Admiración y agradecimiento hacia Teilhard de Chardin
El 10 de abril se cumplen sesenta años de la muerte de Teilhard de Chardin, una ocasión buena para decir una palabra sobre su figura.
Ni soy paleontólogo ni tengo conocimientos especiales sobre temas científicos. Por tanto, mi pequeño comentario sobre Teilhard de Chardin no puede entrar en lo más específico de sus aportaciones a la ciencia y se queda tan sólo en el atractivo de su talante humano, en el valor indudable de su ejemplo vital.
Lo primero que me causa admiración de su vida es que casi toda su obra, salvo algunas aportaciones estrictamente científicas, se publica después de su muerte. Todas su obras de más amplio alcance -El fenómeno humano, El medio divino- se publican después de su muerte en 1955. No conozco suficientemente bien el detalle de su biografía, pero sus dificultades con la censura eclesiástica debieron ser muy fuertes cuando no llegó a publicar en vida lo más granado de su pensamiento científico-filosófico-teológico. La comunicación con los lectores, el recibir la retroalimentación de sus opiniones, el conocer el parecer de la crítica sobre lo que el autor ha formulado, todo lo que en cualquier autor es vital para seguir pensando y escribiendo, tuvo que ser sustituido en Teilhard de Chardin por una carrera exclusivamene en solitario, escribiendo mucho pero sin poder recoger los ecos externos de lo que él iba produciendo. Si hubo además prohibición de publicar en vida sus escritos, su acatamiento de la voluntad superior es ejemplar. Ahora, a posteriori, resulta admirable cómo pudo llevar adelante una situación objetivamente tan tensa. El no publicar su obra en vida resulta un primer motivo para su admiración.
No sé si estoy del todo en lo cierto, pero me parece que le debemos todos fundamentalmente a Teilhard de Chardin el que la teología católica no tenga ya miedos importantes para el pensameinto evolucionista. El fixismo antiguo, unido a la interpretación más literal de los primeros capítulos del Génesis, bloqueaba no hace tanto tiempo el pensamiento filosófico y teológico hasta puntos extremos. El profundo conocimiento de la paleontología de Teilhard de Chardin le permitió plantear el evolucionismo de forma respetuosa con la ciencia y respetuosa también con la teologia. Las teorías darwinistas dejaron de ser un lejano tabú para convertirse en materia de seria discusión científica. Los pensadores católicos actuales no le tiene miedo ya a la ciencia ni al evolucionismo. Teilhard avanzó lo suficiente para hacer transitables lo que antes eran senderos abruptos. Al morir él fue objeto de severas censuras teológicas, y, recién publicadas, la Compañía de Jesús tuvo que retirar momentaneamente de la circulación sus obras por imperativos eclesiasticos. Pero después ha venido su revalorización hasta el punto de que el gran teólogo Ratzinguer, ya Papa Benedicto XVI, pudo decir de él que tuvo “una gran visión, que culmina en una verdadera liturgia cósmica, en la cual el cosmos se convertirá en una hostia viviente“ (Homilia en Aosta, 24 de junio de 2009).
Por último, los no científicos le debemos a Teilhard su pensamiento teológico, su concepción optimista de la evolución siempre tendiente hacia el punto omega, concluyente al final en Cristo Jesús. Su libro El medio divino puede ser saboreado también por los no científicos, es la visión de todo lo humano a la luz de la presencia en todo de lo divino. Es lo que el jesuita actual José A. García ha generalizado afirmando que en la creación no hay cosas sino dones, que en todo lo humano se puede perseguir y encontrar el sello de Dios.
Un poco atrevido es decir una palabra sobre Teilhard de Chardin sin conocer a fondo su pensamiento científico. Pero el sesenta aniversario de su muerte permite manifestar con sencillez la admmiración y el agradecimiento que hoy concita su figura.
Ni soy paleontólogo ni tengo conocimientos especiales sobre temas científicos. Por tanto, mi pequeño comentario sobre Teilhard de Chardin no puede entrar en lo más específico de sus aportaciones a la ciencia y se queda tan sólo en el atractivo de su talante humano, en el valor indudable de su ejemplo vital.
Lo primero que me causa admiración de su vida es que casi toda su obra, salvo algunas aportaciones estrictamente científicas, se publica después de su muerte. Todas su obras de más amplio alcance -El fenómeno humano, El medio divino- se publican después de su muerte en 1955. No conozco suficientemente bien el detalle de su biografía, pero sus dificultades con la censura eclesiástica debieron ser muy fuertes cuando no llegó a publicar en vida lo más granado de su pensamiento científico-filosófico-teológico. La comunicación con los lectores, el recibir la retroalimentación de sus opiniones, el conocer el parecer de la crítica sobre lo que el autor ha formulado, todo lo que en cualquier autor es vital para seguir pensando y escribiendo, tuvo que ser sustituido en Teilhard de Chardin por una carrera exclusivamene en solitario, escribiendo mucho pero sin poder recoger los ecos externos de lo que él iba produciendo. Si hubo además prohibición de publicar en vida sus escritos, su acatamiento de la voluntad superior es ejemplar. Ahora, a posteriori, resulta admirable cómo pudo llevar adelante una situación objetivamente tan tensa. El no publicar su obra en vida resulta un primer motivo para su admiración.
No sé si estoy del todo en lo cierto, pero me parece que le debemos todos fundamentalmente a Teilhard de Chardin el que la teología católica no tenga ya miedos importantes para el pensameinto evolucionista. El fixismo antiguo, unido a la interpretación más literal de los primeros capítulos del Génesis, bloqueaba no hace tanto tiempo el pensamiento filosófico y teológico hasta puntos extremos. El profundo conocimiento de la paleontología de Teilhard de Chardin le permitió plantear el evolucionismo de forma respetuosa con la ciencia y respetuosa también con la teologia. Las teorías darwinistas dejaron de ser un lejano tabú para convertirse en materia de seria discusión científica. Los pensadores católicos actuales no le tiene miedo ya a la ciencia ni al evolucionismo. Teilhard avanzó lo suficiente para hacer transitables lo que antes eran senderos abruptos. Al morir él fue objeto de severas censuras teológicas, y, recién publicadas, la Compañía de Jesús tuvo que retirar momentaneamente de la circulación sus obras por imperativos eclesiasticos. Pero después ha venido su revalorización hasta el punto de que el gran teólogo Ratzinguer, ya Papa Benedicto XVI, pudo decir de él que tuvo “una gran visión, que culmina en una verdadera liturgia cósmica, en la cual el cosmos se convertirá en una hostia viviente“ (Homilia en Aosta, 24 de junio de 2009).
Por último, los no científicos le debemos a Teilhard su pensamiento teológico, su concepción optimista de la evolución siempre tendiente hacia el punto omega, concluyente al final en Cristo Jesús. Su libro El medio divino puede ser saboreado también por los no científicos, es la visión de todo lo humano a la luz de la presencia en todo de lo divino. Es lo que el jesuita actual José A. García ha generalizado afirmando que en la creación no hay cosas sino dones, que en todo lo humano se puede perseguir y encontrar el sello de Dios.
Un poco atrevido es decir una palabra sobre Teilhard de Chardin sin conocer a fondo su pensamiento científico. Pero el sesenta aniversario de su muerte permite manifestar con sencillez la admmiración y el agradecimiento que hoy concita su figura.