Reforma constitucional y reforma ética
En situaciones como la que estamos viviendo en España, lo más apremiante es tener muy claro que, por más urgente que haya sido la reforma constitucional que limita el endeudamiento del Estado, mucho más urgente es la reforma ética de todos los que somos responsables de que el Estado se haya endeudado hasta las cejas. Y se ha endeudado, ante todo, porque la codicia de quienes realmente manejan el gran capital es insaciable. Por eso no están dispuestos a ceder en que la riqueza, que produce este país, se reparta más equitativamente. Por eso no quieren ni oír hablar de que les suban los impuestos a los ricos. Como tampoco consienten que las condiciones laborales de los trabajadores sean más seguras y estén mejor retribuidas.
Todos los días oímos hablar de la codicia de los mercados y de la amenaza de los mercados. Pero, ¿quiénes son “los mercados”? Yo no he visto jamás “un mercado” de ésos de los que tanto se habla. Lo que sí vemos es a los mercaderes. Y por lo que se sabe de ellos, no parece que lo estén pasando mal. Ni que están en el paro. Ni parece que vivan con el agua al cuello.
Es verdad que, en este país, está más extendida de lo que seguramente imaginamos la mentalidad según la cual lo que importa es vivir lo mejor posible trabajando lo menos posible. Y además hay mucha gente que pone el grito en el cielo si no se puede seguir permitiendo el nivel de consumo al que nos hemos acostumbrado en España. Es decir, nos hemos acostumbrado a consumir más de lo que producimos. Lo que lleva consigo inevitablemente que, si en este país se gasta más de lo que se produce, el Estado no tiene más remedio que endeudarse, para seguir manteniendo las prestaciones sociales (sanidad, educación, pensiones...). Y, entonces, lo que suele suceder es que, si los ricos y los empresarios se plantan, de forma que no toleran ni subida de impuestos, ni condiciones laborales que hagan más soportable la vida de los trabajadores, lo que ocurre es que el Estado no tiene más remedio que pagar las deudas a base de recortar los gastos aunque sea en servicios sociales tan básicos como la sanidad o la educación. Con lo que no queda más salida que aumentar las clínicas privadas y los colegios de pago, recortar las pensiones....
Pues bien, estando así las cosas, por supuesto, que los gobernantes, los economistas y los políticos de oficio tienen que buscar la solución que sea más eficaz para los ciudadanos. Insisto, para los ciudadanos, no para mi partido político o para el de la oposición. Y, menos aún, para que quienes ya ganan más de lo que imaginamos, sigan aumentando sus cuentas en paraísos fiscales o negocios turbios de dinero negro. Todo eso no es sino corrupción pura y dura.
Todo esto es lo que me lleva a pensar que, por muy importante que sea la “reforma constitucional”, más importante y más urgente es la “reforma ética”. Porque una de las cosas que ha puesto en evidencia la crisis económica es el vacío legal que tenemos en un asunto de tanta importancia como es la economía financiera y concretamente la voracidad insaciable de los mercados. Ante ellos, no tenemos suficiente protección legal. Por eso se explica que, después de cuatro años de hundimiento de la economía mundial, los causantes de semejante desastre viven en sus lujosas mansiones, disfrutando de las ganancias que han obtenido a costa de todos nosotros. Y ya, puestos a hablar de corrupción, también son corruptos los funcionarios y los trabajadores que rinden la mitad de lo que tendrían que rendir porque “legalmente” consiguen bajas laborales que no son justificables o trabajan mal y de mala gana.
¿”Reforma ética”? No le faltaba razón a Max Weber cuando nos hizo caer en la cuenta de que los países del centro y del norte de Europa han tenido un crecimiento económico muy superior al de los países del sur. Y la historia se repite: ahora, la crisis se ceba en Grecia, Italia, España, Portugal y en la católica Irlanda. Hoy sigue siendo decisivo el principio que formuló el mismo Weber: “El más noble contenido de la propia conducta moral consiste precisamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo”. Los países del centro y del norte de Europa asimilaron mejor este criterio determinante de la conducta moral. En tanto que los países del sur han orientado más su religiosidad hacia la piedad individual, las devociones (a veces folclóricas) y un cierto sentimentalismo religioso. En todo caso, se puede asegurar que, mientras en los países más prósperos predomina la ética del buen profesional, en los países más castigados por la crisis está más presente la moral privada y los sentimientos asociados a ciertas prácticas de piedad. Por eso, no es exagerado decir que en los países más sólidos económicamente la ética religiosa está más asociada al despacho del buen profesional o al puesto de trabajo, mientras que en los países cuya economía es más frágil la ética religiosa está más vinculada al templo, a la piedad o a ciertas devociones. Pero nunca deberíamos olvidar que la obligación es más importante que la devoción. Es decir, donde no tenemos un buen ciudadano y un buen profesional, no es posible tener una persona religiosa de verdad. En esto consiste la reforma ética que necesitamos con más urgencia.
Todos los días oímos hablar de la codicia de los mercados y de la amenaza de los mercados. Pero, ¿quiénes son “los mercados”? Yo no he visto jamás “un mercado” de ésos de los que tanto se habla. Lo que sí vemos es a los mercaderes. Y por lo que se sabe de ellos, no parece que lo estén pasando mal. Ni que están en el paro. Ni parece que vivan con el agua al cuello.
Es verdad que, en este país, está más extendida de lo que seguramente imaginamos la mentalidad según la cual lo que importa es vivir lo mejor posible trabajando lo menos posible. Y además hay mucha gente que pone el grito en el cielo si no se puede seguir permitiendo el nivel de consumo al que nos hemos acostumbrado en España. Es decir, nos hemos acostumbrado a consumir más de lo que producimos. Lo que lleva consigo inevitablemente que, si en este país se gasta más de lo que se produce, el Estado no tiene más remedio que endeudarse, para seguir manteniendo las prestaciones sociales (sanidad, educación, pensiones...). Y, entonces, lo que suele suceder es que, si los ricos y los empresarios se plantan, de forma que no toleran ni subida de impuestos, ni condiciones laborales que hagan más soportable la vida de los trabajadores, lo que ocurre es que el Estado no tiene más remedio que pagar las deudas a base de recortar los gastos aunque sea en servicios sociales tan básicos como la sanidad o la educación. Con lo que no queda más salida que aumentar las clínicas privadas y los colegios de pago, recortar las pensiones....
Pues bien, estando así las cosas, por supuesto, que los gobernantes, los economistas y los políticos de oficio tienen que buscar la solución que sea más eficaz para los ciudadanos. Insisto, para los ciudadanos, no para mi partido político o para el de la oposición. Y, menos aún, para que quienes ya ganan más de lo que imaginamos, sigan aumentando sus cuentas en paraísos fiscales o negocios turbios de dinero negro. Todo eso no es sino corrupción pura y dura.
Todo esto es lo que me lleva a pensar que, por muy importante que sea la “reforma constitucional”, más importante y más urgente es la “reforma ética”. Porque una de las cosas que ha puesto en evidencia la crisis económica es el vacío legal que tenemos en un asunto de tanta importancia como es la economía financiera y concretamente la voracidad insaciable de los mercados. Ante ellos, no tenemos suficiente protección legal. Por eso se explica que, después de cuatro años de hundimiento de la economía mundial, los causantes de semejante desastre viven en sus lujosas mansiones, disfrutando de las ganancias que han obtenido a costa de todos nosotros. Y ya, puestos a hablar de corrupción, también son corruptos los funcionarios y los trabajadores que rinden la mitad de lo que tendrían que rendir porque “legalmente” consiguen bajas laborales que no son justificables o trabajan mal y de mala gana.
¿”Reforma ética”? No le faltaba razón a Max Weber cuando nos hizo caer en la cuenta de que los países del centro y del norte de Europa han tenido un crecimiento económico muy superior al de los países del sur. Y la historia se repite: ahora, la crisis se ceba en Grecia, Italia, España, Portugal y en la católica Irlanda. Hoy sigue siendo decisivo el principio que formuló el mismo Weber: “El más noble contenido de la propia conducta moral consiste precisamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo”. Los países del centro y del norte de Europa asimilaron mejor este criterio determinante de la conducta moral. En tanto que los países del sur han orientado más su religiosidad hacia la piedad individual, las devociones (a veces folclóricas) y un cierto sentimentalismo religioso. En todo caso, se puede asegurar que, mientras en los países más prósperos predomina la ética del buen profesional, en los países más castigados por la crisis está más presente la moral privada y los sentimientos asociados a ciertas prácticas de piedad. Por eso, no es exagerado decir que en los países más sólidos económicamente la ética religiosa está más asociada al despacho del buen profesional o al puesto de trabajo, mientras que en los países cuya economía es más frágil la ética religiosa está más vinculada al templo, a la piedad o a ciertas devociones. Pero nunca deberíamos olvidar que la obligación es más importante que la devoción. Es decir, donde no tenemos un buen ciudadano y un buen profesional, no es posible tener una persona religiosa de verdad. En esto consiste la reforma ética que necesitamos con más urgencia.