“Unidos a la vid verdadera desde una vida en la verdad” Invitados a dar frutos
Alfredo Quintero Campoy - Alejandro Fernández Barrajón
En este domingo quinto de pascua, la liturgia de la palabra nos invita a adherirnos a Cristo desde una vida que se desarrolla en la verdad con transparencia y compromiso.
El tiempo pascual nos convoca a renovar nuestra adhesión a Jesucristo, el Señor de la vida, a llenarlos de Él para ser portadores de esperanza y de Buena Nueva. Estamos inundados de vida, desbordados de gracia. Celebremos la Pascua en el gozo interior que brota de la fidelidad. La presencia del Señor se hace fiesta entre nosotros. ¡Aleluya!
El apóstol san Pablo, en la primera lectura, se ve exigido a ganarse la confianza de la comunidad primitiva y de los apóstoles en razón de que su fama de perseguidor no se iba a quitar de la noche a la mañana, su adhesión a Cristo tiene que ser testimoniada para que la comunidad cristiana lo pueda acoger en su seno. Una vez acogido en la comunidad por intercesión de Bernabé, quien es un testimonio acreditado ante la comunidad y, por esa razón, se le da la confianza a Pablo para participar con la comunidad cristiana y con los apóstoles. Después de este paso, Pablo podrá entrar y salir abiertamente de la comunidad y predicar con libertad a Cristo con el apoyo mismo de la misma comunidad, quienes después lo liberaran del asedio de los helenistas que lo quieren obstruir y acabar, entonces la misma comunidad de los discípulos lo liberará por Cesárea hacia Tarso.
El tiempo pascual nos convoca a renovar nuestra adhesión a Jesucristo, el Señor de la vida, a llenarlos de Él para ser portadores de esperanza y de Buena Nueva. Estamos inundados de vida, desbordados de gracia. Celebremos la Pascua en el gozo interior que brota de la fidelidad. La presencia del Señor se hace fiesta entre nosotros. ¡Aleluya!
Esto nos deja muy claro que nuestra adhesión a Cristo exige paciencia en circunstancias adversas cuando las cosas se dificultad pero, una vez que superarnos la dificultad, nos vemos con la fortaleza y apoyo para seguir con nuestra misión en medio de situaciones que debemos sortear y que, en muchas de ellas, hay una resistencia o dificultad para que se lleve a cabo la obra de Dios; pero debemos seguir adelante para que se lleve a cabo. En la lectura de la primera carta del apóstol Juan y en el evangelio vemos la importancia ineludible de estar adheridos a Cristo. Él es la verdad y nuestra vida debe ser una continua adhesión a la verdad desde el corazón.
Estamos invitados, desde el Evangelio, a dar frutos, a ser fecundos en nuestro caminar creyente al lado de nuestros hermanos. La fecundidad sólo será posible desde la fidelidad. Unidos al tronco de la vida, como sarmientos que se alimentan de la savia de Cristo, seremos capaces de germinar, de florecer, de regalar frutos abundantes. Lejos de Dios somos proyectos frustrados, apenas esbozos que no llegan a ser, deseos que nunca acaban de hacerse realidad. Pero unidos a Cristo, el Señor, permaneciendo en sus palabras, dispuestos a la poda dolorosa, pero fecunda, que supone renunciar a nuestras ataduras y dependencias, a nuestras desilusiones y cansancios, daremos fruto abundante en favor de los hermanos.
Las apariencias o los discursos superficiales y falta de compromiso no nos llevan a la adhesión vital con Cristo. La comunidad de bautizados damos fruto cuando nuestra vida transita en la fuerza de la verdad. Una verdad que purifica y fortalece; que es capaz de quitar la mentira, el engaño, lo oscuro, lo podrido porque la verdad busca hacernos fuertes y siempre libres. Cuando las mentiras y engaños se van adueñando de nuestras personas y nuestros grupos de personas vamos rodeándonos de una oscuridad que nos va haciendo presa y que, tarde o temprano, sucumbirá porque Cristo no entra en esos juegos. Cuando prevalece el ansia de poder, de prestigio, de búsqueda de seguridades y privilegios, de clericalismos trasnochados, el fruto se hace escaso y la necesidad de una poda parece evidente.
Nada tan triste como un proyecto truncado. Nada tan desilusionante como un talento enterrado. Somos proyecto de vida y de fe desde Dios para el mundo. Que nada ni nadie apague nuestro deseo de caminar, de escalar metas hacia la cumbre de la esperanza, de poder tocar con nuestros dedos ese horizonte luminoso que Dios nos ha regalado en Jesucristo, su Hijo.
Toda rama seca que no está adherida a la verdad es cortada, echada al fuego y consumida. No hay más vitalidad que se pueda manifestar de Cristo en alguien que no quiera adherirse al mandamiento de Jesús y buscar lo que le agrada a Dios y hacerlo siempre de forma sincera y abierta.
Nuestro mundo, como Narciso pendiente de sí mismo, tiene la tentación de sentirse autosuficiente, de esbozar un camino individualista y perderse por las veredas de la seguridad material o la confianza tecnológica. Pero al final del camino sentimos de nuevo el vértigo que produce la falta de sentido, la fragilidad de nuestra condición humana, la sequedad que se deriva de nuestra complicidad con el pecado. ¿Adónde iremos, Señor? ¿Quién podrá llenar este corazón nuestro inquieto y permanente mendigo de amor? ¿Quién podrá regalarnos un puñado de sentido ante este misterio cuajado de interrogantes y de finas intuiciones que nos rodea? Sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna. Sólo él puede ofrecer savia divina a nuestros sarmientos ateridos de desamor.
En esta relación sincera y de adhesión a Cristo, que es nuestra vida verdadera, podremos vivir una oración fuerte y de gran poder.
A lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres han querido pasar por la vida haciendo el bien, como el Maestro; ofreciendo su pequeña luz, como luciérnagas en la noche oscura del mundo. Hombres y mujeres de fe, henchidos de coherencia, que han sabido dar frutos abundantes a la humanidad por su adhesión incondicional a Cristo.
Tanto la segunda lectura como el evangelio nos refieren que nuestra oración de petición se hace tan fuerte que podemos pedir a Dios confiadamente de que obtendremos aquello que le pedimos y lo obtendremos en abundancia.
La vid y los sarmientos (Brotes de olivo)
Yo soy la vid verdadera, soy viñador. A quienes viven conmigo, les tengo amor.
El sarmiento da fruto unido a la vid, si tú vives conmigo, yo viviré en ti.
Si te vas de mí, nada haré por ti, al vivir en mí, yo seré de ti.
Como el Padre me ama, os amo yo. Si guardas mis mandamientos, vives mi amor.
Como guardo el mandato que a mí se me dio, permanezco en el Padre, yo vivo en su amor.
Tú serás feliz al vivir en mí, tú tendrás mi amor al vivir en Dios.
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