Tórtolas

Una novedad del 2017 ha sido el cambio de estatus de los animales: de “bienes semovientes”, han pasado a “seres sintientes” pero, les guste o no a los miembros de la Fundación Affinity que ha promovido la ley, los escritores bíblicos se les habían adelantado: el profeta Isaías avisaba en el s. VIII aC de que Israel, comparado con el buey y al asno que reconocían el pesebre de su dueño, era el verdadero borrico. La liturgia tampoco se ha quedado corta y en Navidad propone esta antífona: “Qué gran misterio y admirable sacramento, que unos animales vieran al Señor nacido, echado en un pesebre…”

Al llegar el 2 de Febrero son dos tórtolas las que hacen una aparición estelar, nada menos que en el templo de Salomón. Ya en el AT habían desempeñado papeles secundarios pero significativos: junto a cigüeñas, golondrinas y grullas (observen: todas hembras), Jeremías ensalza lo listísimas que eran para saber cuándo les tocaba migrar, mientras que los humanos no se enteraban de casi nada (Jer 8,7).

En el Cantar, el novio las utiliza como señuelo para atraer a su amada y la invita a escuchar juntos su arrullo (Cnt 2, 12); un salmista evoca su condición indefensa para pedir al Señor: “¡No entregues a los buitres la vida de tu tórtola!” (Sal 74,19).

Pero es Lucas quien revela su misión trascendental: ser ofrecidas como rescate para que el Niño no tuviera que quedarse al servicio del templo. Menudo favor le hicieron: en vez de pasarse la infancia en plan levita junior, trajinando con el incienso y las ofrendas, pudo jugar tan contento con otros niños en las calles de Nazaret.

Soy consciente de la existencia de un poderoso lobby que promociona a los pichones como protagonistas únicos del rescate, reincidiendo una vez más en posturas de discriminación. Como respuesta y corriendo el riesgo de ser sospechosa de estar contaminada por la ideología de género, me decanto con determinación a favor de las tórtolas. Acepto firmas de apoyo.
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