¿Está llegando una nueva ola de espiritualidad? Apogeo del turismo religioso y los retiros espirituales.

Un tiempo para nosotros y no para las cosas

 Una Pandemia deja sus secuelas negativas y provoca sus interrogantes y crisis humanas y religiosas.

Parece ser que, en estos días, hay una demanda creciente para acudir al silencio de los monasterios y buscar lugares de oración y clausura que nos sitúen cara a cara ante el desafío del misterio para encontrar respuestas al porqué  del sentido de la vida y de la muerte, que hemos vivido y seguimos viviendo tan de cerca. No es extraño. Siempre ha sido así. Las guerras mundiales provocaron un éxodo masivo hacia la  búsqueda de sentido y el cuestionamiento de la propia vida. A ese tiempo se le llamó periodo existencial. Y en él surgieron grandes pensadores que pretendieron iluminar con su filosofía estos momentos de incertidumbre.

Me pregunto si la Pandemia no será de nuevo una oportunidad para volver de nuevo a preguntarnos sobre estas cuestiones transcendentes y necesarias para saber situarnos mejor ante los precipicios imprevistos que encontramos en el camino. Puede ser. Esta búsqueda de los monasterios y claustros, del silencio y de la cercanía con la vida contemplativa puede ser un síntoma de que algo se está moviendo en esa dirección. Lo que es cierto es que la Pandemia y tanta muerte cercana no nos ha dejado indiferentes sino que nos ha metido el gusanillo de las preguntas de siempre que no acabamos de respondernos del todo. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Seguro que no tardarán en surgir filósofos y pensadores, al estilo de los existencialistas, que nos hagan caer en la cuenta de nuestra fragilidad y de nuestra grandeza a la vez. Para bien o para mal, como siempre ha sucedido. Se trata de buscar el conocimiento de lo que somos y nos rodea a través de la experiencia humana.

A Dámaso Alonso le debemos una poesía “arraigada” que quería mostraros un ideal que no se correspondía con la realidad para rescatarnos de la situación traumática de la postguerra española. Frente a él surgen los poetas desarraigados que quieren hacer constar su protesta con la situación y destacan el vacío y la angustia de los hombres de su generación. Hablamos de Alberti o Miguel Hernández.

En Europa Kierkegaard nos hace ver que el sentido de la vida no existe en sí mismo sino que hay que ganárselo cada uno desde sus propias opciones.

Tal vez no sea hasta Jean Paul Sartre cuando llegamos a descubrir la angustia de ser humano. Recuerdo que me impresionó  mucho cuando leí, en plena juventud, “La Náusea”. Esa sensación desconocida que invadió a Antoine Ronquentin y le hizo descubrir su inmensa soledad hasta cambiar su vida por completo.

Nuestros tiempos de Pandemia no son de “náusea” pero sí de inmensa soledad, y no solo por los confinamientos sufridos, en un mundo altamente comunicado y técnicamente desarrollado para poder comunicarnos como nunca y con personas que no son de nuestro entorno. Estamos en red constantemente y no hay fronteras, pero no hemos conseguido desterrar la soledad que nos acecha. En Madrid mueren solas miles de personas cada año y en el Reino Unido se ha llegado a crear un Ministerio de la Soledad. Es tiempo, pues de preguntarnos qué está pasando y, tal vez, esto explica, después de esta conmoción de la Pandemia, esta búsqueda de claustros y silencios, de retiros y reflexiones necesarias. La situación y el fracaso monumental en Afganistán es otro tema que nos está cuestionado sobremanera. La entrega de los niños a los marines por parte de su madres para que puedan vivir una  situación mejor, a pesar de no verlos nunca más, nos ha conmocionado de tal forma que nos lleva a preguntarnos qué tipo de mundo queremos y si tal como lo estamos construyendo merece o no la pena. De nuevo surgen las preguntas existencialistas.

En España tal vez fue Miguel de Unamuno el que nos propuso una reflexión humana y cristiana sobre la vida y la muerte con mayor fuerza. Los grandes ideales de la modernidad entran en crisis o son cuestionados y eso nos conduce a la reflexión existencialista y a la búsqueda de Dios o del sentido de la vida. Curiosamente la demanda de silencio en los monasterios no proviene solo del ámbito de los  creyentes, hay también ateos o agnósticos que buscan el silencio y sus respuestas. Se trata de alejarse para acercarse  más al corazón de las vida y sus misterios.

Frente a un turismo religioso de hotel, playa y santuarios marianos, que nunca me ha gustado demasiado, está surgiendo esta búsqueda de retiro y espiritualidad que puede dar buenos frutos mientras no se convierta en mercado y ofertas de fin de semana. Retirarse para encontrarse. Silencio para oír. Espiritualidad para superar este vuelo corto que nos deja sabor a resaca. Ojalá no sea solo una experiencia de novedad y escape del estrés por indicación médica.

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