le permitía a Pablo añadir sus propias directrices al mandato del Señor, basado en que él poseía el Espíritu de Dios (1 Cor 7, 40; cf. 1 Cor 7, 12 ss).
Sin duda, el problema del poder fue determinante en el comportamiento de Pablo al fundar y gobernar las primeras “iglesias” o “asambleas” (B. Holmberg). Por tanto, el tema del poder y la importancia apostólica fue decisivo en la Iglesia desde su mismo nacimiento. Sin embargo, por los evangelios sabemos que Jesús no toleró las disputas de sus apóstoles sobre quién de ellos era el primero, el más importante (Mc 9, 33-37 par; 10, 35-45 par). El ideal de Jesús es que fueran como niños, que buscaran ponerse siempre “los últimos” (Mc 9, 35; 10, 31; Mt 19, 30; 20, 16; Lc 13, 30), que tenían que renunciar a todo título relacionado con el poder y la importancia (Mt 23, 8-12). El contraste es evidente: para Jesús, fue decisiva la ejemplaridad de los apóstoles, mientras que, para Pablo, lo decisivo fue tener poder y autoridad para gestionar la organización de las “asambleas”, las primeras “iglesias”, que se extendían por todo el Mediterráneo, desde Antioquía hasta España.
¿Cómo se ha resuelto en la Iglesia el problema que todo esto plantea? Las estructuras de poder se han potenciado, como es sabido. El ideal de Jesús se ha predicado como ejemplo de espiritualidad. ¿Qué es más determinante en la Iglesia? Es la pregunta que los cristianos tenemos que afrontar.
Ya he dicho que el Evangelio de Jesús llegó tarde. Porque, cuando se conocieron los evangelios (en su redacción definitiva), la Iglesia ya estaba organizada y llevaba varios años funcionando. Los datos están ahí: entre los años 50 al 56, san Pablo informa, en sus cartas, de lo que era y cómo se organizaba cada “ekklesía”. Y, poco después, ausente ya Pablo, la carta a los Efesios habla de la “ekklesía” en sentido universal. Esto supuesto, y sea cual sea el momento en que se redactó Efesios, lo que hoy no admite dudas, entre los estudiosos mejor documentados, es que la redacción que conocemos de los evangelios, se conoció y se divulgó después del año 70. Lo cual quiere decir que los criterios y las convicciones determinantes que tuvo y mantuvo Jesús, “el Nazareno”, se conocieron y se divulgaron cuando las “asambleas” o “iglesias” de los cristianos llevaban ya unos veinte años organizadas y funcionando.
Por supuesto, el centro y el eje de las “iglesias” de Pablo fue siempre Jesucristo. El Cristo resucitado y glorioso del cielo. En tanto que el centro y el eje de los evangelios es el Jesús histórico de la tierra. Esto supuesto, la cuestión capital está en que Pablo no conoció al Jesús terreno. Porque, cuando Pablo conoció a los cristianos, Jesús ya había muerto. Es más, “el alcance del conocimiento pasivo de la tradición de Jesús que poseyera Pablo es, en el fondo, irrelevante para comprender la teología paulina” (Jürgen Becker).
Así las cosas, lo decisivo es saber que Pablo organizó sus “iglesias” o “asambleas” desde el convencimiento de su autoridad. Una autoridad y un poder derivados del hecho de que Pablo era “apóstol” (1 Tes 2, 6; Gal 1, 1; 1 Cor 1, 1; 9, 1-2; Rom 1, 1; 11, 13), lo que le situaba “al nivel de las más altas autoridades de la Iglesia (1 Cor 12, 28; 15, 9-11; 2 Cor 11, 5)” (M. Y. Macdonald). Una autoridad tal, que le permitía a Pablo añadir sus propias directrices al mandato del Señor, basado en que él poseía el Espíritu de Dios (1 Cor 7, 40; cf. 1 Cor 7, 12 ss).
Sin duda, el problema del poder fue determinante en el comportamiento de Pablo al fundar y gobernar las primeras “iglesias” o “asambleas” (B. Holmberg). Por tanto, el tema del poder y la importancia apostólica fue decisivo en la Iglesia desde su mismo nacimiento. Sin embargo, por los evangelios sabemos que Jesús no toleró las disputas de sus apóstoles sobre quién de ellos era el primero, el más importante (Mc 9, 33-37 par; 10, 35-45 par). El ideal de Jesús es que fueran como niños, que buscaran ponerse siempre “los últimos” (Mc 9, 35; 10, 31; Mt 19, 30; 20, 16; Lc 13, 30), que tenían que renunciar a todo título relacionado con el poder y la importancia (Mt 23, 8-12). El contraste es evidente: para Jesús, fue decisiva la ejemplaridad de los apóstoles, mientras que, para Pablo, lo decisivo fue tener poder y autoridad para gestionar la organización de las “asambleas”, las primeras “iglesias”, que se extendían por todo el Mediterráneo, desde Antioquía hasta España.
¿Cómo se ha resuelto en la Iglesia el problema que todo esto plantea? Las estructuras de poder se han potenciado, como es sabido. El ideal de Jesús se ha predicado como ejemplo de espiritualidad. ¿Qué es más determinante en la Iglesia? Es la pregunta que los cristianos tenemos que afrontar.