"Es el momento de renovarse o morir" La fiesta de La Merced o de la libertad
"Si creemos firmemente en la vida religiosa ha llegado el momento de sacudirnos la modorra"
"Que los jóvenes se muestren indiferentes ante nuestra opción religiosa no puede ser una cuestión baladí"
"El individualismo, tan valorado en nuestra sociedad, se abre paso también en nuestras comunidades rompiendo esa sensación tan agradable de unidad, de proyecto en común, de fraternidad"
"El individualismo, tan valorado en nuestra sociedad, se abre paso también en nuestras comunidades rompiendo esa sensación tan agradable de unidad, de proyecto en común, de fraternidad"
La vida religiosa que queremos para el siglo XXI
La crisis de la vida religiosa hoy. El momento actual que nos ha tocado vivir tiene mucho de apasionante. En medio de la paradoja del progreso percibimos lagunas inmensas de inhumanidad que nos hieren el alma. Una sensación agridulce se va abriendo paso entre nosotros. La disminución vocacional en Europa es preocupante. Hay muy poca demanda desde fuera hacia la vida religiosa y, lo que es más preocupante aún, no sabemos regalar una oferta atractiva desde dentro que cautive a los jóvenes y los entusiasme por el Evangelio. Es la radiografía rápida de una sociedad que camina muy deprisa pero olvida el encuentro consigo misma y con los valores más auténticos que entretejen el ser de esta humanidad.
Somos los protagonistas de esta historia. Y en medio de esta realidad, estamos nosotros. Es momento de renovarse o de morir. Si creemos firmemente en la vida religiosa ha llegado el momento de sacudirnos la modorra y caminar con paso firme y decidido hacia una renovación profunda. La vida religiosa sigue siendo hoy una valiosa opción carismática. Si ha sido capaz de perdurar en la Iglesia con tanto vigor ha sido por su capacidad de adaptación y renovación, por su actitud de escucha y disponibilidad a los signos de los tiempos y lo es porque guarda mucho mordiente en su vida.
Hay valores permanentes de la Vida religiosa que no pueden cambiar jamás porque brotan del mismo evangelio y subrayan la consagración especial de los religiosos; pero otras muchas circunstancias han de ser revisadas. Que los jóvenes se muestren indiferentes ante nuestra opción religiosa no puede ser una cuestión baladí; tiene que interpelarnos y empujarnos por dentro. Estamos en tiempo de discernimiento para entresacar la cizaña del grano y ofrecer a la sociedad y a la iglesia un estilo de vida atractivo y valiente, sin concesiones absurdas que nos alejan de la realidad.
Estamos en entredicho
Estamos empezando a aceptar nuestra condición de “raros” en medio del común de las gentes. Optar por la vida religiosa hoy es una opción extraña, en muchos casos sospechosa. Hemos pasado en Europa de ser considerados un prestigio social a ser mirados con recelo. ¡Cuántos padres se oponen violentamente a la vocación de sus hijos porque no es para ellos una expectativa de futuro atractiva! Estamos cuestionados desde fuera y desde dentro.
Desde fuera: percibimos una imagen distorsionada e interesada en los medios de comunicación social. Las mismas familias contemplan con preocupación y fastidio la posible opción de alguno de sus hijos e hijas a la vida religiosa. Hay un ambiente social adverso hacia los religiosos más allá de su trabajo carismático cuando tiene una implicación fuertemente social.
Desde dentro: Hay síntomas preocupantes de aburguesamiento y acomodación. El individualismo, tan valorado en nuestra sociedad, se abre paso también en nuestras comunidades rompiendo esa sensación tan agradable de unidad, de proyecto en común, de fraternidad. El valor de la entrega y del sacrificio por los otros va cediendo paso al valor de la autorrealización personal que muchas veces no tiene nada que ver con el estilo del Evangelio.
Algunos jóvenes, apenas recién ordenados, acaban abandonando la vida religiosa, por motivos muy diversos pero, en cualquier caso, interpelantes. En fin, hay signos preocupantes de que la vida religiosa necesita una conversión a Jesucristo y una revisión profunda de sus esquemas que impida un anquilosamiento peligroso que le niegue su propia razón de ser.
¿Qué vida religiosa queremos para siglo XXI?
Hay pilares maestros, de hoy y de siempre, que están sosteniendo la vida religiosa y tienen que seguir siendo motores del dinamismo interno de los religiosos. Me atrevo a sugerir estos:
1.- La vida fraterna, cimentada en un profundo afecto humano que posibilite un encuentro profundo desde un diálogo fluido.
2.- La celebración y la oración compartidas.
3.-El trabajo como donación y entrega. La redención mercedaria tiene mucho que ver con esta dimensión.
4.-El proyecto común abrazado por todos como meta de los propios proyectos individuales. Es el proyecto expresado en las constituciones, que ha de ser revisado y cuestionado cada día por todos en orden a dotarlo de mayores posibilidades de fidelidad, pero a la vez abrazado y asumido por todos como esqueleto fundante de nuestro ser y quehacer.
El nuevo religioso en la Iglesia
¿Cómo vivir esta aventura en la iglesia sin diluirse? Considero que el nuevo religioso del siglo XXI tendrá que reunir una serie de características que le hagan sintonizar con su tiempo y a la vez con los valores más genuinos del Evangelio. Tal vez lo religiosos del siglo XXI serán:
-Contestatarios frente a una sociedad consumista.
-Expertos en humanidad: cultivo de las relaciones humanas gratuitas.
-Creadores de espacios de solidaridad (somos la primera ONG).
-Promotores de esperanza: pobres, enfermos, marginales, enganchados..
-Testigos de un valor superior: transcendencia.
Nos acechan muchos desafíos
En esta tarea nos acechan muchos peligros como sucede en todo aquello que merece la pena y aporta algo importante a la sociedad y a la Iglesia. Me atrevo a sugerir algunos para tenerlos a la vista, no sea que nos paralicen sin apenas darnos cuenta. Sólo podemos evitar los peligros cuando sabemos de dónde nos vienen.
-La oración como un rito individual al margen de la vida.
-La cultura como un privilegio en lugar de ser don.
-La comunidad como una seguridad en vez de cómo un ambiente de afecto.
-La riqueza como un fin en lugar de ser un medio.
-La evasión como una obsesión y no como un descanso.
-El hedonismo como un modo de vida que destruye mi disponibilidad.
-El proyecto personal al margen o enfrentado al proyecto común.
-Mi realización personal enfrentada a los valores del Evangelio.
-Mis afectos personalizados en lugar de ser socializados.
-El ruido como refugio frente al silencio como interrogante.
Nos empujan muchas esperanzas
Y a pesar de todo yo creo profundamente en la vida religiosa. Precisamente en nuestros tiempos la vida religiosa está llamada más que nunca a ser signo del Reino, piso piloto del Reino. Como levadura en medio de la masa, como luz en la oscuridad, como oferta generosa en medio de tantas ofertas interesadas. Allí donde haya una comunidad auténtica surgirá una pregunta inmediata, se interpelará a la sociedad, se denunciará un estilo de vida caduco y falto de esperanza. Precisamente la vida religiosa tiene como misión ser presencia de Dios en medio de la ausencia, ser experta en humanidad en medio de la despersonalización, ser signo de un tiempo nuevo allí donde los hombres han optado por el conformismo. Este es el reto de la vida religiosa hoy, de cada uno de nosotros. Por eso es importante no acabar siendo unos de tantos... tenemos que ser por encima de todo nosotros mismos, definidos, auténticos, distintos, sugerentes...
Si somos mercedarios, pues a serlo
¿Y cómo se hace eso? ¿No es demasiado complicado ser religioso hoy? Pues simplemente se trata de serlo; de no disfrazar nuestro estilo de vida contemporizando con aquellos que nos rodean. Nuestra vocación de consagrados tiene sus exigencias y sus conquistas, sus apuestas y sus límites. Si la vida religiosa hoy no resulta atractiva y apasionante no es por culpa de los de fuera, sino por los religiosos que no sabemos transmitir desde nuestra autenticidad un estilo de vida evangélico y convincente.
La vida religiosa es un camino y sólo se avanza caminando. No hay lugar para el cansancio, para la desgana, para la rutina. Estamos llamados a ser signo del Reino, levadura, luz, sal de la tierra. Somos “piso piloto del Reino”. ¿Para que servirá la sal si se vuelve sosa? ¿Para qué servirá un religioso acomodado, que no es profeta de nada ni signo de nada, sino más bien peso inútil en esta barca de la utopía? No importa que seamos muchos o pocos. Lo que importa es que seamos.
Algunos interrogantes:
-¿Qué demandan de los religiosos hoy la sociedad y la iglesia?
-¿Qué aportamos de original a la iglesia y a la sociedad?
-¿Cómo vivimos esta crisis de la vida religiosa en nuestras comunidades?
-¿Cuáles son los peligros que nos afectan más directamente?
-¿Cuáles son las esperanzas que nos motivan en nuestra consagración?
-¿Qué dicen los jóvenes de nosotros?
Nuestro compromiso carismático en la iglesia ¿cuál es?
Desde nuestra historia. Durante la historia, nuestra Orden ha mantenido una actitud constante de preocupación por los cautivos y de liberación. Esta identidad redentora ha sido siempre, incluso en momentos de difuminación carismática, su motor más firme y su espiritualidad más rica.
La transformación de laical en clerical, que, sin duda, fue uno de los momentos más críticos en la consolidación de su personalidad actual no supuso un cambio de acción carismática, más bien afianzó su conciencia redentora. La aventura misionera en el siglo XVI, en ambiente incluso de permisividad y admisión de la situación esclavista, la Orden mantiene vivo su espíritu redentor y su conciencia de ser enviada allí donde peligra la fe.
La abolición de la esclavitud (Tratado de Washinton, 1862 y Declaración Universal de los Derechos del Hombre, 1948) pudo ser un momento de crisis de identidad de la propia Orden en cuanto que parecía resuelto, al menos jurídicamente, el tema de la esclavitud. Sin embargo la Orden empieza a tomar conciencia de las nuevas cautividades y se siente igualmente convocada a ser redentora en otras circunstancias de la vida donde el hombre no se siente enteramente libre, más allá del cuerpo, y su fe se tambalea.
El siglo XIX, sobre todo, genera una corriente de simpatía hacia movimientos liberadores y emancipadores, tal vez influenciados por el nuevo concepto de libertad que impone como un valor supremo la mentalidad romántica europea de la primera mitad del siglo XIX. De ahí surgen, en gran medida, los nacionalismos, los grandes movimientos emancipadores de América. La libertad individual y social se convierte en la consigna suprema de la reflexión literaria y filosófica. El nacimiento de la Psicología como ciencia tiene mucho que ver con este deseo del hombre de liberarse por entero, no solo de su entorno social y económico, sino también de sí mismo, de las propias ataduras psicológicas que van determinando su propio camino y condicionando su libertad.
El concilio Vaticano II ha rescatado de nuevo la reflexión sobre las grandes cautividades humanas, fruto del pecado, para ofrecer un cauce de salvación y de esperanza desde Jesucristo, el Redentor, a todos los hombres de buena voluntad.
La Orden recoge la invitación conciliar y se prepara para un largo y fructífero discernimiento que pretende descubrir cuáles son las nuevas formas de cautividad para consagrase a ellas siguiendo el más puro estilo liberador de Pedro Nolasco. El mismo concilio invita a todas las órdenes religiosas a recuperar el carisma original como expresión de fidelidad y de servicio a la Iglesia.
Por tanto parece evidente que la preocupación redentora recorre todas las venas de la historia mercedaria, dando color y calor a su propio quehacer en la iglesia como grupo carismático.
Desde nuestras Constituciones. Las normas de la Orden han recogido desde siempre esta tarea redentora hasta convertirla en norma de vida para cada uno de los religiosos.
Nuestras constituciones actuales se atreven, incluso, a formular cuáles son las notas características que configuran las cautividades actuales y que deben ser recogidas por la Orden como parte esencial de su misión. Estamos aterrizando ya después de un largo viaje de reflexión. Nuestras Constituciones expresan con toda claridad las condiciones que han de reunir las cautividades que forman parte de nuestro compromiso mercedario en el número 16:
1.- Opresora y degradante de la persona humana.
2.- Nace de principios y sistemas opuestos al Evangelio
3.- Pone en peligro la fe de los cristianos.
4.- Ofrece posibilidades de ayudar, visitar y redimir.
Desde nuestros compromisos capitulares. La reflexión de muchos de los últimos capítulos provinciales y generales quieren ir todavía más lejos, en su deseo de concretar nuestro compromiso redentor más allá de las palabras y de la propia espiritualidad que necesita encarnarse para llenarse de sentido. Comienza a hablarse de una obra redentora común.
El objetivo general de la Orden, desde las programaciones generales, nos dice textualmente: “La Orden, a todos los niveles, vive la identidad mercedaria con fidelidad creativa al carisma, destinando personas y recursos materiales a la misión redentora que se concreta en una obra redentora común, en la cual se encarna nuestro cuarto voto, y en obras carismáticas como respuesta a las nuevas formas de cautividad para ser hombres libres identificados con Cristo Redentor”
Por lo tanto, parece que estamos ya en un momento de puesta en marcha. Disponemos de un hermoso material de reflexión, de espiritualidad, de deseos formulados en compromisos capitulares diversos, y se hace necesario llenar de nombres propios y de gestos materiales todos estos buenos deseos formulados.
Acción pastoral y acción carismática. El debate suscitado en nuestras comunidades y asambleas sobre el compromiso mercedario redentor al que hemos de dedicar nuestras mejores energías se ve frecuentemente cuestionado por nuestras propias actividades pastorales.
Da la impresión de que optar por una obra redentora más carismática supone enfrentarse a un viejo dilema: o bien tendremos que abandonar otras obras pastorales en las que nos estamos realizando como religiosos y que suponen muchas veces nuestro medio más común de vida, o tendremos que ir adornando de carismático todo lo que hacemos para justificar nuestra propia identidad mercedaria en el entorno que nos rodea y tranquilizar así nuestra propia conciencia. Pero yo creo que este dilema es absurdo y no nos conduce a ningún sitio. Optar por una obra carismática más específica, en consonancia con la exigencia de nuestras constituciones, no tiene por qué suponer abandonar otras actividades pastorales que descubrimos como importantes en nuestro servicio a la iglesia; eso sí, sabiendo que no son la prioridad esencial de la Merced y que no pueden ocupar la dedicación mayoritaria de nuestros religiosos porque a la larga supondrá un empobrecimiento carismático y acabaremos perdiendo nuestra razón de ser, nuestra identidad.
Tal vez sea importante que mantengamos colegios y parroquias sobre todo allí donde la necesidad de la iglesia nos lo demande; pero no podemos contentarnos pensando que el carisma redentor de San Pedro Nolasco era la educación o la pastoral diocesana. Junto a esto se hace necesario dar pasos firmes para no perder la misión más genuina que nos legó nuestro fundador y que ha mantenido viva la Orden a lo largo de la historia hasta nuestros días.
Una comunidad, de forma individual, puede optar en un momento determinado por la enseñanza, pero la Orden como tal no puede optar por la enseñanza, ni siquiera en clave liberadora, a no ser forzando el carisma de la merced hasta reducirlo a su mínima expresión. Hay otras muchas cautividades, muy semejantes a aquella del siglo XIII, que gritan y exigen la presencia mercedaria y trinitaria antes que ninguna otra. Toda obra carismática es sin duda pastoral. Pertenece por esencia a la misión de la Iglesia. Pero toda obra pastoral no es necesariamente carismática. El espíritu no ha suscitado en nuestros fundadores una Orden religiosa para trabajar de forma indiscriminada en la iglesia; ha inspirado la fundación de nuestra Orden para remediar una situación dramática puntual, concreta y necesitada de especialización. La simbología del cuerpo de San Pablo puede ayudarnos a entender la variedad y la riqueza de la iglesia, la aportación específica de cada miembro y la necesidad de que cada uno haga sobre todo aquello que le corresponde; no sea que todos queramos ser cabezas o manos y resultemos un cuerpo descoordinado y a la postre, paralítico.
El problema de diluirnos en una pastoral general
Somos especialistas de la libertad por deseo del Espíritu. Nuestro compromiso en la Iglesia, que es indiscutible, no puede pasar por el todo vale. La iglesia nos quiere en fidelidad a nuestro propio carisma; respeta nuestra especificidad y nos anima a renovar nuestro compromiso originario. Habiendo, como hay, tantas cautividades sería una lástima que nos dedicásemos a todo menos a lo nuestro y dejáramos sin atender el campo de las nuevas cautividades que la iglesia y la Orden nos encomiendan, ocupados en enseñar, en sacramentalizar o en atender a los enfermos de la sociedad. El Espíritu ya ha pensado en alguien que esté disponible para atender estas necesidades de la iglesia.
Algunos interrogantes:
-¿Nuestra actividad redentora ha de ser más concreta y vinculante?
-¿Somos mercedarios en virtud de nuestra consagración o de nuestra acción redentora?
-El binomio pastoral-actividad redentora, ¿se complementa? ¿se opone? ¿es
lo mismo?
-¿Estamos suficientemente concienciados de nuestra misión redentora?
-¿Disponemos de suficientes materiales de reflexión mercedaria?
-¿Hay mucha distancia entre lo que asumimos en los compromisos capitulares y
la realización práctica de ellos?
Análisis del momento presente
El momento que vivimos es, sin duda, apasionante. Lleno de luces y de sombras como nos recordaba el Concilio. Entre el vértigo y el éxtasis como ha señalado magistralmente nuestro hermano Alfonso López Quintás. Junto a los avances más inauditos en la ciencia y en la técnica encontramos las heridas más inhumanas que hacen sangrar a la humanidad hasta convertirla en despojo. La vida, nuestro tiempo, es fundamentalmente paradoja. Este tiempo llamado de las libertades está herido de cautividad por los cuatro costados.
La economía no está al servicio de los hombres sino al servicio de sí misma, en un momento en que sobra de todo en la tierra y hemos conseguido avances impresionantes para producir más y mejor. Dos tercios de la humanidad sufre el hambre. De ahí la urgencia jubilar de solicitar la condonación de la deuda externa. No hay futuro sin posibilidad de comenzar de nuevo para muchos países.
La política no está al servicio de la paz y de las relaciones fraternas entre todos los seres humanos. Priman los intereses partidistas y exclusivistas.
Las ciencias se utilizan para el beneficio de unos pocos a costa de muchos. Las multinacionales farmacéuticas no están dispuestas a rebajar sus precios para el tercer mundo aunque tienen posibilidades sobradas para hacer llegar sus descubrimientos a los países más pobres.
La cultura se ha convertido en un privilegio más que en un medio de promoción social y de humanización de la tierra. La universidad produce especialistas que viven a costa de los analfabetos en condiciones de desigualdad escandalosas.
Nunca como hoy, es verdad, se ha hablado tanto de los derechos humanos y de las libertades del hombre. Es de justicia reconocer el avance tan significativo que ha supuesto la democracia y los acuerdos internacionales para proteger los derechos humanos. Pero también es de justicia señalar que sigue habiendo parcelas muy extensas de la humanidad que aún no saben qué significa eso realmente más allá de los papeles.
También en medio de este mal llamado Primer Mundo, atiborrado de riquezas y posibilidades, se arrastra un mundo de marginación y miseria, de cautividades escandalosas que merece una consideración muy especial en la reflexión de todos cuantos nos llamamos mercedarios; es decir liberadores. No es moralmente admisible que una buena parte de la humanidad invierta cantidades astronómicas en despojarse de las calorías que les sobran mientras mueren dos partes de la humanidad por falta de esas mismas calorías. Nuestro mundo está herido en su humanidad, cautivo en sus posibilidades, amenazado de desesperanza y puede fácilmente perder la fe. Nuestro mundo es una parcela de cautividad.
Algunas situaciones actuales de Cautividad
-Cárceles.
-Refugiados e inmigrantes.
-Marginación en general.
-Niños de la calle.
-Drogadicción y alcoholismo.
-Mujeres maltratadas.
-Explotación sexual.
.El mercado de mujeres y niños alcanza ya cifras impensables.
.En EEUU han sido introducidas en los últimos años más de 100.000 mujeres asiáticas de forma ilegal. El 70% de ellas se encuentran prisioneras en los circuitos del sexo.
.En Europa se manejan cifras entre 250.000 y 500.000 mujeres dedicadas a la explotación sexual, provenientes de Asia, América central, África o Europa del este.
. Las tramas pedófilas están causando verdadera alarma internacional. Es frecuente encontrar cada día mas adolescentes que trabajan hasta 20 horas diarias y reciben hasta cuarenta clientes diarios. Un niño dedicado a la pedofilia es un verdadero negocio para sus explotadores que solo tienen que alimentarlo, vestirlo y alojarlo a cambio de suculentas ganancias.
-Sectas.
-Manipulación ideológica y publicitaria.
-El tercer mundo: los bloques.
-Esclavitud económica.
.En Mauritania cerca de 90.000 personas son propiedad de otras todavía hoy.
.En Sudán los musulmanes del norte hacen esclavos a los cristianos y animistas del sur y los convierten en propiedad suya.
.Casi la mitad de los niños del mundo entre cinco y diez años son trabajadores activos a tiempo completo.
.Se calculan en más de 300.000 los niños soldados en el mundo.
.Las multinacionales explotan sin escrúpulos a los niños del tercer mundo para obtener productos de calidad con mano de obra barata.
La Merced en tiempo de pandemia y de restricciones de derechos está llamada a ser propuesta de libertad evangélica.
Una libertad que es masculina y femenina por igual en la Orden. Desde siempre ellas han sido, y lo siguen siendo, alma, cabeza, corazón y manos, en la tarea liberadora. En la Merced no tenemos problemas de paridad –ellas son mucho más que los varones- ni de machismos. Los varones somos conscientes de que sin ellas La Merced no sería ella misma. Aún pervive el clericalismo, exactamente igual que en toda la Iglesia, pero será solo hasta que el Espíritu rompa nuevas fronteras para todos. Para el Espíritu no hay ningún tema cerrado.
Etiquetas