Ante la Pascua solo cabe la esperanza L a desesperanza acecha por doquier

 Alfredo Quintero Campoy - Alejandro Fernández Barrajón

Emaús
Emaús Alejandro Fernández Barrajón

En medio del dolor y la confusión, Jesús reaviva nuestra esperanza en la comunión. El evangelio de Lucas de este domingo tercero de pascua nos sitúa en una experiencia que nos parece familiar a lo que vivimos como seres humanos. En muchas ocasiones en nuestra vida se presentan situaciones que nos desconciertan y rompen nuestras esperanzas, en esos momentos sentimos que ya nada tiene sentido y decidimos echar marcha atrás en nuestros proyectos o, simplemente, no seguir adelante en eso que teníamos ilusión.

  En esos momentos de inseguridad y amargura surge la tentación de dejarlo todo. Por eso los de Emaús  decidieron abandonar la comunidad de Jerusalén y seguir un camino individualista y personal. Pero Jesús les sale al encuentro. Nos sale al encuentro cada día cuando nos empeñamos en caminar lejos de Él y de su comunidad. Y en el encuentro se van calentando los corazones y las esperanzas. Es el desencuentro el que nos mata, el que nos aleja de los hermanos, el que nos hace estar “de vuelta” de todo.

 Sin embargo, cuando estamos en el camino verdadero de la vida y aunque tengamos la experiencia de que sucumbimos, es ahí donde se hace necesario descubrir el rostro de Dios y su voz que nos habla para iluminarnos en el camino de la fe y desde esa fe entender los acontecimientos de nuestra vida. Ya lo dirá Jesús: “No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios”. Los discípulos de Emaús le abren espacio a Jesús en su caminar, escuchan su voz y dejan que su palabra les penetren el corazón cuando les explica las escrituras, ¿Quién mejor que Jesús para explicar desde las escrituras los acontecimientos que Dios ya tenía dispuestos y que fueron anunciados por los profetas, Moisés y los salmos?

Y de la decepción primera surge la esperanza. Encontrarse con Jesús significa abrirse a la novedad, encontrar sentido a los pasos inútiles que vamos sumando. Y esta seguridad de tener a Jesús les hace volver de nuevo a la comunidad de Jerusalén. Es necesario compartir esta grata experiencia con los hermanos. Aquí se llena de sentido la Iglesia. La fe se hace comunitaria, la confesión del nombre de Jesús no puede esconderse en la intimidad como si fuera una cuestión privada.

 Desde ese entendimiento y explicación los discípulos reciben un alimento para su fe que estaba decaída y, por lo tanto, con el ánimo venido a menos. Jesús revive en ellos un espíritu fuerte en la fe que los hace volver a la comunidad. Hay un cambio en ellos para vivir la comunión con el resto de los discípulos que han sido testigos de la resurrección de Jesús. Tenemos que dejar que Dios toque nuestros corazones, encienda en ellos su fuego, que todo lo purifica y lo santifica, para experimentar un cambio profundo que nos haga corregir el camino equivocado que nos aleja de la comunidad. ¡Cuántos se alejan hoy de la comunidad porque no dejan espacio a la palabra de Jesús que les ilumina! Sobre todo en estos tiempos en los que con razones entendibles se busca justificar el distanciamiento de la comunidad  y se nos olvida la importancia de abrir corazón, los oídos y la mirada al calor que emana de Jesús y nos hace sentirnos amados y su palabra que nos explica para entender el acontecimiento histórico que vivimos.

  Hay muchos cristianos en nuestro días que “están de vuelta”, que han renunciado a las exigencias de su propio bautismo; tal vez decepcionados, como los de Emaús, porque no ven demasiado claro. Pero seguir a Jesús no es cuestión de claridades y seguridades sino de confesión de la fe y apuesta por la comunidad. No somos cristianos para tenerlo todo más seguro sino para abrazar la inseguridad de los testigos que creen contra toda esperanza y no necesitan ver y tocar, como Tomás, para reconocer al Señor presente en la vida y en la historia.

Siempre ese Jesús que ha padecido, el que muestra las señales de los clavos en pies y manos y que quiere compartir la mesa. El sufrimiento es algo verdadero que vivimos pero que estamos llamados a superar y Jesús es el primero que nos muestra ese camino de superación ante el riesgo del dolor y sufrimiento que puede crear dispersión, separación y distanciamiento. Jesús nos revela la importancia de volvernos a congregar y a recordarnos que hacemos el camino juntos. Que él nos ha llamado a cada uno a ser familia, a vivir en hogar, a compartir la misión, a luchar por ideales comunes; nos invita a vivir en la unidad y comunión, a darle crédito a la verdad experimentada desde la fe por cada uno de los miembros de la comunidad.

Vamos buscando el sentido pleno de nuestra vida, de nuestros afectos, de nuestros trabajos. Y no siempre es fácil iluminar el momento presente que vivimos cuando percibimos  a nuestro lado soledad y amargura, decepción y cansancio. Este tiempo nuestro de las seguridades es, sin embargo, un tiempo propicio para la inseguridad interior. No tenemos más remedio que apostar por algo o por alguien. Mantenernos al margen de los retos y de los otros es como volver de nuevo decepcionados a Emaús.  Apostar sólo por nosotros y por nuestras cosas es quedarnos en la decepción para siempre.

Tenemos que superar conflictos y divisiones como nos muestra la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Muchas veces se obra por ignorancia porque no tenemos conciencia real de todos los efectos que tienen nuestros actos y que causan un profundo daño pero que lo importante es poder reconsiderar en nuestra vida y corregir, siempre la oportunidad hay que aprovecharla para reconciliarnos. Esa es un de las tareas esenciales que Jesús ha pedido a sus discípulos: Promover, ofrecer y lograr una reconciliación del hombre con Dios y entre las personas mismas. En la reconciliación deja abierta la consideración de que todos nos equivocamos pero también en la toma de conciencia de nuestras equivocaciones poder corregir para volvernos a encontrar como hermanos. Jesús se hace pan compartido con todos y recibe lo que le ofrecemos como alimento para hacer y ser  comunión.

Tenemos la posibilidad de encontrarnos entre nosotros y con Jesús. No es bueno cerrarnos al amor y al afecto; no es bueno cerrarnos al encuentro.

 El tiempo pascual que estamos viviendo es un sendero que baja hacia Emaús o sube hacia Jerusalén, hacia nuestro mundo o hacia el mundo de los otros. Con Jesús volveremos a Jerusalén porque Él nos anima con su Espíritu.

Vamos a dejarnos caldear el corazón por su Palabra, a sentirnos invitados a su mesa, dejémosle entrar en nuestras vidas y en nuestros corazones para que podamos descubrirlo vivo y resucitado. El camino recorrido hasta ahora ya está visto y bien visto, arriesguémonos a volver a Jerusalén para celebrar la novedad de la Pascua.

  ¡Qué importante es orientar nuestras miradas y acciones hacia la comunión! En esos esfuerzos hacia la comunión siempre seremos bendecidos y nos sentiremos plenos y gozosos.

Cristo
Cristo Alejandro Fernández Barrajón

 POEMA DE EMAÚS

(José Luis Martín González)

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Con perezoso paso cabizbajos y desesperanzados,

-lamentando el fracaso-

regresan apenados a Emaús,

y un tanto avergonzados.

Un peregrino extraño, se puso a caminar cabe a su vera:

-¿Qué es ese rostro huraño y esa voz lastimera,

y cuál la discusión que os altera?

-¿Ignoras qué ha pasado aquí, en Jerusalén, en estos días?

¿Cómo han crucificado, entre mil villanías,

al profeta Jesús, nuestro Mesías?

-"¡Qué torpes en creer cuanto dicen las santas Escrituras:

cómo iba a padecer la cruz y sus torturas,

para entrar en su gloria en las alturas!"

-¡Ya hemos llegado a casa, ya se acabó, por fin, nuestro camino!

Ven con nosotros, pasa amigo peregrino,

comparte nuestro techo, pan y vino.

Sentados a la mesa, toma Jesús el pan y lo bendice;

lo parte, y ¡oh sorpresa! aquel gesto predice

que está vivo y presente, ¡el pan lo dice!

Y con su fe pascual, -que es fe viva y recién resucitada-,

con ánimo jovial, corriendo a gran zancada,

vuelven a desandar la ruta andada.

Su hondo, alegre gozo, se vio en Jerusalén centuplicado

un grito de alborozo: "¡está resucitado!

¡Se apareció a Simón, y él lo ha afirmado!

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