Podemos alentar una cutura de muerte o de vida La fecundidad, luz de esperanza ante la necesidad.

Alfredp Quintero Campoy- Alejandro Fernández Barrajón

La liturgia de la palabra de este domingo XIII del tiempo ordinario nos sitúa en un escenario de la realidad humana para iluminarla y conducirnos en la actitud que debemos adoptar desde la fe, asumiendo el estilo de vida de Jesús en la manera de responder ante las necesidades de nuestro prójimo. El mismo Jesús lo dirá de una forma muy clara:  Dios hace descender la lluvia sobre buenos y malos. Parece claro que nuestro Dios es amigo y protector de la vida. La muerte es un accidente, una consecuencia del mal y de la libertad de los seres humanos, un trámite que hay que pasar para poder disfrutar adecuadamente de la vida plena. Quedarnos atrapados en lecturas de muerte sería renunciar al horizonte de vida que Dios desea y quiere para nosotros.

En este espacio de vida en el que la humanidad se desenvuelve cotidianamente puede disfrutar de la bendición que Dios manifiesta en sus creaturas. El sol, la lluvia, las verdes plantas, los pájaros con sus cantos, las montañas, el mar, etc.  Más allá de la libre confesión humana en Dios; Dios manifiesta su bondad por encima del reconocimiento humano. Es decir, la naturaleza e identidad divina no se someten o se condicionan al reconocimiento humano. Dios es bueno y lo manifiesta sin dejarse condicionar por la gratitud o la ingratitud humana.

 Podemos construir y alentar una cultura de muerte o una cultura de vida. La vida cristiana apuesta definitivamente por una cultura donde la vida tenga primacía. Los cristianos no siempre tenemos esto claro y nos dejamos con frecuencia arrastrar hacia una cultura de muerte.

  Apostar por una cultura de la vida significa ir creando las condiciones necesarias para todo ser humano pueda vivir con dignidad; no es sólo defender ideas y lanzar proclamas desde la teoría descomprometida. Si queremos apoyar la vida hay que hacerlo con todas las consecuencias. Eso significa hacer posible una vida más digna en el tercer mundo y promocionar el desarrollo y la cultura de otros pueblos. Buscar soluciones reales a los problemas que afectan a la vida humana: injusticia, explotación, inmigración… y colaborar para destruir tópicos que generan marginación e injusticia.

Nosotros estamos invitados a seguir a Dios en la fe siguiendo el estilo de Jesús. Él es el Maestro bueno, como lo reconoce el joven que cumple los mandamientos y quiere conocer el camino para ganarse la vida eterna cuando pregunta: Maestro bueno ¿que debo hacer para alcanzar la vida eterna? El camino es cumplir los mandamientos y, si se quiere más, siendo perfecto, hay que compartir los bienes con los pobres. En ese planteamiento el joven ve su búsqueda frustrada porque no tiene voluntad generosa para compartir los bienes con quienes lo necesitan. Jesús es muy claro en el evangelio: Estamos llamados a ser generosos, a desprendernos desde la profundidad de nuestro propio ser. No se trata de dar o responder por encima.

La vida auténtica necesita llenarse de preocupaciones espirituales, no sólo materiales. Tenemos el peligro de reducir la defensa de la vida a cuestiones ideológicas o materiales y descuidar la dimensión espiritual de la vida que es lo que da sentido a vida plena. Vemos en nuestras calles personas que comen todos los días pero que caminan sin horizontes, sin ideales, sin valores. Y esa vida no es vida.

   Hoy podemos escuchar de labios de Jesús la expresión: “Talita cum”, que significa ¡levántate muchacha! A cada uno de nosotros nos está pidiendo el Señor que nos levantemos, que no nos resignemos a lo vulgar, que sintamos el deseo de luchar por transformar nuestra vida y afrontar nuevos retos. El mundo que nos rodea está lleno de gente cansada, desanimada, que ya no cree en grandes ideales ni se lanza a la aventura de transformar el mundo. La consigna actual parece ser “no te compliques la vida. Vive y deja vivir”. Pero una sociedad sólo puede vencer su estado agónico y superficial si sabe ponerse en camino y promocionar los grandes ideales de siempre: la justicia, la equidad, el valor de la vida y del trabajo, la solidaridad con los débiles, el amor a la verdad, le fe y la esperanza. No podemos pasarnos la vida quejándonos de lo mal que está la vida.

En el evangelio de Marcos de este domingo; la mujer que sufre hemorragia de sangre durante varios años, es decir la misma vida se le escapa por la sangre que no tiene control, y que ha gastado toda su fortuna en médicos, llega sin recursos materiales ante Jesús y su fe es suficiente para tocarle el manto a Jesús de quien se desprende esa energía vital que la sana. Jesús no negocia con su poder de hacer milagros, Él ve las necesidades de la gente y eso le conmueve en su compasión a ser generoso, comparte su ser, su vida y su espíritu. La iglesia también se desangra, como hemorroísa, por los escándalos e incoherencias de los cristianos. Muchas   veces   nuestra   generosidad   es   muy   mediocre   porque   no   resuelve   las   necesidades profundas de la comunidad, de la sociedad, de la familia, de la iglesia.  Vamos tapando hoyos sin remediar las cosas de verdad y cuando vuelven de nuevo  las lluvias aparecen otra vez los hoyos, como diciéndonos: Mira, no has arreglado las cosas como se deben, has dejado el problema vivo y ahí ha vuelto a aparecer. Jesús lo que hace lo hace bien, de tal forma que el mal extirpado no vuelve a aparecer.

  Hay vida, vida abundante para todos. Nos la regala el Señor Jesús si sabemos acudir a Él y beber de su fuente, de su pan y de su Palabra. Si hay vida no podemos conformarnos con lo seco y caduco. Necesitamos una vida interior de calidad para afrontar la vida diaria con garantía de éxito. La felicidad es una tarea que tenemos por delante.

  El tiempo veraniego, que ya disfrutamos, es una oportunidad  más que tenemos para escoger lo esencial y ponerlos las pilas.

      “Talita cum”. Levántate. Cuídate a ti mismo para que puedas cuidar a los demás.

Nuestra generosidad debe ser tal, como dice la segunda lectura a los Corintios de este domingo, que haga desaparecer los extremos injustos y llegar al justo medio. Es decir, que al que tiene en abundancia nada le sobra y al que tiene necesidad nada le falta. Una característica de la generosidad es saber compartir ante una necesidad que grita auxilio, sabe tener oídos, saber escuchar y sabe compadecerse. Quien dice ser generoso y tiene oídos sordos y no es compasivo es mentira que sea generoso. Misericordia quiero y no sacrificios. La envidia asfixia la generosidad. En el ser humano pueden darse los impulsos de la generosidad pero cuando surge la envidia en la persona o se deja contaminar  por la envidia de su entorno o de los otros, esa generosidad se ve asfixiada. La envidia se hace compañera de los chismes y se convierte en una gran fuerza destructora de buenos proyectos que al final acaba erosionando o perjudicando a la comunidad que no puede recibir el beneficio que se obra en la naturaleza de una generosidad. Por eso nuestra llamada en Cristo es construir en una generosidad bondadosa, inquebrantable, que pueda vencer las barreras peligrosas de la envida que se hace compañera del chisme y que solo son capaces de fijarse en lo vulnerable para destruir y no en lo fecundo para fortalecer para que lo que tiene que dar fruto dé fruto bueno. Como todos somos vulnerables siempre la envidia encontrará razones para destruir y tendrá en los chismes un aliado para que le hagan caso y así alcanzar su propósito para destruir. Pero si somos capaces desde la fe y la gracia de ver lo bueno en cada persona y cómo se puede promover lo bueno para dar cauce a lo fecundo, entonces podremos ser promotores de una mayor fecundidad. Sin dejar de ser realistas, abrámonos a esa mirada de Jesús que con su ejemplo nos invita a ser generosos y darle un cambio renovador a una humanidad que siempre necesitara de un cambio constructivo.

En España se ha aprobado, recientemente, la ley de la Eutanasia, un paso atrás en la conquista de la cultura de la vida y la dignidad de las personas. Un falso progreso que, en lugar de animarnos para vivir con más dignidad, nos empuja a la resignación. Una ley de cuidados paliativos siempre será más humana que una inyección de veneno. Pero la Eutanasia resulta más cómoda y más barata. Caminamos como el cangrejo, hacia atrás.

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