Me too
Detrás los concelebrantes de dos en dos y el Sr. Arzobispo que preside la celebración. Cierra la procesión el maestro de ceremonias y los ministros del libro, mitra y báculo. Entre todos ellos me parece ver una figura femenina y, aunque al principio lo atribuyo a un espejismo, en seguida distingo con claridad a la monaguilla que está entre ellos.
Es una chica joven, no muy alta, con una trenza rubia, que forma parte del colectivo de ministros y después del ofertorio, se acerca junto con otro al altar llevando el aguamanil para el lavabo. Cuando los más de 20 sacerdotes revestidos que estaban en los bancos suben al presbiterio y rodean el altar, ella se retira hacia atrás para dejarles sitio y casi desaparece entre la turbamulta. Vuelvo a verla después: sigue ahí, diminuta e insignificante, tranquila y digna, testimonial en su absoluta minoría.
La imágenes, lo sabemos, son más poderosas que las palabras, más contundentes que las explicaciones, más sencillas que las sutiles disquisiciones en torno al ministerio "in persona" o "in nomine Christi". Me parece improbable que la mayoría de mujeres bautizadas y que hemos recibido la unción sacerdotal, profética y real, estemos deseosas de vivirla de manera preferente en esos ámbitos o de rivalizar por esas funciones.
Me aventuro a creer que afortunadamente somos muchas, me too, las interesadas y atraídas por otra llamada que, mucho más allá, nos convoca al discipulado. Es en esa “procesión” - más bien carrera- en la que vale la pena volcar energías, y vitalidad y pasión. Y aunque “corramos a la par” como Pedro y Juan, estamos determinadas a llegar las primeras.
Feliz 8 de Marzo.