"Las aventuras culturales pueden acabar siendo espirituales" El Camino de Santiago. Un camino lleno de nombres
"Yo hice el Camino y el Camino me ha hecho a mí para siempre"
"Hacer el Camino es contemplar la vida desde otra perspectiva, o, tal vez, descubrirla en su conjunto"
"Sintiéndome peregrino y huésped de esta tierra y nunca dueño o señor de mis propios pasos"
"Sintiéndome peregrino y huésped de esta tierra y nunca dueño o señor de mis propios pasos"
¿Quién me diría a mí, aquella fría mañana en que comencé el camino de Santiago, a pie, ante la tierna mirada de la Señora de Roncesvalles, que aquel primer paso sería el comienzo de una carrera humana y espiritual que me marcaría para siempre?
Guardo aún una herida, -cicatriz ya- de aquel camino sembrado de pasos y de miradas, de encuentros y de nostalgias, de sufrimientos y de gozo contenido. Hacer el Camino es contemplar la vida desde otra perspectiva, o, tal vez, descubrirla en su conjunto, como quien mira el valle desde la cumbre apenas el amanecer se empeña en acariciar las primeras nubes.
Lo que prometía ser una aventura juvenil y un reto personal, acabó siendo una experiencia de Dios y un espacio para el encuentro más profundo. A lo largo del camino se cruzaron mil miradas, se estrecharon muchas manos y subieron hacia lo alto incontables oraciones que brotaban espontáneamente, como el canto de los pájaros al amanecer.
Si fui capaz de recorrer 800 kilómetros a pie, también fui capaz de sentir que una fuerza misteriosa y divina recorría mis adentros para empujarme a vivir la vida desde otra perspectiva, sintiéndome peregrino y huésped de esta tierra y nunca dueño o señor de mis propios pasos.
"Lo que prometía ser una aventura juvenil y un reto personal, acabó siendo una experiencia de Dios"
Yo hice el Camino, y el Camino me hizo a mí más humano, más humilde, más dispuesto para conquistar el último horizonte, el de cada jornada, el de las torres de Compostela, el que dibuja el arco iris después de la tormenta.
Fue un camino, y aún lo sigue siendo, lleno de nombres. Hombres y mujeres desconocidos que pasaron a ser míos – y ojalá yo lo fuera suyo- y llenaron un instante, un vacío, y miniaron un capítulo de mi vida. De ellos aprendí que la solidaridad no es un término abstracto y que las aventuras culturales pueden terminar siendo espirituales.
Nada hay tan intenso y tan enriquecedor como compartir serenamente la vida y todo lo que la vida nos va deparando en los recodos escondidos del camino. Miro atrás, o hacia dentro, y descubro que el Camino de Santiago ha conseguido ser orfebre nuevo de mis sentimientos y despertar en mí sensaciones nunca vividas. La Vía Láctea se ha convertido en camino luminoso en mis adentros hasta descubrir el único Camino, el que nos conduce hacia el Padre.
El Camino es un libro de pasos donde está escrita con letras de sudor la vida de muchos hombres y mujeres que, antes que yo, se atrevieron a ponerse a la escucha, a preguntarse por el misterio, y se respondieron caminando.
El Camino me ha enseñado a caminar, a no detenerme más de lo necesario, a descubrir que sólo contemplando el horizonte se llenan de luz los sinsabores de cada etapa, el cansancio y el hambre, los dolores y las noches de fiebre. Estancarnos es morir, negarnos a avanzar es renunciar al gozo de contemplar las torres de Santiago. La tentación más grande del peregrino, del hombre, es renunciar a conquistar horizontes nuevos, sucumbir ante el cansancio, o, peor, aún, querer desandar el camino y retroceder. Pero el pasado ya no existe y sólo un presente empujado, habitado y encendido puede llenarnos por dentro de sentido.
El Camino me ha enseñado a mirar con ojos de hijo cuando la tarde se echa encima como una amenaza. Tal vez recordando aquellos momentos de la niñez en que me escondía en el regazo de mi madre con la absoluta seguridad de que nada malo podría ocurrirme. El Camino y sus encrucijadas me ha hecho descubrir la fragilidad de ser hombre y la necesidad de una Madre que mira, acoge y te regala su Merced. María ha llenado de luz el Camino y su presencia en cientos de ermitas y corazones se deja ver con total claridad cuando miras con ojos de peregrino.
El camino me ha enseñado la virtud de la pobreza. El peregrino descubre que su mochila sólo debe llevar lo imprescindible: una muda, un libro, y mucha esperanza. Llenar la mochila de cosas, como la vida, es una amenaza para uno mismo. ¡Cómo he visto llorar de impotencia a algunos peregrinos, vencidos por el peso de su propia mochila! Apostar por lo material es un suicidio lamentable.
"La tentación más grande del peregrino, del hombre, es renunciar a conquistar horizontes nuevos, sucumbir ante el cansancio"
El Camino me ha enseñado a caminar acompañado. Me he perdido siempre que he querido caminar solo. Necesitamos de los otros para llenar el camino de calor y de afecto, de cercanía y de perdón. El auténtico peregrino va entrelazando su vida con las vidas de todos los peregrinos que asoman en su sendero, con un gesto, con una mirada, con una súplica, con un sufrimiento para compartir.
El Camino me ha enseñado a confiar en lo alto. Cuando faltan las fuerzas, cuando asoma la tentación de abandonar, cuando la fiebre amenaza en cualquier descampado en medio de la noche, siempre hay una estrella que brilla más y un difuminado de luz que asoma en el horizonte anunciando el día. Las fuentes te regalan el agua, el cielo sus amaneceres, las gentes su sonrisa, los árboles su sombra… ¡Todo es un regalo permanente para que descubras a un Dios providente que no te abandona si siquiera en el silencio más brutal!
El Camino me ha enseñado a comenzar. Una vez que el peregrino llega a Santiago y contempla la mirada del apóstol, lo que era la meta se convierte en lanzadera. El apóstol te dice que él no es la meta, que hay que seguir el camino más allá de Santiago, que es el tiempo de comenzar el auténtico camino, el interior, el más profundo y tal vez por eso el más hiriente. El camino que te lleva desde ti hacia los otros, desde tus seguridades al abandono en manos de Dios, desde tus desgracias hasta las heridas de la humanidad que gritan. El camino auténtico tiene mucho de aguijón y de lenitivo, de pregunta y de respuesta.
Ahora que todo ha pasado y puedo contemplar el Camino en su totalidad, ahora que he sumado tantos pasos para conquistar un ideal, ahora que me siento peregrino con la mochila llena de nombres y de amor, puedo valorar y agradecer el don del Camino. No sólo yo he hecho el Camino, el Camino me ha hecho a mí. El Camino me debe mil pasos a mí -es verdad- pero yo le debo al camino el paso más decisivo de mi vida.
Ahora que la cotidianidad pretende envolverme de nuevo con sus manos vulgares y monótonas, y los escaparates me ofrecen un camino sin pasos; ahora que el ritmo atroz de los días quiere imponerme una melodía de ruidos y de agendas emborronadas; ahora que soplan los vientos del tener, como una mochila atiborrada de pesos inútiles; precisamente ahora, quiero asomarme de nuevo al camino recorrido, entre cárcavas y barrancos, para reconocer, con la evidencia que impone la luz del mediodía, que sólo hay un Camino, que Cristo es el Camino, y todo lo demás son sendas, pequeñas, tortuosas y desviadas, que acaban por perderme en el descampado de la noche. Yo hice el camino y el Camino me ha hecho a mí para siempre.
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