El
nuevo año llega a nosotros acompañado de la “banda sonora” de tres nombres que son la garantía de que el tiempo que estrenamos estará en manos de Dios. La carta de Juan nos recuerda que podemos llamarle “Abba”, con la confianza de quien se sabe hijo y por lo tanto querido, cuidado y bendecido. El evangelio nos ofrece el nombre del que va a ser nuestro compañero de camino: Jesús y también el de su madre:
María.
Podemos pedirle a ella que nos enseñe a
repetir desde el fondo de nuestro ser: “Abba”, “Jesús”…, hasta que se hagan uno con el ritmo de nuestra respiración.
Y acercarnos a Nazaret para aprender algo de eso que ella hacía tan naturalmente:
guardar las cosas en el corazón. María puede enseñarnos a juntar lo que escuchamos en la Biblia con lo que leemos en el periódico; a acoger lo que a lo largo del año nos resulte desconcertante, junto con las certezas que nos da el Evangelio.
Porque
en eso consiste ser creyente y ese es el trabajo de fe que ella realizaba mientras amasaba el pan y mezclaba, como el agua y la harina, la vida y la Palabra que escuchaba cada día.