Una generación de jóvenes hiperprotegidos, narcisistas e insolidarios Jóvenes sin futuro. ¿Qué podemos esperar?
¿Cuál será nuestro futuro en estas circunstancias?
Hace ya muchos años que los psicólogos y formadores venimos advirtiendo de una educación equivocada. centrada más en función del éxito inmediato que para enfrentarse a los problemas reales para solucionarlos desde los instrumentos adquiridos. Una educación para la felicidad inmediata e incondicional que no puede traer buenos frutos. No se dan instrumentos sino soluciones. No se dan cañas sino peces.
Jóvenes, educados para ser los primeros en el escalafón de la sociedad pero no en la excelencia que produce el esfuerzo personal.
Jóvenes, educados, con la complicidad de la publicidad, para el logro de muchas cosas materiales y poco preparados para el fracaso económico que puede llegar.
Jóvenes, buscando con quién hacer el amor cada fin de semana pero incapacitados para amar y descolocados para afrontar un fracaso amoroso.
Jóvenes, ávidos de amor pero incapaces de mantener un vínculo matrimonial.
Jóvenes, alimentados para el disfrute de los sentidos y no para el sacrificio que supone la conquista de las cosas.
Jóvenes, con muchos recursos materiales y pocos valores que terminan en violaciones en manada, agresivos con la comunidad LGTBI, como estamos viendo estos días, raperos, insultones y maleducados y envueltos en sesiones de alcohol y botellón a alta horas de la noche.
Claro que, felizmente, no son todos los jóvenes iguales, de lo contrario el futuro que nos aguarda sería estremecedor.
En estos días, las noticias insisten en la falta de responsabilidad de muchos jóvenes, a la hora de sociabilizar, que está propiciando repuntes en el Coronavirus muy preocupantes para toda la población. Y los mismos jóvenes ven esto, en sus expresiones como con en sus comportamientos, como algo insustancial. “Necesitamos divertirnos”, afirman sin pudor ante las cámaras, mientras bailan o consumen alcohol de manera pública y sin mascarillas de seguridad. Una falta de conciencia social de la que podemos esperar lo peor. Suben los contagios y los índices de incidencia y las UVIS comienzan a entubar a gente cada vez más joven.
De aquellos barros vienen estos lodos. Una juventud sin conciencia social, centrada en sí misma e hiperprotegida, a la que todo se lo han dado hecho, es un buen caldo de cultivo para el virus de la indiferencia y la irresponsabilidad. Sólo por ello, la jefa de estudios del instituto de los jóvenes confinados en Mallorca, decía: “Os vais a Mallorca en busca del Coronavirus después, de que durante meses, en el instituto, nos hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras familias”. Pero ¿qué más da lo que diga la Jefa de estudios? Los jóvenes querían divertirse por encima de todo.
Todo esto hará que las autoridades se vean obligadas a dar marcha atrás en la desescalada, después de más de 80.000 muertos en España, y muchos pequeños y medianos empresarios se arruinen aún más. Porque los jóvenes quieren divertirse. Ver jóvenes bebiendo en la calle, sin mascarillas y sin guardar la distancia social es una conducta propia de delincuentes de los que podemos esperar muy poco. Todos hemos sido jóvenes y nos ha gustado la fiesta y la diversión pero creo que nunca fuimos tan irresponsables como estos jóvenes de ahora. En algún tiempo nos empeñamos, porque era muy progre, en suprimir la clase de Religión y apartar de la escuela los valores religiosos que siempre habían pervivido en nuestras familias y formaban parte del legado social y religioso de nuestra cultura occidental. Y echamos a Dios de la escuela y de la vida pública porque estorbaba a nuestros planes modernos y avanzados. Y la siembra que estamos recogiendo, en la actualidad, tiene más de agrazones que de trigo. Y seguimos persistiendo en el error. Nos hace falta una vacuna, que hace tiempo fue descubierta: la vacuna contra los “niños bien”, contra los maleducados y convencidos de que el mundo les debe algo. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato, si, además, el gato puede votar?